27 de julio de 2012

Quinceañeras en la canícula


Me encontraba hace unas semanas en Valencia y tuve que esperar un rato a unos amigos que me tenían que recoger en coche; habíamos quedado citados junto a la boca de Metro de la Avenida del Cid, una zona más bien modesta y popular de la capital del Turia, y por haber llegado demasiado pronto decidí buscar un banco en una calle lateral para esperar descansado y, de paso, huir del sol que  a esa hora de la tarde -en torno a las 19.30- caía fuerte sobre la ciudad. Al poco de acomodarme en el banco de enfrente se instalaron dos chicas adolescentes, calculo que tendrían en torno a uno 15 años, ambas con el uniforme propio del tiempo y de la edad: top de tirantes, mini-short y sandalias equiparables a las usadas por los miembros de las legiones de Escipión; ambas permanecieron calladas, comiendo maíz tostado o algo parecido y mirándose mutuamente hasta que llegó una tercera, vestida de modo análogo, que fue la que terminó dando el pistoletazo de salida a la caja de los truenos.

Así, la recien llegada y uno de las dos que ya estaban comenzaron a increpar a la tercera, una moza delgada, rubia y con coleta que se llamaba Silvia, echándole en cara, según deduje, que no les hubiera informado de sus encuentros y desencuentros con un novio con el que al parecer se había reconciliado. Las dos mozas que ejercían funciones acusadoras se dedicaron a avasallar a la tercera, a quien apenas dejaban defenderse, hablando de lealtades, confianzas, sinceridades y mil argumentos, expuestos con un tono agrsivo, voz chillona y aires de "aquí no hay posibilidad de respuesta". He de confesar que, a la vez que no podía evitar caer en la "tacha" de la curiosidad y poner la oreja, me dio pena la pobre chica, que estaba pagando con la humillación y el acoso el pecado que al parecer había cometido.

La escena me sirvió para conocer mejor ese mundo de las adolescentes, ese ambiente en el que se dramatizan nimiedades, se da importancia a lo que no la tiene y se acentúan ese curioso sentimiento de sentirse ofendido. Me dieron ganas de intervenir, sobre todo al ver a la tal Silvia desencajada y suplicando con los ojos, y cuando le dejaban con la boca, la disculpa de sus implacables amigas. Imagino que siempre habrá ocurrido así y que no cabe extraer conclusiones sobre los jóvenes de hoy y los de ayer, pero me llamó la atención la incapacidad de comprender y perdonar, la insensibilidad para bajar el acento ante el agobio de la increpada y un intuible gozo interior por poder poner a alguien contra las cuerdas. Afortunadamente no osé meterme donde evidentemente no me llamaban, pero me hubiera gustado comentarle a la víctima del "broncazo" que con los años uno comprende que esos disgustos son "pecata minuta", que no valía la pena conservar como amigas a quienes demostraban no ser capaces de disculpar y que, de cualquier manera -y es algo que pensaba con total sinceridad-, era ella con diferencia la más guapa de las tres ... a ver si es que tenían envidia ...

6 comentarios:

dolega dijo...

El mundo adolescente es terrible. Torbellinos de hotmonas desencajadas dando vueltas como en una centrifugadora. Además las señas de identidad de esa época de la vida es el exceso. Todo es excesivo no hay equilibrio en nada.
Pero seguro que tienes razón y era la cochina envidia que se las comía:)
Saludos

Modestino dijo...

He de admitir, dolega, que esa referencia final a la envidia no pretendía ser más que un guiño al considerar que la chica era la más guapa de las tres. Yo no creo que fuera envidia, más bien ganas de aplastar a la otra, encono ... que individualmente no se hubieran atrevido a hacerlo, pero que juntas lo reduplicaron.

Anónimo dijo...

El problema es que hay muchas quinceañeras/os de mas de 40 años..
(creo que se llama sindrome de wendy y de peter pan ,segun sea señora o caballero)...

Modestino dijo...

De esas habrá que hablar en otra ocasión, es un tema más complicado ...

Unknown dijo...

Llego tarde, Modestino. Pero quería añadir algo muy frecuente entre los jóvenes. Es como un pacto: entre amigos no hay secretos. Y pobre de la que se eche novio y no lo comunique al instante por whatsapp o a través de las redes sociales. Es un afán de comer el terreno de la intimidad... Hay que tener mucha personalidad para librarte de las garras de la curiosidad malsana.

Feliz fin de semana, jurisconsulto.

Modestino dijo...

Recordando la conversación creo que das en el clavo, lo que enfadaba a las mozas era que no les hubiera contado nada.