Corría el mes de septiembre de 1980, aún duraba el calor agobiante del verano y quien esto escribe, acabada felizmente la carrera en el mes de julio, se encontraba cumpliendo con la Patria en el Campamento de Rabasa, en Alicante. Fue un mes y pico caracterizado por los agobios, por pagar el precio de la inexperiencia y la candidez y por ese peligro permanente de aborregarse que tenemos los varones cuando andamos en "manada". Nunca conseguí mostrar excesiva marcialidad, aunque al final uno consigue pasar el apuro y hasta conservar recuerdos gratos de una experiencia tan poco deseada.
Nunca olvidaré un día en que quienes nos mandaban decidieron dedicar al día a que desempeñáramos oficios varios. Así cada recluta fue preguntado sobre su profesión y uno, pardillo e inexperto, tuvo la torpe ocurrencia de decir que acababa de terminar Derecho ... como suele ocurrir en estos casos, ante la inutilidad del conocimiento de las leyes en ese tiempo y lugar concretos, fui enviado a un campo cercano a recoger junto a otros "primos" similares piedras y escombros. La mañana resultó agotadora, aunque la experiencia se iba a quedar pequeña ante lo que vino después.
Como por lo visto se trataba de mantenernos ocupados, se nos encargó que tras la comida echáramos una mano en recoger el comedor e ir llevando platos, cubiertos, bandejas y cacharros a la cocina. Al mando de esta última se encontraba un individuo de quien recuerdo era orondo, joven, sudoroso y con aspecto sucio. Tuve la impresión de que era originario de las Islas Canarias, con el acento propio de los "guanches". No tengo ni idea de si era militar profesional, andaba haciendo la mili en la cocina o era un civil contratado, ... lo que recuerdo como si fuera hoy es la crueldad con que nos trató, la reata de insultos, comentarios despectivos, amenazas y obscenidades que le escuchamos sin parar en el escaso cuarto de hora que duró la operación. Manteniendo una sonrisa despreciativa e hiriente, nos trató como a seres inferiores y sin alma, con esa actitud de prepotencia y seguridad que da el saberse con la sarten por el mango, el que le hubieran dotado de un poder, de una autoridad ante la que no cabía defensa, por mucho que fueran provisionales y las ejecitara de forma soez y desaliñada.
Desde ese día viví atemorizado ante la posibilidad de que un día me tocara trabajar en cocina, un servicio que duraba 24 horas y que podía terminar siendo un calvario. No se si por suerte o porque alguien intercedió por mí, no tuve que volver a pasar por la cocina ni ver al personaje citado. Con el paso de tantos años sigue vigente en mi memoria esa escena que en su día me pareció terrible y eterna, aunque las templanza que da el tiempo me mueva a ser más condescendiente. Las personas, posiblemente, somos capaces, vete a saber por qué razones, de mostrar nustra cara mas agria, más cruel, pero no es menos cierto que incluso el individuo que me inquietó tanto tenga su lado humano, e igual quede poner la piel de gallina a un grupo de reclutas torpes y novatos, era capaz de quere a una mujer, cuidar a unos niños, ser un buen hijo y ser generoso con quien lo necesita.
8 comentarios:
(...) "pero no es menos cierto que incluso el individuo que me inquietó tanto tenga su lado humano, e igual quede poner la piel de gallina a un grupo de reclutas torpes y novatos, era capaz de quere a una mujer, cuidar a unos niños, ser un buen hijo y ser generoso con quien lo necesita."
... o no.
Efectivamente, cabe la otra posibilidad .... y en cuanto me pongo a recordar me parece la más probable.
Pero repito, hay brutos que en familia son un encanto y seres dóciles que en ocasiones se convierten en un tigre de Bengala.
Pues yo la verdad, dudo que tuviera un lado amable. Un beso.
Alguien dijo alguna vez que, si quieres conocer de verdad a una persona, dale un poco de poder.
A ese cocinero malencarado, sudoroso y más bien sucio se lo dieron. Y fíjate qué pronto se delató.
Salud!
"Si quieres conocer a Juanico, dale un carguico ..."
No es excusa para la agresividad, pero me imagino la cara del pobre cocinero, cuando le mandaron de ayuda, a unos señoritos universitarios, que no habían pelado una patata en su vida.
Al menos yo, he de admitir que no tenía excesiva experiencia en cocina, aunque en recoger cacharros, que era lo único que se me mandaba en esa ocasión, no andaba pez. Pero te aseguro que la actitud del individuo no tenía que ver con unos estudios más o menos avanzados, sino con la condición de novatos que teníamos. El tío disfrutaba hiriendo y amenazando y no creo le importara mucho si habíamos aprobado el Derecho Mercantil.
En la mili aprendí otras lecciones mucho mejor trabajadas.
Y te tienes que callar, o si no, te va peor.
Y se crecen, porque se saben impunes.
Me repugna mi propia cobardia
Me entristece mi impotencia
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