19 de noviembre de 2012

En paz con Dios


Hace unos días cene con varias personas en uno de esos locales más bien "pijos"; se trataba de uno de esos "maridajes" de vino con tapas, un uso que al parecer se ha generalizado ahora pero del que, como tantas cosas, carecía de experiencia. A mi izquierda se sentó un individuo a quien conocía poco, un hombre ya maduro, simpático y amante de la buena vida, siempre en el sentido más saludable y grato de la palabra. Fue una compañía agradable y con la útil colaboración de las excelencias de comida y bebida me ayudo mucho a pasar una velada magnífica. En un momento de la noche, no se cómo empezó, salió el tema de la muerte y nuestro destino final y este hombre se descolgó comentando que el lo tenía arreglado con Dios, "es amigo mío", afirmó y "me llevo bien con él". Me llamó la atención la sencillez y la confianza con la que se tomó el hombre la cosa, y esa seguridad, que no era, me parece, ni vanidad ni presunción, con la que se enfrentaba a un juicio particular que no tenía ninguna duda se iba a producir. Y, ¿por qué no decirlo?, sentí envidia, deseé mantener esa actitud y ese planteamiento, que no deja de ser una muestra de fe y de confianza en la providencia.

No tengo ni idea de las costumbres piadosas de esta persona; fe es indudable que tiene, pero no da la impresión de que rece demasiado, ni siquiera de que cumpla con los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. A pesar de ello, no me atrevería, ni de lejos, a poner en entredicho ni su afirmación ni su condición de buen cristiano. En los tiempos que corren tiene su punto de admirable un reconocimiento público de la propia fe, admitir que tras la muerte uno se enfrenta a un juicio, asumir que estamos en manos de Dios. No se si la afirmación de este hombre, dicha alegre y espontáneamente a altas horas de la noche oscense tras una buena pitanza, a la luz de la luna y con el frío de la madrugada, responde a los rigores más inflexibles de la ortodoxia, si escandalizaría a algunos de sus pretendidos guardianes, pero no puedo evitar que me atraiga. Es una buena forma de vivir, confiado en gozar de la amistad de aquél de quien depende todo; para ello evidentemente habrá que cumplir unas condiciones previas, pero creo que fue San Pablo quien en la Epístola a los Romanos afirmó eso de que "La justicia de Dios es su misericordia", ... y ¡quien le niega tal misericordia a un amigo! ...

4 comentarios:

Susana dijo...

Hay gente que tiene una fe sencilla que resulta muy envidiable. Yo lo veo mucho en los inmigrantes latinoamericanos. Un beso.

Modestino dijo...

Lo de los inmigrantes latinoamericanosd es llamativo, con sus contradicciones, eso sí. El caso que comento creo que es distinto, se trata de un hombre cabal, me parece.

Anónimo dijo...

Si saliera el tema en una comida no tendría el más mínimo problema en explicar que tengo la certeza de que Dios es mi padre, que es muy bueno, y que seguro que voy al cielo (no de punta cabeza) de punta cabeza ire al purgatorio...
Creo que la única opción de ir de punta cabeza al cielo seria morirme al segundo de ganarme el jubileo por hacer el Camino de Santiago.
Yo tengo fe. Y tu compañero de mesa ademas de tenerla la profesa con sencillez y la difunde.

Modestino dijo...

Mis sensaciones son parecidas.