26 de enero de 2017

Incertidumbres


Estoy terminando de leer "Tu no eres como otras madres", ese magnífico testimonio de la alemana Angelika Schrobsdorff en el que nos relata la azarosa vida de su madre, paralela a la historia alemana de la primera mitad del siglo XX, desde los felices años veinte hasta el drama de la hegemonía nazi, agravado en su caso por la condición de judía de su familia. Se trata de un libro al que vale la pena dedicarle tiempo, donde se refleja con una crudeza dramática cómo la tragedia se cernía sobre el pueblo germano -y sobre Europa- ante la indiferencia, la imprevisión y la ingenuidad de muchos alemanes. La protagonista de la historia, madre de la autora, vivió irresponsable y desenfadadamente hasta que las circunstancias, ... la guerra, el holocausto, ... le lllevaron primero a la desolación y luego a la heroicidad.

Quienes rebasamos la cincuentena -y unos cuantos más- crecimos y maduramos en un mundo feliz, en un Occidente ausente de dolores, sustos y riesgos, a pesar de muros de Berlín, telones de acero o guerras frías, situaciones que nos sonaban a problemas lejanos, a peligros que no rebasaban las distantes noticias e imágenes de los telediarios. Cuando cayó el Muro de Berlín y cuando la Unión Soviética se deshizo como un azucarillo, algunos pensamos ingenuamente que llegaban tiempos próximos al paraíso, ... pronto nos caimos del "guindo" y nos dimos cuenta de lo errados que andábamos. Han ido pasando los años y se han ido echando encima demasiadas realidades negativas: el terrorismo islámico, la crisis de los refugiados, la comprobación de que la unidad europea no pasa de ser un apaño lleno de grietas, la desmitificación de la hegemonía de los Estados Unidos, la aparición de líderes con los pies de barro y las intenciones dudosas, ... El mundo se parece cada vez más a un polvorín y si no hay guerra fría más bien parece que se debe al peligro de que ésta pueda ser caliente y explosiva.

Las canas me han enseñado a no poner la esperanza en las intenciones de los hombres, incluso cuando éstas son buenas. Pero hay que seguir adelante. Eso sí, que no nos pase como a esos hermanos teutones de los años veinte, que bailaban y cantaban despreocupados mientras se consolidaban los cimientos de un horror que sería real, por mucho que entonces fuera inimaginable. Afortunadamente no estamos solos, nos queda confiar en Dios y en la bondad de tantos y tantas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya lo dijo Platón, que era muy listo. La idea del bien es cosa de Santos. No puede ser humana pero, al menos podíamos intentar ponerla en práctica.

Y que Dios nos proteja.

Gracias, Modestino. Eres como el aire cuando se abre una ventana.

Susana dijo...

Mejor no pensarlo mucho. Un beso.