Cameron a la altura de las circunstancias

Me encantó ver al primer ministro inglés enfrentándose a quienes han alterado con violencia y agresividad sin límites la paz social inglesa; primero Londres y luego otras ciudades como Birmingham, Manchester y, en menor medida, Leicester, Liverpool y Nottingham han sido escenario de actos vandálicos de una gravedad superlativa. Lo ocurrido es muy grave y el papelón que le ha tocado a Cameron y su gobierno de una responsabilidad enorme, por eso es de agradecer que el nuevo lider de los tories haya tenido las agallas y el sentido común de llamar a las cosas por su nombre, de decir que los actos de vandalismo y destrucción era violencia pura y no tenían nada de posición ideológica, de defensa de derecho o libertad alguna. Cameron ha llamado las cosas por su nombre: quien roba, quema, daña y agrede solamente puede ser calificado como delincuente, y los héroes y líderes han de buscarse por otros ámbitos y, sobre todo, con otras actitudes. El primer ministro británico ha sabido marcar muy bien los límites, establecer los márgenes de actuación, fijar criterios y marcar perfectamente los objetivos: el orden ha de restablecerse y quien ha incurrido en infracciónes habrá de pagarlo rigurosamente. Ha supuesto una grata sorpresa encontrar a alguien que ocupando un puesto de responsabilidad ha sabido dar muestras de firmeza y tenido valor para tomar decisiones, alguien a quien no le ha temblado la mano a la hora de reaccionar a tiempo.

También me parece valiente poner el dedo en la llaga de los valores, atreverse a decir que algo falla en la sociedad, en la familia, en la educación para que exista tanto menor de edad dispuesto a hacer salvajadas sin que le flojeen las rodillas ni le chirríe la conciencia. No recuerdo haber oido, al menos con tanta claridad, a un líder político reconocer que la sociedad está enferma, algo que implica además asunción de responsabilidades. Y es que asumimos que existe una grave crisis económica, buscamos y señalamos sus culpables e ideamos como salir airosos de ella, pero parecemos ciegos ante la crisis de valores, ante los quebrantos de nuestra sociedad y vivimos como si ésta fuera un paraíso moral, algo que está muy lejos de ser verdad.

No tengo ni idea si David Cameron tendrá éxito en su empeño por superar el trance, devolver las cosas a su debido lugar, castigar a los culpables y restablecer el orden y la paz social, pero nadie le podrá negar que ha actuado con seriedad, voluntad firme, convicción, es decir, con total dignidad. Ante determinadas situaciones hay ocasiones en las que da la impresión de que se actúa con frivolidad, que se confunden churras con merinas y que, unos por complejo, otros por torpeza y alguno más por una especie de ridícula inmadurez, se deja que los que se saltan las reglas campen a sus anchas, se incumplen responsabilidades serias con excusas que huelen a cuento y hasta se entroniza a las personas equivocadas. Creo que Cameron ha marcado el camino: seguro que su política, como la de tantos, tiene muchas cosas que mejorar y existen razones para protestar, pero hay formas de hacerlo que solamente pueden tener una respuesta.