
Me parece que es un término que se emplea con enorme frecuencia, en el mundo de la política, en cualquier debate de cualquier medio de comunicación, en las relaciones sociales, ... y a la vez tengo la impresión de que se usa sin saber muy bien su significado y más como argumento de oratoria que como algo de lo que se está firmemente convencido.
En este país tendemos a enrocarnos en nuestras posturas; las dos Españas parecen resucitar periódicamente y si te descuidas acabas descartando a la mitad de tus conciudadanos por simples razones de desencuentro ideológico. Tenemos tanta facilidad para "etiquetar" al otro, que al oir el nombre de una persona antes de considerar sus virtudes o sus valores , lo primero que nos sale es que es un "facha", que es "homosexual" o que hace 15 años su mujer le pescó con otra. Y es que en ocasiones nos cuesta aprender que la firmeza en las convicciones, para seguir siendo una virtud, tiene que compatibilizarse con la aceptación de que hay convicciones distintas -incluso contrarias- que merecen tanto respeto como las nuestras.

Tal vez nuestros políticos no han ayudado mucho en esta labor; en este país, en los últimos años, se ha observado una tendencia a radicalizar posiciones. Hemos pasado, es una simple opinión personal por supuesto, de un gobierno que acabó pareciendo creerse que el país era suyo a otro con el que en ocasiones uno siente que pretende no solamente imponer una ideología única, sino conducirnos de la mano a todos en esa dirección. Si uno se descuida, acaba tomando posición y corre el peligro de terminar viendo demasiados rivales, incluso algún que otro molino de viento convertido en gigante.
Curiosamente, en una sociedad donde las ideologías parecen haber entrado hace ya tiempo en crisis, uno tiene la impresión de que estamos en exceso "ideologizados"; puede parecer una paradoja, pero es posible que no sea tan contradictorio el contraste entre la superficialidad generalizada del personal -cfr. programas televisivos- y el enrocamiento en posturas fijas sin dar tregua ni opción al otro.

Es imprescindible respetar el derecho a la discrepancia, permitir la opinión contraria, deseasr incluso la diversidad de posturas; miramos en ocasiones con exceso de indignación a quien dice algo distinto de lo que entendemos adecuado, como si fuera de otro planeta y tal vez sería necesario que lo primero que nos plantearamos fueran las razones que le llevan al otro a pensar así, las posible justificación de su posición e incluso lo que a nosotros nos puede enriquecer ésta.
Se me ocurren muchos ejemplos al respecto; uno es el problema de la "Educación para la Ciudadanía"; tengo mi postura personal al respecto y ya dejé constancia de ella en esta misma "sede", pero no voy ahora por ahí. Entiendo que por un lado se ha estigmatizado a quienes han discrepado de la misma y han obrado en consecuencia, como si no tuvieran derecho a hacerlo y a acudir a los tribunales y en algunos lugares desde instancias académicas se ha discriminado a los niños "discrepantes", de la misma manera que, en sentido contrario, he notado una excesiva radicalización militante en esa misma postura de oposición a la decisión del Gobierno: entiendo que de la misma manera que es lícito el rechazo de la asignatura cuando se intuye un tufillo claro de imposición ideológica -yo también lo veo así- supera la cerrazón negar validez a aquélla en todo caso, sin matices.

Podríamos seguir hablando de "presuntas" intolerancias: la ideología de género casi impuesta, sin posibilidad de discrepancias y matizaciones, la imposibilidad de mantener posturas diferentes en temas relativos al medio ambiente o el cambio climático sin chocar con indignaciones excesivas o ser tachado con epítetos descalificadores, ... me temo que se ha creado una artificial necesidad de ser políticamente correcto, cuando en este mundo de nuestros pecados la diversidad, la pluralidad, la alternacia son algo tremendamente positivo.
Fotos: http://www.ningo.com.ar/; http://www.panorama-actual.es/; elrincondeyanka.blogspot.com; www.extrujado.com