Ayer entré en una de esas tahonas modernas, decoradas en tonos blancos, con panes y pastas de aspecto apetecible y pinta de estar recien hechas. Allí lucen panes de tantos tipos, palmeras de chocolate, coco, azúcar, ... bollos, caracolas con pasas y piñones, croissants de mantequilla y cereales, pastelitos de aspectos originales, bolsas con caramelos variados, ... todo tipo de tentaciones que mueven al deseo y el desorden gastronómico.
Tras el mostrador suele haber jóvenes dependientas con la nota común de la amabilidad y una sonrisa permanente y natural. Pasaban las 6 de la tarde y tuve un capricho ... había poca cola y atendía la tienda una jovencísima muchacha que parecía ser iberoamericana: amable, serena, conocedora de su oficio. Al otro lado iba a pagar lo comprado una señora de mediana edad, superados al menos los 50, seria, elegante, ... con cierto aire de sostener posiciones dignas y más bien elevadas. Ni un amago de simpatía, sin cesiones a la cordialidad, a bajar la guardia.
Enseguida notas que en sus planes de compra no se incluyen concesiones a la galería. Saca su monedero de diseño y pregunta cuánto es ... paga y recoge las vueltas, sin mover ni un palmo ni una pestaña ... la cola que su ceremonia ha ido provocando no se si la ignora o la disfruta. Cuando parece que ya se termina la gestión pide una servilleta, como quien lo hace a un sirviente del XIX, con exigencia, diría que con una implícita insinuación de que el servicio no ha sido completo. Y abandona el establecimiento con la cabeza alta, impávida, reverberando esos aires de grandeza carentes de acreditación real.
En la tienda nos quedamos los mortales, ... entró algo más de aire. Dudé entre agradecer mi conciencia de funcionar de igual a igual con quienes funcionan al otro lado de un mostrador, certeza para la que basta con analizar con objetividad las cosas, o examinarme profundamente de si alguna vez puedo caer en la misma fatuidad.
Enseguida notas que en sus planes de compra no se incluyen concesiones a la galería. Saca su monedero de diseño y pregunta cuánto es ... paga y recoge las vueltas, sin mover ni un palmo ni una pestaña ... la cola que su ceremonia ha ido provocando no se si la ignora o la disfruta. Cuando parece que ya se termina la gestión pide una servilleta, como quien lo hace a un sirviente del XIX, con exigencia, diría que con una implícita insinuación de que el servicio no ha sido completo. Y abandona el establecimiento con la cabeza alta, impávida, reverberando esos aires de grandeza carentes de acreditación real.
En la tienda nos quedamos los mortales, ... entró algo más de aire. Dudé entre agradecer mi conciencia de funcionar de igual a igual con quienes funcionan al otro lado de un mostrador, certeza para la que basta con analizar con objetividad las cosas, o examinarme profundamente de si alguna vez puedo caer en la misma fatuidad.
3 comentarios:
Eso es lo que distingue a las buenas personas. Un beso
Ese tipo de persona que describes en tu post abunda mucho, según voy observando.
Son tan rígidos, tan tiesos, tan poco empáticos y, en general, tan intolerantes y poco comprensivos con el prójimo, que no es que parezca que se hayan tragado una vara, sino que es como si tuvieran un palo metido en tal sitio (aunque el efecto de la vara o el palo sea el mismo, se merecen que se les asocie con la escatología, antes que con el yantar).
Buen fin de semana y ¡Visca Santa Tecla!
..y visca Sant Miquel!
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