14 de noviembre de 2012

El espíritu cordial


Hay quien dice que la extrema cordialidad genera desconfianza, y no debe ir descaminado pues a todos nos ha entrado alguna vez el demonio de la incredulidad cuando hemos visto saludarse con una sonrisa de oreja a oreja a Rajoy con Rubalcaba, Florentino con Rosell, Nixon con Breznev o Lola Flores y Sara Montiel. Pero al mismo tiempo, la cordialidad es necesaria, y en estos tiempos de malas caras, desazón generalizado y tendencia motivada al pesimismo, comienza a convertirse en un valor tan escaso como urgente. A todos nos gusta que nos saluden con simpatía, que quien nos atiende o aquél al que atendemos nos trate con esa amabilidad que un nota sincera, con modos que te hacen comprender que al otro le importas y está dispuesto a hacértelo fácil.

No basta -al menos no debería- con esa cordialidad artificial, la de quien quiere ser amable por interés, egoísmo o simple afán de quedar bien; la cordialidad ha de salir del alma y en la medida de lo posible fundamentarse en una sincera actitud de afecto al de enfrente. Y esto no es fácil, al menos a mí me cuesta y a veces me sorprendo poniendo cara de perro al pedigüeño que me da en exceso la vara e insiste en reclamar una ayuda o tratando con menos gracia a esa persona -a todos nos pasa- que no nos ha entrado precisamente por el ojo derecho, o manteniendo actitud de niño "rezongón", ... La cordialidad se opone a la hostilidad, pero también a la indiferencia, porque tanto pueden herir los golpes agresivos como los suelos resbaladizos o la aspereza del papel de lija.


Se dice que esta vida son cuatro días y es verdad, y como los primeros años suelen pasar más despacio, la fugacidad se acrecienta con el tiempo; por eso mismo vale la pena mantener ese espíritu cordial, una filosofía que periódicamente ponen en peligro los agobios, las discrepancias, la impaciencia, los dolores de muelas, la impertinencia ajena, la incontinencia propia, los telediarios, el Gobierno, la clasificación liguera, la mala leche del prójimo, ... tantas cosas que vale la pena superar para vivir inmiscuido del espíritu cordial, que en el fondo no es más que el amaros los unos a los otros que alguien nos sugirió hace más de dos mil años.


8 comentarios:

Susana dijo...

Qué razón tienes. No basta con fingir interés. Hay que sentirlo. Un beso.

Modestino dijo...

... y a veces cuesta¡¡¡

Pilar Lachén dijo...

Todos queremos recibir una sonrisa, pero primero hay que darla.
La vida siempre te devuelve lo que le das (antes o después).

Modestino dijo...

Pero alguien ha de empezar, Pilar :)

veronicia dijo...

Yo pienso que la cordialidad fingida sirve de poco porque inevitablemente nuestro subconsciente percibe las microexpresiones de nuestro interlocutor y al percibir una contradicción entre lo que vemos y lo que percibimos sentimos que algo no concuerda...
A veces encuentro personas que se que lo están pasando mal y se esfuerzan por hacerme sentir bien, eso lo valoro mucho porque regalar una sonrisa cuando se llora por dentro es muy generoso.
Yo que emocionalmente soy como un espejo trato de dejar a tras a los malhumorados y encontrar motivos para que la sonrisa no desaparezca.

Modestino dijo...

Es cierto que dificilmente s epuede engañar a nadie, pero hay auténticos expertos en "sacar los títeres" ... ;);)

dolega dijo...

Es cierto que la cordialidad es mejor sentida que fingida. Pero no es menos cierto que la buena educación también amerita una cierta cordialidad aunque sea por modales.
Saludos

Modestino dijo...

Pues sí, a veces las circunstancias exigen ejercitar un poco de actor teatral.