11 de diciembre de 2009

La seguridad perdida

Hace poco leí esta idea, posiblemente aquí mismo, en algún comentario de alguien que ahora no caigo quien era; me refiero a esa seguridad que sentíamos de niños cuando estando enfermos nos visitaba el médico y, tras su examen y diagnóstico, quedábamos con la plena seguridad de que nos íbamos a curar. Recuerdo perfectamente que yo tenía condiciones de hipocondríaco, era un aprensivo de narices y ante un dolor de cabeza pensaba en un tumor cerebral, ante uno de tripas en un apendicitis y ante uno de rodilla en una posible amputación, por eso la venida del médico o una visita al mismo suponía, automáticamente, recobrar la calma, la serenidad: veíamos al galeno como un ser infalible que nos garantizaba que de esa no moríamos.

Con los años fuimos perdiendo incluso esa inocencia, ahora ya sabemos que los médicos se pueden equivocar, que a veces lo hacen de medio a medio, o que en cualquier caso existen las mentiras piadosas, la ocultación de la verdad cuando ésta es dramática. Es una pena, pero no tanto por la crudeza de la realidad, sino porque poco a poco ha ido desapareciendo de nuestra vida esa seguridad, esa plena confianza: la que tuvimos en nuestros padres, en el médico de la familia, en nuestro primer profesor o en ese amigo del alma. Es posible que nos hayamos ido volviendo, poco a poco, desconfiados, cáusticos, que hayamos ido adquiriendo unas aristas sembradas tal vez por el desengaño, las curvas de la vida o, simplemente, por la experiencia que aporta el paso de los años. Y en ocasiones uno echa de menos esa despreocupación de la infancia, cuando dos y dos siempre eran cuatro, nos creíamos todo a pies juntillas y el futuro que se nos echaba encima nos parecía sencillo y lógico, como escrito de antemano.

No creo que sea malo intentar recuperar, en cierta manera, la ingenuidad infantil, enfrentarnos a la vida como algo más sencillo y menos alambicado de lo que nos puede parecer en algunos momentos, pero a la vez me planteo que el problema puede residir en que anhelamos una seguridad que no se puede dar, que incluso no nos conviene. Dicen que muchos españoles aspiramos a converirnos en funcionarios como una meta deseable, como un final feliz de nuestras metas profesionales, y vete a saber si ese afuncionariamiento que acaba protagonizando nuestra vida no es más que una búsqueda equivocada, que es mucho más apasionante la incertidumbre del día a día, el riesgo de vivir sin necesitar tenerlo todo previsto.


"Fijaos cómo crecen los lirios del campo:
ni trabajan ni hilan
y os digo que ni Salomón en todo su fasto,
estaba vestido como uno de ellos"

Mateo, 6,24-34


¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas?
Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos.
Vosotros tenéis contados todos vuestros cabellos:
no temais, porque valeis más que muchos pájarillos".

Lucas, 12, 1-7


5 comentarios:

sunsi dijo...

Me ha encantado esta entrada, Modestino. Ahí sí te doy la razón en el tema de los años. Creo que determinada edad has psado dela seguridad infantil a la búsqueda inquieta e insegura de la adolescencia. Y , a veces, se puede pensar que llegar a la madurez consiste en tener todo atado, calculado o previsto. Supongo que, llegado a este punto, muchos preferirán que sea así. Y toda la lucha va enfocada en que nada se desvíe del objetivo marcado. Con esta postura se sufre mucho. Porque la hisoria de cada uno se abre y se cierra en pequeños epacios de tiempo. El hoy... la mañana del hoy... o el instante del hoy. Si sólo se ata lo imprescindible no tienes por qué andar buscando cuerdas para seguir atando.

Cada vez estoy más convencida de que vivir al día no es ingenuidad. Es vivir con esperanza, ligeros de euipaje,como decía Machado.

Un saludo y gracias por el post.

PS Los que montan el Consorcio musical te han adjudicado un pedazo de villancico. No hay que cantr, te lo prometo¿Qué cantante te gustaría ser...? ¿Un bigotudo de Mocedades...?

Modestino dijo...

Asumido lo de bigotudo de Mocedades, ya direis cuando ensayamos.

annemarie dijo...

Yo pienso que la seguridad que los amigos del alma aportan es indestructible, y que es el apoyo de la misma fina punta del alma; sin ella, a que se destina la vida? Los desengaños, las curvas de la vida y etc. son motivos para el sentido del humor. Y los aciertos también. :)) Los que tuvimos la suerte de poder contar con padres ejemplares y simpáticos lo tenemos tal vez un poco más difícil, porque no terminamos nunca de creer que el mundo está lleno de gente bien intencionada - lo que es verdad, pero no de la manera como nos dijeron. :)) Esa cita de Mateo ya me salvó la vida varias veces.

Anónimo dijo...

Con los años perdemos la seguridad que nos proporcionaban nuestros padres y la ingenuidad de nuestra infancia, pero ganamos algo muy importante:la capacidad para decidir por nosotros mismos.
La madurez nos hace entender muchas cosas y nos enseña a dar importancia a lo que realmente la tiene.

Modestino dijo...

Me quedo, Anónimo, con eso de que la madurez nos hace comprender más cosas... Pienso que uno aprende a no juzgar a nadie, a ponerse en el lugar del otro.
Hay cosas por las que antes me rasgaba las vestiduras y ahora no, y sinceramente no creo que sea ni relativismo ni laxitud, sino enseñanza de la propia vida.