10 de diciembre de 2016

Elogio de la correspondencia


Hoy hace 186 años que nació en Amherst, (Massachusetts) la poetisa Emily Dickinson. Las biografías nos la presentan como una mujer excéntrica y, entre otras cosas, se nos dice que la mayoría de amistades que tenía dependían completamente de la correspondencia. Tengo bien claro que la amistad va mucho más allá de remitirse cartas, que es un concepto que incluye acciones tan sugerentes como intercambiar confidencias e intimidades, compartir alguna copa, reír, llorar, celebrar y sufrir con el amigo, ofrecerse apoyo mutuo y unas cuantas más. Pero la costumbre de la gran poeta norteamericana de escribir cartas a los amigos devuelve a mi pequeño acerbo de convicciones el del valor de las cartas manuscritas.

Tengo la sensación de que los últimos años los hemos vivido muy deprisa ... quizá demasiado. La era de internet, los avances tecnológicos, la reducción de las distancias, ... incluso  una oculta necesidad de ejercer la "modernidad" -un concepto equívoco que no tengo bien claro si me gusta mucho-, ha traído consigo una especie de jubilación de algunas cosas que durante décadas parecían imprescindibles. Los teléfonos fijos ya son como una reliquia, al personal le entra urticaria si pretendes buscar una cita para tratar de alguna cuestión, se ha dado finiquito a sellos, pólizas e instancias, el dinero metálico suena cada vez más a cosa pasada, ... y podríamos seguir casi hasta el infinito.

Lo mismo ha ocurrido con las cartas manuscritas. Con no poca frecuencia he sido testigo de la sorpresa de quien la recibe, como si redactar a mano una misiva fuera un despliegue excesivo de energías, una actitud propia de siglos pretéritos, ... casi un desprecio de la tecnología. Yo la costumbre sigo considerándola una manifestación de humanidad, un respetable -¡loable!- detalle de afecto y respeto por quien la recibe, una encomiable decisión de conservar usos de cierta belleza, de virtud propia. Me resisto a equiparar una carta manuscrita a un mail, ... mucho menos a un mensaje telefónico, a un washapp, a un comentario de Facebook. Vale la pena seguir peleando la batalla contra lo impersonal, la defensa de lo bueno que nos dio el pasado.

A lo mejor debo ser incluido en la sección de "anticuallas", calificado como personaje "vintage", ser remitido a "boxes" para no salir ya más. Quizá soy un nostálgico de narices, un ser  que se resiste a al progreso, ... pero quien me ha enviado cartas "a mano" ni se figura la alegría que me ha dado. Directo al corazón.



3 comentarios:

Susana dijo...

Tiene un encanto especial. Un beso.

Anónimo dijo...

Escribir a mano sobre papel no está de moda, como tampoco mandar cartas ni "revelar" fotos. Despues no quedan recuerdos fisicos, todo se pretende que quede almacenado digitalmente.
Así perder el telófono se convierte en un drama porque se pierde la vida entera.
3,1416

Modestino dijo...

Las fotos guardadas en un móvil carecen del encanto de las viejas fotos almacenadas, por ejemplo, en cajas de cartón.