La nueva ley anti-tabaco, que el Ministerio de Sanidad pretende que entre en vigor el primer trimestre de 20010, supondrá la prohibición de fumar en cualquier lugar público; por lo tanto, se acabó el tabaco en bares, bodas, espectáculos deportivos y hasta en los toros ... A partir de ahora, en las bodas tendrán que repartir peladillas, como en los bautizos, mientras que los trucos para echarse un pitillo en determinadas ocasiones harán trabajar la imaginación de los que aún tienen el vicio; y ¿qué será de nuestros amigos del puro?, porque el palco del Bernabeu o el Nou Camp, o los tendidos de Las Ventas o La Maestranza ya no serán lo mismo sin que podamos disfrutar mirando a quien se está deleitando con un Montecristo o un Cohiba de esos de 90 minutos o corrida entera. Vienen, por lo tanto, malos tiempos para los fumadores.
Que el tabaco perjudica a la salud es algo que nadie discute, de la misma manera que también parece claro, al menos yo lo veo así, que nos habíamos acostumbrado a situaciones que no eran de recibo: he trabajado durante años en un habitáculo con tres personas más que fumaban y, a pesar de que casi había que entrar con machete, me había acostumbrado a considerar normal la situación; los fumadores te echaban el humo a la cara y era algo que se había establecido como servidumbre obligatoria. La regulación del uso del tabaco entiendo que ha servido para racionalizar las cosas.
Pero, al mismo tiempo, no puedo evitar que tanta norma anti-tabaco me parezca, por un lado, una especie de nueva inquisición, a la vez que a uno le carga bastante que desde el Estado se le impongan tantas reglas, o dicho de otra manera, uno acabe teniendo la sensación de vivir en una especie de "Gran Hermano" que puede llegar a ser insoportable. Y es que de la misma manera que nos prohiben el tabaco, pueden acabar controlándote los pasteles que comes, los gin tonics que te tomas o las partidas de mus que echas con los amigos. Aparte de que también parece que mientras en ocasiones da la impresión de que se está creando una nueva casta de apestados, dirigentes y medios de comunicación se la cogen con papel de fumar, por poner un ejemplo, a la hora de hablar del abuso de la coca en determinados ambientes o de los efectos secundarios de la píldora del día después.
Yo nunca he fumado en serio, aunque a veces he ejercido de fumador social -elegante forma de definir al gorrón- y hasta he tenido épocas en que me compraba paquetes de tabaco que vaciaba poco a poco con excusa de concentrarme en el trabajo. Pero hace ya tiempo que dejé de usar el tabaco de manera definitiva, a pesar de lo cual cada vez siento una solidaridad mayor con los fumadores. Imagino que habrá quienes eludan cualquier sentimiento de piedad o conmiseración con quienes aguantan el tipo cajetilla en ristre, pero no me parece justo esa especie de rechazo radical hacia el fumador, ese aislamiento al que se le somete y es a modo de etiqueta negra que se le pone en la frente. No hacemos más que predicar la tolerancia, se ha caído a veces en el relativismo más radical en temas hasta hace poco inmutables, mientras a los fumadores ya no se les perdona prácticamente nada, para ellos no existen matices, flexibilidad ni excepciones.
Vuelvo al principio, y comprendo que hay medidas que son beneficiosas para la salud, pero no me gustan ni algunas formas de hacer ni determinadas posturas que me empiezan a parecer maximalistas y no exentas de ese fanatismo que curiosamente suele gustar tan poco con carácter general y en clave de corrección política.
2 comentarios:
Hola, Modestino!
Discrepo con tu escrito; esta ley, si no lo he entendido mal, deja fumar al aire libre, en espacios considerados por la ley como abiertos; en decir en la calle, en los toros y en el fútbol, entre otros; y, antes de abordar el tema, creo que hay que partir de una premisa muy determinante a la hora de abordar el tema “EL TABACO PROVOCA AL SER HUMANO ENFERMEDADES QUE LE PUEDEN LLEGAR A CAUSAR LA MUERTE.
Si vas a cualquier playa española, te la vas a encontrar llena de colillas por todas las partes; hay quién piensa que se trata de un gigantesco cenicero y a muy pocos los he visto con los cono-ceniceros.
La calle está llena de colillas por todos los lados.
Más de una vez he estado tranquilamente en un bar tomándome muy a gusto un bocadillo hasta que se me ha puesto uno/a al lado fumando y echándome todo el humo.
En cantidad de colas, en el fútbol, los toros se me ha sentado alguien al lado y he tenido que fumarme pasivamente los cigarros que le han apetecido encenderse, suponiéndome a mí un suplicio cada nuevo pitillo, pero aguantándome.
Las discotecas, los bares; lugares cerrados en los que te pican los ojos y se respira un olor a tabaco insoportable; luego cuando llegas a casa te huele toda la ropa y el pelo a tabaco. Sin poder hacer nada para evitarlo si acudes a estos sitios.
Comprendo que seáis una generación en la que los protagonistas de las películas cuándo estaban moribundos lo último que deseaban y pedían a su compañero era fumarse un pitillo, luego veíais su cara de placer al aspirar las caladas. Pero, todo es un engaño, un negocio.
En cuanto a que el gobierno controle los pasteles que se come uno, no me parece tan mala idea y concretamente en mi caso no me vendría mal.
No niego que tus argumentos son de peso, Frank, pero no pretendía tanto defender el tabaco como criticar cierto talibanismo que observo, y sobre todo el excesivo intervencionismo del Estado, claro que a tí y a mí no nos convienen los pasteles, pero entoces que nos eduquen bien sanitarianente, pero me niego a que el Consejo de Ministros me imponga la dieta.
De cualquier manera, gracias por hacer un comentario, que llevo dos días sin que nadie me haga caso.
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