11 de octubre de 2013

Desagravio a Gabriela


Ayer estuve comiendo con unos amigos en Zaragoza. La ciudad se encuentra desde el domingo en máxima actividad por las Fiestas del Pilar y en cualquier parte te encuentras aglomeraciones, bullicio, alegría, celebraciones y alguna que otra impertinencia. El restaurante, castizo y amplio, ubicado junto a la Plaza de Toros, algo que le dota de un especial tipismo y con más personal contratado que nunca estaba lleno hasta la bandera. El menú de fiestas era bueno y su precio relativamente razonable, lo regamos con vino del Somontano, que para eso veníamos la mayoría de Huesca y lo pasamos en grande. En el comedor, grande y ventilado -por suerte- se respiraban las euforias festivas de estos días, algo que casi siempre contagia ánimos y buen espíritu, pero que a veces, posiblemente cuando los años te han hecho perder capacidad de "follón", puede terminar siendo cargante.

Pero ayer me hizo sufrir un poco la situación de los pobres camareros y camareras a los que les tocaba el papel menos grato, porque no estaban allí ni para ponerse las botas ni para divertirse, sino para trabajar, imagino que muchos de ellos de modo ocasional, tal vez alguno en la única semana del año en que han podido escapar del paro. Evidentemente es su trabajo y cobran por ello, pero no deja de ser complicado pasarse de 13.30 a más de las 17.00 horas yendo de aquí para allá con platos a repartir, platos a retirar, montones de vajillas, cubiertos, botellas, postres y de más, presionados por la necesidad de no retrasarse, llegar a todos, aguantar quizá alguna impertinencia del encargado, la impaciencia de más de un cliente egoísta, los caprichos de otros, algún comentario estúpido o desabrido, alguna broma poco original y una tensión permanente que se mantiene a lo largo de una semana tan productiva como estresante.

A nosotros nos tocó una chica joven y bien parecida llamada Gabriela, con un acento que intuyo lejano a nuestras fronteras, a la cual me temo que terminamos agotando a base de dudas a la hora de elegir postres, líos a la de pedir los cafés y ciertos caprichos de última hora en forma de chupitos. Acabé pasándolo mal viendo como la pobre Gabriela andaba al borde de perder la paciencia ante la tozudez y actitud recalcitrante de alguno; al final la chica aguantó el chaparrón y me temo que observó con descanso nuestra marcha del establecimiento. Sirva este post de desagravio y homenaje a todas las "gabrielas" que tienen que hacer de tripas corazón en estas fiestas del Pilar y en todas las fiestas del mundo en las que el resto de ciudadanos corremos el riesgo de olvidar que hay quien termina agotado para prestarnos ese servicio que nos parece un derecho inalienable y a lo mejor no lo es tanto ... o cuando menos es equiparable al de las "gabrielas" al respeto debido y la comprensión absoluta.

6 comentarios:

Susana dijo...

Yo también admiro el trabajo de los camareros y de las personas que están de cara al público y atienden con prontitud. Un beso.

Modestino dijo...

Hay dias que deben ser agotadores, y las personas casi nunca nos ponemos en su lugar.

sunsi dijo...

Las Fiestas, Modestino... A algunos no les queda otra que ganarse unas perras en días así; agotadores, asfixiantes. Me ha gustado mucho el desagravio. Te honra.

¡¡¡Felices "Pilares"!!!

Modestino dijo...

Espero que si alguno de los que comieron conmigo lo lee, también le guste ... y se de cuenta que no se puede tomar a cachondeo a alguien que se está ganando los cuartos, ni ir pasándole platos sin mirar y como si fuera un mueble.

Anónimo dijo...

No se puede tratar a las personas como si fueran muebles porque no lo son, y si tratan así a un camarero que no se extrañen al saber que más de una vez les han escupido en el plato.

Modestino dijo...

En las cosas que pasan en las cocinas de los restaurantes mejor no pensar ...