15 de mayo de 2017

De pérdidas y rebeldías


Cuando alguien nos deja surge, inevitablemente, el dolor. Un dolor que, lógicamente, tiende a andar en proporción al cariño, la cercanía, ... la amistad que manteníamos con quien fallece.  Al llegarnos la noticia de una pérdida, que puede ser más o menos esperada, la cabeza y el corazón acumulan sentimientos encontrados: un aluvión de recuerdos, la conciencia de no haber estado siempre a la altura, de omisiones, ocasiones perdidas, ... y, por supuesto, momentos inolvidables, tiempos de brillo y luces, ... y la figura de quien falta que se impone en todo su esplendor.

Es sin duda ley de vida, para quienes creemos en Dios, en la eternidad, siempre queda la esperanza, la confianza, a veces algo forzada, en quien entendemos sabe más. Pero tal vez no es tiempo de regatear dolores, de esconder tristezas, ... llorar al ausente no deja de ser una forma de velarlo, de compartir el momento, con quien se ha ido y con los seres más cercanos que sufren un vacío inconsolable. No tiene por qué ser malo encauzar las rebeldías. La arrogancia puede revestir distintas formas, no somos quienes para asumir representaciones ni para dictar instrucciones sobre modos de reaccionar. El dolor, el desconsuelo son legítimos, y rebelarse puede ser otra forma de rezar.


2 comentarios:

Alberto dijo...

Perfectamente expresado. Creo que para la pérdida de un ser querido, seas o no creyente, no hay consuelo que valga. Sólo la distancia puede remitir el dolor, que no el recuerdo.

Susana dijo...

El sufrimiento es inevitable pero no quita la oración. Un beso.