30 de octubre de 2009

El síndrome de Peter Pan



Recuerdo que cuando vivía en Tarragona había quien decía que yo tenía el síndrome de Peter Pan; no se si eso es bueno o malo, aunque las personas que me lo decían -abogados y abogadas de la zona- bien me consta que me tenían cariño. Bien claro tengo que también había algún personaje a quien le ponían nervioso estas cosas y me parece que la inmadurez no es en principio una condición ni deseable ni positiva. Pero no pretendo hablar de mí y, como ya he dicho tantas veces, tampoco busco ni sentar cátedra ni entrar en profundidades excesivas.

El psicólogo norteamericano Dan Kiley, gran estudioso del tema, definió a este síndrome como "el conjunto de rasgos que tiene aquella persona que no sabe o no puede renunciar a ser hijo para empezar a ser padre". Salta a la vista que "strictu sensu" el síndrome de Peter Pan no es algo bueno y quien lo padece tal vez convenga que acude al psicólogo o al psiquiatra. Ahora bien, a uno le preocupa tanto el que en ocasiones parezca que haya que nacer maduro como que perdamos radicalmente esas reminiscencias infantiles que nos hacen más humanos, más asequibles a los demás e incluso, posiblemente, mejores personas.

Entre otras cosas estamos ante un mandato evangélico: "Yo os aseguro: sino cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos." (Mateo 18, 1-5.). De esta frase de Jesús de la que nos habla San Mateo se pueden sacar muchas consecuencias, cada cual puede aplicarse las que considere oportunas, aunque no es mi intención entrar hoy en este tipo de profundidades.

Emular a Peter Pan nos puede convenir, entre otras razones, para no perder ese punto de ingenuidad que tanto nos puede ayudar a sobrevivir. Uno agradece encontrarse con personas que miran de frente, que tienen una mirada de esas que te hacen pensar: "éste/ésta no me va a engañar", una sonrisa que no es "Profidén" sino sincera ... vamos, que es cierto que se alegra de verte. Bendita ingenuidad que nos vuelve humanos y nos quita el óxido del alma.

Y la ingenuidad lleva a la confianza, la del niño con sus padres, con sus amigos del alma, con ese profesor especial. En el devenir de cada día nos encontramos con demasiado resabiado y con algún que otro listillo, de manera que a veces parece que no hay relación profesional sin trampa ni posibilidad de entendimiento sin recovecos ni letra pequeña. Por eso añoro en ocasiones esa candidez propia de los infantes, para quienes lo negro es negro y lo blanco, blanco, y si alguien les da la mano están seguros de que la pueden coger sin miedo a trucos ni zancadillas. El personaje del cuento de hoy no entendía de maldades, dobles juegos ni trastiendas.

Otro aspecto por el que cabe ver luces en ese mundo de Peter Pan es la capacidad de tener ilusión; como cuando uno iba a jugar en el equipo de su colegio por vez primera o a ver una película de la que no ha parado de oír hablar bien (aún recuerdo el fenómeno "Mary Popins" de mi infancia) o le han dado una propina para ir las ferias con los amigos. Puede que de ésto andemos carentes en exceso, no se si por haberlo tenido todo desde el principio todo (en mi época era un acontecimiento la primera tele que entraba en casa), o porque nos falta empuje o nos sobra desolación.

Y esa capacidad de ilusionarse no se puede limitar a los grandes acontecimientos, a las empresas grandiosas; Peter Pan, como niño recalcitrante que era, se mostraba capaz de ilusionarse con la peladura de una mandarina. Ahí es donde cabe descubrir una ilusión sana, en las cosas de cada día, en los eventos más simples. Uno desearía andar por la vida con la sonrisa de oreja a oreja, sin aristas, sin doblez ni dolo, sin planteamientos cenizos.

Aunque, evidentemente, no estamos en el país de nunca jamás.




8 comentarios:

Rosaura dijo...

No se porqué nadie ha contestado todavía a esta entrada que me parece muy buena.
Quizá la gente no se siente especialmente reflejada por ser todos muy maduros, evidentemente no es mi caso, como bien sabes tengo mucho de lo que dices, y aunque por desgracia no tengo padres y me toca hacer solo de madre, la verdad es que me encantaría poder seguir siendo hija todavía y que me mimaran un poquito, recuerdo cúando iba a casa de mis padres y empezaba a comer todos lo dulce que pillaba en la nevera y armarios, sobre todo los helados que siempre había en el congelador, y las revistas que siempre tenía mi madre y yo me leía con gran interés, hace ya mucho tiempo que perdí todo aquello, aunque me alegro de haberlo tenido.
La verdad es que el famoso síndrome de Peter Pan del que hablas suele ser algo bastante peyorativo de lo que se suele acusar no a las mujeres sino a muchos hombres que no asumen responsabilidades.
Como no hay regla sin excepción, en mi casa creo que pasa al revés, el hombre es el más maduro y yo la más cría, qué le voy a hacer.
Precisamente mi pasión por dulces, nocilla, chocolate en general y helados se debe a esa inmadurez consustancial a mí.
No obstante, reivindico la ilusión por las cosas que me gusta seguir teniendo y a tí también, por eso nos llevamos bien, creo.

Modestino dijo...

Caramba Rosaura¡, vaya confesión en toda la regla... Aunque ese hábito de devorar los dulces de la cocina no es exclusiva de tú infancia, eh?.
¿Qué es la madurez?, evidentemente algo necesario, pero no llevemos las cosas demasiado lejos, que vete a saber lo que entienden algunos por madurez, además de que a lo mejor hay quién la exige demasiado pronto, amén de algunos que parece que han nacido maduros.

Tintin dijo...

Nos hace falta mucha desdramatización de lo cotidiano y una mezcla de alegría y sentido del humor. Let's go ¡¡¡

Modestino dijo...

Puede que a veces nos tomemos demasiado en serio a nosotros mismos.
Efectivamente, el sentido del humor es algo para lo que habría que sacar un abono vitalicio.

Máster en nubes dijo...

Gracias por esta entrada para recordar que la ilusión es importante, aunque por lo visto lo del síndrome en cuestión de Peter Pan según me han dicho es "malo", de personas que se niegan a hacer frente a la madurez, a los años, a la responsabilidad. Quizás todo deba de ser compatible ¿no?: madurez pero con ilusión. Un abrazo, jurisconsulto.

Aurora

Modestino dijo...

Claro que es compatible; hablar de Peter Pan no es más que la excusa para mentar la ilusión, la confianza, la ingenuidad, ...

FRANK dijo...

Hola, Modestino!

El hombre conforme crece va teniendo experiencias que lo pueden estropear en su ser, sobre todo si no es fuerte, y de las que poco a poco va aprendiendo; todo ello le da más experiencia pero a la vez le hace ver la maldad de las personas que le rodean, es entonces cuando debe de decidir ser él por encima de lo que hagan los demás, manteniéndose fiel a sus principios y debe de mantener viva la ilusión por la vida y por lo que le pueda acontecer en el futuro.

Es difícil ser tan ingenuo y vivir las experiencias de la vida como un niño, pero ¿Por qué no intentarlo?

Un hombre fingía ser feliz, fingía, fingía y fingía ... hasta que fue feliz.

Me gustó mucho el post del padre y del hijo en la residencia

Modestino dijo...

Las experiencias de la vida nos han de enseñar, hay que estar alerta para aprender de ellas, y también es cierto, como muy bien dices, que nos influye comprobar la maldad de algunos. Pero ni esas experiencias ni esa maldad deberían dar lugar a que nos encerrarámos en nosotros mismos. Conozco a personas que son todo desconfianza, a lo mejor es lógico, pero no es bueno.