6 de diciembre de 2009

La Constitución llora a uno de sus padres



Hace seis años asistí a una conferencia que en torno a la Transición dio Jordi Solé Tura en el Salón de ACtos de la Caja Rural de Huesca; ya entonces presentaba un evidente deterioro físico y su discurso era lento y entrecortado, aunque aún conservaba una lucidez que años más tarde perdió definitivamente al acelerarse el Alzheimer que sufría. Ayer, 4 de diciembre, a dos días de la celebración del 31º aniversario de nuestra vigente Constitución, quien fuera uno de sus autores perdía finalmentela batalla con esa dura enfermedad.

Aparte de esa última conferencia, más bien dispersa e inconcreta, no tuve nunca contacto con Solé Tura, cuando llegué a la Facultad de Derecho de Barcelona ya había cursado los dos años de Derecho Político, que se dan en 1º y 2º; por esta razón mis impresiones sobre este hombre, tan alejado de mis opiniones pero con ese encanto especial de los políticos legendarios, se centran en pocas cosas.

En la biografía de Solé Tura hay una cuestión que me ha llamado la atención, positivamente, por encima de todas: fue un hombre al que le costó llegar, alguien hecho a sí mismo: trabajaba de panadero en Mollet del Vallés y empezó tarde a estudiar, haciendo el bachiller y la carrera de Derecho en menos de 8 años, algo que dice mucho de su constancia, de su afán de superación y, evidentemente, de una capacidad y una inteligencia fuera de lo común. En un ambiente de gente como el de las facultades de Derecho de entonces, cargado de gentes -como el menda, por cierto- que siempre habían comido caliente, hay que destacar historias como ésta.

Esa costancia de Jordi Solé Tura también se puso de manifiesto en su lucha por conseguir la cátedra en un ambiente contrario, en un régimen en el que su condición de militante comunista convertía en imposible su misión de llegar al máximo en su profesión de enseñante universitario, sufriendo exilio y cárcel exclusivamente por su ideología. Manuel Jiménez de Parga, que fue quien le introdujo en la Universidad y en el Derecho Político, hablaba de ello ayer en el ABC, a la vez que resaltaba su condición de hombre bueno.

Y no es cosa de poca importancia su condición de padre de la Constitución; en estos tiempos, resulta oxigenante hablar de un catalán convencido que supo en su momento, por un lado, estar dispuesto a ceder para llegar a un acuerdo satisfactorio para todos y, por otro, mantener una lealtad institucional que choca con estos tiempos de chantajes, provocaciones y desatinos. Estoy seguro de que Jordi Solé Tura nunca hubiera cuestionado, presionado ni amenazado a una institución pública para condicionar una decisión importante.

La muerte de Jordi Sole Tura nos enfrenta, además, con dos cuestiones que a mí me hacen pensar; de una parte cómo determinadas enfermedades nos llevan al aislamiento y el olvido, cómo personas otrora brillantes, geniales, incisivas, se convierten en seres inanes y dependientes: nunca aprenderemos lo suficiente a prepararnos para algo tan real; de otra, la inevitable realidad de que conforme cumples años ves como poco a poco van desapareciendo quienes fueron protagonistas de los hechos más relevantes de tu infancia y juventud, porque el transcurso del tiempo y lo que éste trae consigo no deja de ser una lección más para aprender.




2 comentarios:

ana dijo...

Somos biografía, y ello lleva implícito el no olvido. Nuestro tiempo creador es de no-olvido.

Sólo el conjunto de cada uno de los momentos que vivimos nos hacen quienes realmente somos. Ellos constituyen verdaderamente nuestro nombre. Y ahí está también el misterio de algunas enfermedades. Como todo lo que en cada momento "toca" al ser humano.

Modestino dijo...

Muy enriquecedor, Ana. Siempre estará la memoria de otros que cubrirá la que hayamos perdido nosotros.