En la mañana de ayer, un magnífico domingo de noviembre, pasé por El Pilar. En su interior se reunía, como siempre, mucha gente. La zona del Altar Mayor estaba cerrada por celebrarse Misa y en la Santa Capilla reinaba esa mezcla de paz, fervor y admiración de siempre. Tras rezar a la Virgen y hacer una pequeña escala en un lugar cercano en nombre de alguien que se lo merece, me dirigí a la parte trasera, donde se encuentra el medallón en el que se venera el Pilar.
La cola para besar la santa columna no era larga, pero enseguida vi que había parón. Una señora de mediana edad, rubia y bien arreglada, estaba arrodillada con la cara "enganchada" a la columna y no hacía ademán de levantarse. La espera se hizo larga -es posible que subjetivamente- y todos los que esperábamos respetamos la devoción de la mujer y su evidente necesidad de descansar su estado de ánimo en tan trascendente lugar. Cuando se levantó, pude observar que lloraba.
Tras dar mi beso al Pilar y reincorporarme, pude observar que la referida señora esta a un lado, en un hueco de la pared, llorando desconsoladamente, con tanto silencio como signos evidentes de dolor. Como es lógico, quienes pasamos por allí lo hicimos con la discreción y el silencio que las circunstancias requerían, aunque hube de rechazar la tentación de hacerle algún signo de ánimo y cariño: pensé que en momentos así uno necesita la intimidad y el anonimato.
No tengo ni idea, como es lógico, de los motivos que provocaban la tristeza y angustia, evidentes, de la pobre mujer. Ignoro si serían cosas de salud, penas familiares, angustias laborales, soledad, ... pero confío en no caer nunca en la indiferencia o frialdad ante las penas ajenas. La escena revivió en mi nterior a lo largo del día, y deseé que la Virgen, poderosa y, sobre todo, madre encontrara la forma de aliviar un dolor que sin duda era profundo.
2 comentarios:
Qué lástima. un beso.
Que la Virgen consuele su pena para que cese ese llanto. No está sola. Ahora somos más los que rezamos por ello.
Eres un hombre extraordinariamente sensible, Modestino. Preciosas palabras las que le has dedicado impregnadas de empatía, comprensión y humanidad.
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