27 de septiembre de 2016

Ni lirón ni tirón


Recuerdo un viejo chiste en el que un hombre mayor le comentaba con nostalgia a su también anciana esposa: "¿Recuerdas cuándo hablábamos todo seguido?". A mí me pasa algo parecido, pues me entra el "saudade" cuando recuerdo aquélla época en la que era capaz de dormir "todo seguido". Desde hace bastante tiempo mis noches están protagonizadas, además de por sueños, pesadillas, algún ruido callejero o escándalo vecinal, por un constante cerrar los ojos y despertar ... de hecho, es rara la vez que consigo sumar más de dos horas o dos y media seguidas de sueño. A lo dicho cabe añadir en los últimos años un frecuente ejercicio de idas y venidas para operaciones fisiológicas "de calado".

Como no me hace gracia añadir una pastilla más a las 6 0 7 que los achaques y demás circunstancias me obligan a tomar, me viene bien hacer ejercicio filosófico sobre la noche y sus circunstancias. Claro queda que no me refiero a la noche como diversión, ese noctambulismo al que algunos son tan aficionados, sino a la noche como realidad a la que te enfrentas cuando andas acostado, insomne y con horas por delante.  Y como se trata de no amargarse y saber extraer lo bueno de estas situaciones, no está de más aprovecharlas para leer, para pensar, meditar o incluso entrenar la mente con ejercicios y juegos que la mantienen ágil y dinámica.

Conozco a más de uno, con innegable mentalidad de ingeniero, que tienen perfectamente estudiado lo que deben hacer cuando Morfeo se porta mal, y consiguen así mantener su "piñón fijo" y "cuadrícula" mental también en tiempo de descansos. Yo tiendo más a la improvisación, y he descubierto que el insomnio, cuando consigues frenar nervios e impaciencias, es una buena ocasión de ejercitar la nostalgia, de recordar momentos y vivencias que tal vez eres incapaz de retener en ratos más activos, ... desempolvas esos sucesos que te hicieron sonreír, disfrutar, exultar y hasta llorar, y con ellos le vuelves a poner cara a viejos amigos, gente de bien, ... Y que conste que cuando hablo de recordar lo bueno no me refiero en exclusiva al gol de Nayim.

No obstante, aunque tengamos que tomarnos estas limitaciones desde el lado bueno, bajo un prisma positivo, no se puede impedir que de vez en cuando nos entre el anhelo de esa juventud en la que cerrábamos un ojo al acostarnos y abríamos el otro por la mañana.

4 comentarios:

Susana dijo...

Dormir bien es una bendición. Un beso.

Brunetti dijo...

Qué cosa más antipática, esa del insomnio.

De todas formas, mucho me temo que, a medida que nos vamos haciendo mayores, se va acrecentando ese mal.

Recuerdo que tanto mi padre como mi abuelo se quejaban de lo mismo: que durante la noche daban vueltas y vueltas en la cama sin lograr pegar ojo.

Eso sí, lo que no reconocían era que, al mediodía, después de comer, se aposentaban ante el televisor a ver el Telediario y al instante se quedaban fritos.

Por cierto, espero no lesionar tu derecho a la intimidad, querido Modestino, si publico en este foro que tú también tienes por sana costumbre darte una cabezadita (o una cabezada en toda regla) después de comer.

No me extraña que luego, por la noche, el bueno de Morfeo te dé calabazas.

Un abrazo,

Modestino dijo...

Lo que pasa, amigo Brunetti, es que no te sabría decir qué fue antes el huevo o la gallina, es decir, si duermo mal porque me he echado una cabezadita o si la razón por la que me echo ésta es que duermo mal.

Anónimo dijo...

Antes de las diez he de tomar mi querida quetiapina, dos horas mas tarde quiera o no estoy durmiendo.
Alterar esta pauta supone enfermarme.
Soy incapaz de atender cualquier compromiso antes de las nueve de la mañana y mi cabeza funciona con normalidad a partir de las diez.
Tampoco es que tenga muchas opciones.
Alguna vez pienso en no tomarme la pasitilla y ver que pasa pero lo que pasa es que enfermo.