5 de octubre de 2011

Ir a la suya en el bus



Ya he hablado en otras ocasiones de las diversas vivencias que uno puede tener viajando en autobús; por lo general el uso de los medios públicos de transporte, por mucho que en ocasiones den lugar a alguna que otra molestia o contrariedad, es fuente de momentos gratos, a la vez que es algo que nos hace más humanos, ya que entre otras cosas, nos obliga a convivir los unos con los otros, a comprender materialmente que nuestro caminar por esta tierra no es -nunca mejor dicho- un viaje en solitario, que no estamos sólos.

Pero usar el bus también te ayuda a comprobar que nuestra sociedad se está volviendo individualista y, a veces, insolidaria. Los usuarios del autobús -yo, como es sabido, puedo dar fe del que hace el trayecto Huesca-Zaragoza y viceversa- nos convertimos en ocasiones en una especie de hurones y nos comportamos como si fuéramos los únicos viajeros, ... vamos, que da la impresión de que el resto del personal nos importa un comino. Es ésta una realidad que vengo observando desde hace tiempo, y puedo aportar unos cuantos botones de muestra.

El bus de Zaragoza viene con frecuencia de Jaca y en la "Intermodal" oscense se suele bajar un buen número de personas, aunque algunos quedan en el interior por seguir viaje a la capital del Ebro; no es raro encontrarse algunos de estos viajeros apalancados en su asiento, impidiendo el paso al de al lado, con las piernas extendidas e incluso con éstas encima del asiento. A uno le entra el complejo de intruso, como si se enfrentara a los dueños de casa ajena, sintiéndose recibido de modo hostil, cual oscense atrevido que ocupa un vehículo. Así acabas sintiendo, con razón o sin ella, que te has convertido en inquilino molesto, que se te niega el derecho a optar por un asiento y que andas rodeado de personajes que llegaron antes y se encuentran en tierra conquistada.

Situaciones parecidas se suelen producir en el autobús de regreso, cuando el vehículo efectúa la parada preceptiva en el Paseo María Agustín de Zaragoza, enfrente de la vieja fundición de "Averly" que curiosamente ha dado nombre a dicha parada; al subir no es raro encontrarse con pasajeros que ocupan el asiento del pasillo, dejando libre el de la ventanilla y que no hacen ademán alguno de ponerse en disposición de dejarte hueco, incluso frecuentemente se observa como quedan depositados en el asiento vacío mochilas, carteras, bolsas, paquetes, compras, ... como si éstas hubieran pagado su ticket y tuvieran derecho preferente. Mi planteamiento vital, y puedo asegurar que no voy por la vida de "hombre solidario", es que cuando alguien entra y busca un asiento, algo que frecuentemente es el final de una fase de cierta incertidumbre ante la necesidad de encontrar billete, llegar a tiempo al bus, subir sin incidentes y ubicarse dentro, si tienes uno al lado lo natural es ponerte en disposición de facilitar que alguien lo ocupe. Resulta cuando menos curioso observar como cada cual pasa del resto del personal olímpicamente.

También resulta sorprendente la actitud de quienes, sin encomendarse a Dios ni al diablo, ni pedir permiso alguno, proceden a extender el asiento hacia atrás sin importarle que el viajero inmediatamente posterior quede emparedado entre su asiento y la espalda del delantero. Se ve que hay quien da preferencia absoluta a su propio descanso y comodidad aún a costa de dejar a otro en posición próxima a la tortura puede que hasta el final del viaje. Encima, si alguien tiene la osadía de pedir que reponga el asiento a su situación primitiva, hasta es posible que reciba una mirada de sorpresa, como si quien la dirige le clasificara con la misma en la nómina de los intolerantes.

Un aguda observación de la actitud de quienes ocupan la posición temporal de pasajeros de un autobús estoy seguro de que nos permitirá realizar una radiografía mucho menos pesimista de como anda la solidaridad del personal, pero puedo asegurar que esta especie de indiferencia ante el resto del mundo existe, sin que me atreva a dimensionar la magnitud del diagnóstico.


17 comentarios:

paterfamilias dijo...

En mi vida ha habido varias épocas en las que he usado habitualmente el transporte público. La última de ellas con los trenes de Cercanías de Renfe y eso que cuentas es así: insolidaridad por un tubo, malas caras cuando insinúas que quieres sentarte y obligas a un tipo a quitar su mochila del asiento de al lado, o a quitar los pies del de delante y por supuesto, nadie que ceda un asiento a una persona mayor. Lamentable.

Mariapi dijo...

Gracias a Dios hay también otras actitudes...pero tu descripción es fiel a lo que cotidianamente vivimos, un embrutecimiento de las relaciones sociales, un "yoismo autista".
Gracias, voy a enfatizar más en eso tan antiguio del "gracias" y "por favor".

Susana dijo...

Lo que yo he notado es que suelen ser los inmigrantes los más educados y solidarios en estos casos. Se ve que todavía no se han contagiado de nuestras costumbres.

Rosmary dijo...

Tambien hay gente amable que te cuenta su vida.O se ponen a hablar por el movil pensando que nadie los oye .En estos casos y -sobretodo cuando el que habla lo hace en voz alta-,se hace un silencio,no se si sera para escuchar mejor.Debemos tener un corazon de cotillas.

Modestino dijo...

Sí que tendemos al cotilleo, Rosmary ... y a veces deberíamos ser más receptivos con quién busca "palique".
Los inmigrantes -no todos- tienen más acentuada la sensibilidad hacia el vecino, tal vez porque andan más necesitados de solidaridad.
En cuanto a las personas mayores, nos falta por un lado simple educación y, además, capacidad de comprender que cuando se han perdido facultades un viaje puede convertirse en una aventura que supera.
No obstante, también he visto con frecuencia detalles solidarios bien hermosos y ejemplarizantes.

Driver dijo...

La última vez que le cedí mi asiento a una señora mayor en el metro de Madrid, me miró como si fuera un ser extraño, fuera de época, con alguna doble y maligna intención homicida, y me observó detenidamente buscando algún vestigio de arma de fuego o punzante que justificara el verdadero motivo de mi aparentemente altruista gesto.

Hasta ahí más o menos habitual.

Lo malo fue cuando llegué a casa, me miré en el espejo del baño y me sorprendí a mí mismo mirándome como si fuera un ser extraño, fuera de época, con alguna doble y maligna intención homicida, y me observo detenidamente buscando algún vestigio de arma de fuego o punzante que justificara el verdadero motivo de mi aparentemente altruista gesto.

Y entonces al descubrirme cual fiscal inquisidor de mí mismo...
Me acojoné.

Modestino dijo...

:) es posible que para algunos-as esos gestos sean hasta sospechosos, pero creo que la mayoría aún se sienten agradecidas.

Driver de las Calzas Verdes dijo...

No lo sé amigo Modestino.
Sólo sé que en las grandes ciudades estos gestos son más propios de épocas pretéritas, dándote la sensación que deberías transportarte a caballo, llevar capa (y espada o florete, según tu condición social), bigotillo puntiagudo, calzas, botas altas de cuero, espuelas y salvoconducto real para cruzar según qué puertas, y que llevas en el bolsillo unos sonetos de Quevedo para amenizar la espera de la diligencia.
¡Qué tiempos! ;)

Pilar Lachén dijo...

Quizá es que nosotros somos de la generación del por favor, gracias, levantarse y ceder el sitio a una persona mayor y, por mucho que esta actitud que describes esté tan extendida, no nos habituamos a que en ciertos momentos de nuestra vida tenemos que dejar de ser yo para pasar a ser nosotros.

Modestino dijo...

Somos una generación que, con sus carencias y defectos, fuimos educados en el respeto a los demás. Ahora impera a veces el sálvese quién pueda y el vecino me importa una higa.

Anónimo dijo...

Me encanta cómo describes el ambiente Modestino, ese complejo de intruso, se revive como a cámara lenta, con humor, leyéndote.

A mi tía en un viaje a USA hace años (todavía se podía volar en helicóptero entre las Torres )gemelas le ocurrió un suceso curioso. Sus dos vecinos de viaje roncaban ya antes de despegar, pero la cabeza del que no era mi tío, comenzó a deslizarse lentamente por el asiento con los traqueteos del despegue y acabó apoyada, reposando cómodamente, en el hombro de mi tía. Ella, toda educación y dulzura, no se movió para no despertarle, y así en esa posición llegaron a USA.. Al anuncio del aterrizaje despierta solemne el individuo, endereza la cabeza y le dice a mi tía: Uy! disculpe..es que me he quedado un poco traspuesto...

Nada, ocho horitas de nada..ja, ja! No me canso de oírselo contar.

Modestino dijo...

La anécdota es muy buena. Yo tengo clara tendencia a echar cabezadas en el autobús, aún en un trayecto tan corto como el Huesca-Zaragoza, y creo recordar que una vez me pasó algo perecido, con la consiguiente plancha.

veronicia dijo...

Tal y como las personas se comportan en los ambientes públicos así se reflejan... si conducen sin respetar el paso de peatones, si dan prisas para que pase un anciano o no paran, si tocan el claxon o dan prisas a quien pasa cargado mientras ellos van en coche... así son en la vida.

Hace casi dos años subí a un "bus" dos extranjeros yo y el resto pijos del puente aéreo, me sentí avergonzada de todos los españoles de como supuestas personas educadas y con poder adquisitivo podían ser tan irrespetuosos, egoístas, malcarados y abusones.

Maireen dijo...

Uso con bastante frecuencia el autobús que va de mi ciudad a la ciudad en la que trabajo (cinco trayectos a la semana, los otros cinco en coche). El viaje es corto y nadie suele reclinar el respaldo. Tampoco se llena, ni mucho menos, así que todo el mundo prefiere sentarse en un asiento de forma que tenga el de al lado libre.

No me importa repetirle, en la parada, un montón de veces el destino del autobús a toda una serie de personas mayores, a pesar del cartelón bien grande donde se ve claramente. Pero ponerme de charla totalmente forzada con alguien que no conozco es algo que me supera.

Del mismo modo que me parece fatal que te aprisionen con el respaldo de su asiento, me parece fatal que te aprisionen con una charla absurda cuando ven que vas leyendo.

Modestino dijo...

Hay gente que revienta sí no te da conversación, y me temo que es muy difícil luchar contra ellos ... los hay inasequibles al desaliento.

Brunetti dijo...

Cuanto más mayor me hago, más misántropo me vuelvo, querido amigo. Este mundo está lleno de cafres.

Pero mañana ya es jueves y el fin de semana comienza a divisarse en el horizonte.

¿Qué sería de nosotros sin los fines de semana? Creo que reventaríamos como sapos.

Modestino dijo...

Sí, amigo, exceso de pueblo soberano.