El último viernes hice un viaje relámpago a Toledo, y como para ello había de enlazar un par de AVES (Zaragoza-Madrid y Madrid-Toledo) opté por asegurar los tiempos y cogí el primer autobús que sale para Zaragoza, es decir el de las 6.45 de la mañana; a esas horas las calles de Huesca, como las de la mayoría de ciudades españolas, están vacías y silenciosas y cuando me dirigía a la Estación Intermodal no dejaba de tener esa cierta -e injustificada- sensación de misterio, de película de misterio. Al llegar a la estación todo es silencio: a las seis y pico de la mañana no es momento de bullicios y conversaciones; las taquillas ya estaban abiertas y el simpático y amable empleado del cabello albino dispuesto a atender a quien hiciera falta, eso sí ni funcionaba la cafetería ni estaba abierto el kiosco, cómo es lógico por otra parte. Caras somnolientas, algún que otro personaje con aspecto de haber pasado la noche en esos incómodos bancos y ese ambiente de expectativa de toda estación que se precie adaptado a las circunstancias de ser primera hora.
Una vez instalado en su correspondiente "andana" el autobús que nos iba a llevar hasta Zaragoza un grupo no muy numeroso de gente constituyó la habitual fila, nada marcial ni agobiante, que se suele organizar en estos casos y los pasajeros fuimos subiendo para instalarnos en el asiento elegido, en el que confiábamos descansar durante la hora que dura el viaje y, ¿por qué no?, incluso dar alguna cabezadita. Esta vez, como la mayoría -quede claro-, tocaba chofer amable y enseguida me di cuenta que bastantes de los viajeros eran habituales del trayecto de esta hora; así una serie de pasajeros y pasajeras se saludaban entre sí y con el conductor con una familiaridad simpática y hasta entrañable, casi hasta provocar la envidia de quienes nos apuntábamos al horario de manera ocasional, pues al menos a mí me hubiera gustado participar de esa complicidad que convierte en grato un hecho cuando menos rutinario, sino poco llevadero. Al comenzar el viaje, los comentarios amables, el interés de unos por otros y los gestos mutuos dieron paso de nuevo al silencio y cada cual volvió a rumiar interiormente el día que le quedaba por delante, tal vez interrumpido por alguna conversación colateral en tono poco elevado e incluso por algún ruidillo indicativo de que Morfeo había recuperado su imperio sobre alguno de los presentes.
Y de nuevo, como en otras ocasiones, vino a mi pensamiento el valor de los sucesos de aparente irrelevancia, la bondad de saber encontrar el encanto de la rutina de cada día, que a base de disfrutar sus momentos pasa de rutina a disfrute, de descubrir, como decía Muriel Barbery en "La elegancia del erizo", el valor de capturar esos instantes que mueren, porque cuando los analizas y los elevas los conviertes, por intranscedentes que parezcan, en inmortales.
13 comentarios:
A mí también me encanta analizar el ambiente en un lugar nuevo, y especialmente si se ve que existe una relación especial entre las personas. Lo importante no es llegar antes sino disfrutar del viaje. Un beso.
No se porqué al leerte hoy me han venido a la cabeza dos canciones preciosas "aquellas pequeñas cosas" de Serrat y "adónde van " de Silvio Rodriguez.
Por cierto ¿y Toledo?
Un abrazo
Toledo es precioso, per casi no me dio tiempo de ver nada.
Buscaré esas canciones.
¿Qué tal comiste en El Cigarral?
Pues sinceramente, Brunetti: ni de lejos valía el precio que pagué. Tomé la famosa perdiz de Toledo y lejos, lejos de lo esperado.
Lunes y martes estuve en Madrid y allí sí que encontré un sitio excelente del que adré cuenta cuando tenga tiempo de sceribir un post: en principio, atento al sábado :).
Pues vaya desilusión.
Debe de ser porque como la buena perdiz es la de caza y, de un tiempo a estar parte, eso de cazar bichos de cualquier especie (sobre todo, elefantes) está como de capa caída, la que te dieron era de granja. O de bote. De ahí la falta de sabor y consistencia de la carne. Ja!
En fin, una tontería como otra cualquiera.
Ya espero el 'post' gastronómico-madrileño del sábado.
A lo mejor lo adelanto a mañana o el viernes: tu, atento, porque es un sitio -en Madrid- donde te pega pasar un par de horas estupendas.
A mí la perdiz me pareció como una pechuga de pollo, pero a lo mejor no la supe valorar, que si no recuerdo mal era la segunda vez que tomaba perdiz en mi vida.
Sigo tu bloc y me gusta como describes las cosas que observas cuando viajas.
En este, he notado que levantarte pronto no te sienta mal,había ronquidos pero no les das importancia.
Recuerdo situaciones de otros viajes como el de las señoras que iban de compras a Madrid, el del pobre chico que hizo parar el autobús por una necesidad imperiosa o las famosas conversaciones con los móviles que te incomodaron más.
De todos los casos que cuentas sólo me incomodaron realmente las conversaciones con los móviles, lo de las señoras de compras me hizo gracia y el mozo que bajó a cambiar el agua al canario me llamó la atención el descaro. Aunque es cierto que según con que pié te hayas levantado ese día te puedes tomar las cosas de mejor o peor manera.
Te agradezco el seguimiento, que por lo que veo viene de largo.
Yo me he fijado en que no he leído "la elegancia del erizo" y de paso he leído el post que le dedicaste, ahora resulta que me leerlo pero ya!
Por cierto por perdiz que no sea, mi madre la cocina de maravilla y se nota que es de caza porque se come con cuidado por los perdigones que quedan...
Ya veo donde tendré que tomar la próxima perdiz ;)
...me preguntaba si existe el trofeo "Achici" por fallar más penaltys.
Je, je, je ... Cuando he visto que lanzaban Ramos y Kaká he pensado: adiós!, y si encima gana CR7...
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