El mundo del toreo no sólo lleva frecuentemente consigo arte, casticismo, riesgo y brillantez, sino que también es propenso a la historias "chuscas", a hechos capaces de servir de argumento a películas de pasiones, venganzas y amoríos. El 8 de marzo de 1985 un tal Oswaldo Hernández invadía el domicilio particular de José Gómez Carrillo y, con la complicidad de una segunda persona, asestaba a éste tres puñaladas que según el parte médico "le causaron heridas de poca extensión superficial". Hasta aquí la noticia no debería haber tenido en su día trascendencia alguna, si no llega a ser porque quedó acreditado que tal agresión había sido encargada por el torero jerezano Rafael de Paula para satisfacer con ella sus deseos de vengarse del amante de su mujer. La historia, que acabó costándole al diestro una sentencia judicial que le condenó a dos años de prisión, parece un argumento de novela española del siglo XIX, una historia de la que podrían sacar mucho jugo Fernán Caballero, Pérez Galdós o Pedro Antonio de Alarcón. A lo largo de los meses que siguieron al incidente, los medios de comunicación hablaron mucho del suceso; no solamente era una cuestión propia de la página de sucesos de los periódicos de mayor tirada, sino que como era de esperar, la noticia dio carnaza a la prensa más sensacionalista y salieron a la luz todo tipo de teorías sobre lo que había ocurrido en El Puerto de Santa María.
Rafael de Paula fue siempre un torero "peculiar"; era de esos que se dicen que tienen duende, si bien no se sabe si detrás de esa etiquetación hay algo de cierto o no es más que una forma delicada de afirmar que el diestro a quien se le califica así no anda precisamente sobrado de valor. En la década de los 80 se quiso establecer una especie de dueto del arte entre de Paula y Curro Romero, aunque tengo la impresión de que el de Camas, con todas sus excentricidades, era un torero bastante más completo. De hecho resulta llamativo que desde la alternativa de Rafael de Paula, celebrada en Ronda en 1960 en presencia de Julio Aparicio y Antonio Ordóñez, hasta su confirmación en Madrid pasaran nada menos catorce años. Hasta el intento de relanzar su carrera Rafael de Paula fue el típico toreo que no pasaba de diez corridas al año.
Yo ni soy un experto ni vi torear nunca a Rafael de Paula, pero no me cabe duda de que hombres como él son necesarios en un mundo como el taurino en el que no solamente hay negocio y espectáculo, sino que también hay magia, leyenda y, posiblemente, algo de fantasía. Y si a todo ello añadimos el morbo de una "vendetta" por tema de "cuernecillos" la cosa es aún más llamativa.
7 comentarios:
Me sorprende que siempre hayan sido los toreros figuras tan mediáticos. Actualmente estàn mas presentes en los programas del corazón y por sus amorios y desamoríos que por lo que torean...
(y eso de tener "duende" no lo había comprendido hasta hoy)
Sí, en el mundo del torero hay muchos habituales de la prensa del corazón y de la tele-basura, y algunos no han hecho más que arruinar su carrera.
Como me gustan estas historias de toreros antiguos, por lo menos que yo apenas ví torear.
Y en cuanto a lo que comenta Veronica solo matizar que porque salgan 3 o 4 toreros en la prensa rosa no se debe generalizar. Por poner unos ejemplos, los toreros que mas me han interesado desde que soy aficionado: Joselito, José Tomás, Morante y ahora A. Talavante no creo que se sepa ni con quien estan casados ( si es que lo estan) y estoy seguro que a alguno de ellos el 90% de la gente no les pone ni cara.
Yo añadiría a Manzanares. La estampa del torero mujeriego y golfo vende mucho, pero hay bastante de mito y siempre es peligroso generalizar.
Hay que ver qué mala pinta tiene el tal Rafael de Paula.
Desde luego, si me sobraran 1.000 €, por nada del mundo se me ocurriría prestárselos.
Salud!
Vete a saber, a veces la cara no es el espejo del alma.
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