El pasado domingo cogí un taxi. Lo hice en la parada que se ubica en la Calle Isaac Peral de Zaragoza, jutno al "Gran Hotel" Ya de entrada me llamó la atención lo limpio y brillante que lucía el vehículo, tanto que me recordó al mítico anuncio de cera limpiadora de mi infancia: "Manolo, coche nuevo eh? ... no, "Rally". Al entrar comprobé que no estábamos ante un evangélico "sepulcro blanqueado", sino que también se veía limpieza: ni rastro de suciedad, ni olor a rancio. El taxista era un hombre amable y discreto.
No obstante, la mayor, y grata, sorpresa surgió cuando una vez aposentado comprobé que en el espacio intermedio entre los dos asientos delanteros y al acceso del ocupante de los traseros había una bandeja con caramelos de menta o eucalipto, perfectamente conservados en envoltorio trasparente con los laterales color verde oscuro. Un detalle de ese calibre no lo había visto nunca, y consiguió que aumentara desde ese momento mi valoración del gremio taxista.
Durante el trayecto me pasó por la cabeza pedirle al cconductor uno de esos caramelo, pero tal vez por andar aún bajo los efectos de semejante descubrimiento, al llegar a mi destino me limité a pagar y recoger el cambio. Solamente cuando cerré la puerta del vehículo caí en la cuenta de que me había quedado sin catar el sencillo e inhabitual manjar que portaba ese taxista tan completo.
1 comentario:
Qué detalle. Un beso
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