En las redes sociales han proliferado en estos días festivos una serie de referencias y comentarios de tono negativo y pesimista que, centrados en la actual crisis económica y las injustas diferencias entre países desarrollados y no desarrollados, parecían querer echar jarros de agua fría sobre el ciudadano que se disponía a celebrar con mayor o menor esplendidez las fiestas señaladas del momento. Bien está que seamos conscientes de que no todo el mundo lo pasa bien, que alguien nos recuerde que somos unos privilegiados si podemos almorzar, comer y cenar y que procuremos estar a la altura y aprender a vivir con sobriedad y sin dispendios desproporcionados cualquier celebración: me parece que bienvenida será la crisis si nos acostumbramos a ejercitar la mesura y a abandonar derroches y abusos que me temo andaban demasiado generalizados. Pero lo que no me parece bien es que nadie se atribuya la condición de conciencia del resto del personal, que nos pretendan dar lecciones gratuitas de manera general, sin matices ni distinciones. Cuando, por ejemplo, me enseñan la foto de un niño africano desnutrido, siento que el corazón se me encoge y me mueve a pensamientos de dolor y también de deseo de enmienda, pero ni me siento especialmente culpable ni por ello voy a dejar de tomarme el ternasco de la comida de Navidad, si es que lo hay ni si procede, una reconfortante copa de licor. Y eso no quiere decir que no tenga conciencia, sino que pienso que todos tenemos derecho a que esa conciencia surja de la reflexión personal, de la conversación con aquellos a quienes quieres o de la propia confianza que ofrece la amistad, y no de quien, casi seguro que con buena intención, parece pretender hacer de Pepito Grillo y entrar en psicologías ajenas.
Muy frecuentemente he sentido removidas mi solidaridad y mi conciencia, pero esta reacción ha venido del ejemplo de muchas personas que, la mayoría de las veces movidos por sus convicciones y su fe, ha realizado acciones que incitan a la admiración y a la imitación. Pero también es cierto que tales acciones han estado casi siempre protagonizadas por la discreción, la elegancia y la búsqueda exclusiva del servicio y la ayuda hacia el prójimo, no por un afán de dar lecciones, evitando esa especie de exhibicionismo que, desde mi punto de vista, resta mérito a lo hecho. Tengo la impresión de que con frecuencia nos sobra indignación y nos falta reflexión; nos encanta descubrir entre nuestros conciudadanos personajes insolidarios, fríos y egoístas, algo que puede ser cierto en algunos casos, pero vete a saber si quien pasa con apariencia indiferente ante quien pide a las puertas del Mercadona está echando una mano a un hijo o yerno en el paro, colabora con el Banco de Alimentos, aporta buen dinero a una entidad benéfica o suelta algún billete gordo en el cepillo de la parroquia. Lo que pasa es que en ocasiones nos sobra algo de demagogia e incluso cierta capacidad de autocrítica, que lo que se trata es de ser felices y, por encima de ello, hacer que lo sean los demás, no de calentar conciencias ni de ponerse medallas.
9 comentarios:
Muchos pepitos grillos lo primero que deberIan hacer es mirarse ellos,por lo de la paja en el ojo...
Y después es verdad que hay formas de vida que pueden llamar la atención,pero los grandes problemas de la sociedad no creo que lo puedan resolver sólo ciudadanos anónimos con buena voluntad
Todos nos tendríamos que mirar la paja en el propio ojo ... autocrítica hay poca en casi todfos los sectores de la sociedad; ... y alguno diría: así nos va¡¡¡
Qué razón tienes. Criticar a los demás es fácil, pero no juzgarse a uno mismo. Un beso.
Yo que vivía en un colegio dirigido por monjas no quería comer. Así que encontré el modo de impedir que me obligaran alegando siempre que no comía "por el hambre del tercer mundo" y me quedaba tan ancha. Si alguien se preocupaba por mi salud, delgadez... o lo que fuera; yo les amargaba la comida con descripciones de niños desnutridos y las llamaba egoístas.
Lo cierto es que yo no quería comer, y lo demás era mi particular forma de manipular y salirme con la mía.
Lo mio era estrategia de defensa.
Buena anécdota y buena reflexión. Todos tendemos a arrimar el ascua a nuestra sardina.
Realmente has dado en el clavo Modestino, más que conciencia valores y principios,en muchas ocasiones lo que hay es exhibicionismo social. Lamentable pero cierto. Yo tambien considero que en cualquier acto realmente valioso, la discrección es indispensable. Simplemente para tener la seguridad de que no se hace para "que nos vean". Un abrazo muy fuerte!
Otro abrazo!, pienso que hemos.ido a.peor, aunque puede que parte de esta opinión tenga que ver con que me hago viejo ;)
Me gusta como escribe usted, serias un Pepito Grillo.
No lo pretendo, pero a veces me sale la vena moralizante ;)
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