El 7 de enero de 1973 fallecía en el estadio pontevedrés de "Pasarón" Pedro Berruezo, un melillense de 27 años que jugaba en el Sevilla C.F. El equipo hispalense se enfrentaba al Pontevedra en partido de liga de 2ª división y su jugador número 10 cayó fulminado en el césped en el minuto 6 del segundo tiempo. Aunque nunca hubo un diagnóstico claro de la causa de su muerte, parece que se trató de un ataque al corazón. No era la primera vez que Berruezo sufría un desmayo durante un partido de fútbol, pues ese mismo año se había desvanecido también en el estadio de "La Viña", de Alicante, en la "Nova Creu Alta" de Sabadell y en el mítico estadio baracaldés de "Lasesarre". El jugador estaba casado, y su viuda, cuya imagen desolada recuerdo perfectamente haber visto en las imágenes que del entierro sacó la televisión, se encontraba embarazada del que sería su segundo hijo. Como es lógico la noticia causó consternación en todo el mundo futbolístico español y por vez primera en España se habló en profundidad de la problemática de la salud de los futbolistas. La muerte de un futbolista me produjo una impresión notable, aunque a esas alturas ya había vivido las de otros jugadores, como la del defensa uruguayo del Barçá Julio Cesar Benítez, fallecido de una intoxicación de marisco, la del central del Atlético de Madrid Miguel Martínez, quien murió tras ocho años en coma por una extraña enfermedad o las de los volantes Ricardo Costa, Antonio y Seín, que jugaban en el Córdoba, Pontevedra y Real Sociedad y fallecieron en accidentes de automóvil.
Berruezo era uno de los mejores jugadores del Sevilla, ocupaba la posición de interior zurdo, tenía buen toque de balón y cada año marcaba un número aceptable de goles. El Sevilla había bajado la temporada anterior a la división de plata, en la que pasaba por un purgatorio que no terminaría hasta 1975. El año del descenso la directiva había cometido el error de encomendar la dirección del equipo a un griego excentrico, Dan Georgiadis, quien en Europa no había pasado de entrenar en ligas menores como la griega y la suiza y que no supo formar un equipo competitivo con mimbres tan buenos como los internacionales Hita y Lora, el goleador paraguayo Acosta, el medio defensivo, también paraguayo, Pazos, el extremo zurdo Manolín Bueno, eterno suplente de Gento en el Madrid o jugadores que prometían tanto como De Diego, Garzón y Juan Antonio. Berruezo disputaba su quinta temporada en el equipo de Nervión y siempre fue titular indiscutible; se trataba de un gran profesional, lo que siempre se ha denominado como un auténtico jugador de club.
El jugador fallecido había debutado en la máxima categoría con el Málaga, un clásico de entre esos clubes andaluces -Betis, Granada, ...- que por entonces ejercían de equipos ascensores. Berruezo coincidió en La Rosaleda con viejas glorias de la máxima categoría como el medio volante Chuzo y el ariete brasileño Wanderley, así como con jugadores que con el tiempo cuajarían en primera como Migueli, Conejo, Martínez, Monreal, ... y otros históricos del equipo blanquiazul: Benítez, Arias, Pons, Otiñano o Aragón, padre de quien fuera cerebro del Zaragoza de la Recopa. Berruezo se convirtió en la gran revelación de un Málaga que en la temporada 1967-68 acababa de ascender a primera tras ganarle al Granada en la promoción, cuajando, a partir de su debut, una temporada sensacional en la que marcó 5 goles en 17 partidos y llegó a ser internacional sub-23. Al finalizar el campeonato el Sevilla se hizo con sus servicios, jugando cuatro años más en primera.
Buscando en internet noticias relativas al triste suceso, he encontrado una historia tan bonita como estremecedora, pues al parecer el jugador había escrito, antes de acudir al campo donde encontraría la muerte, una postal a su esposa, quien la leyó cuando su marido ya no estaba entre los vivos, dicha postal decía así: “Hola chatillas: Dentro de poco salimos para el campo pues son las 2 de la tarde del domingo y mientras estoy en la habitación me pongo contigo con estas líneas. ¿Qué tal estáis? ¿Y la pequeña? Me figuro lo guapa y graciosa que estará con el trajecito de marmota y su cochecito. Y tú, ¿qué tal? Cuídate en comer y todo lo necesario. Esta noche te llamaré. Bueno, esto te lo digo y me escucharás antes de leerlo. Supongo que tu madre y hermana seguirán bien. Dale besos a la niña y familia, y para ti, de quien mucho te quiere, tu Pedro”. Un documento lleno de dramática ternura.
Berruezo era uno de los mejores jugadores del Sevilla, ocupaba la posición de interior zurdo, tenía buen toque de balón y cada año marcaba un número aceptable de goles. El Sevilla había bajado la temporada anterior a la división de plata, en la que pasaba por un purgatorio que no terminaría hasta 1975. El año del descenso la directiva había cometido el error de encomendar la dirección del equipo a un griego excentrico, Dan Georgiadis, quien en Europa no había pasado de entrenar en ligas menores como la griega y la suiza y que no supo formar un equipo competitivo con mimbres tan buenos como los internacionales Hita y Lora, el goleador paraguayo Acosta, el medio defensivo, también paraguayo, Pazos, el extremo zurdo Manolín Bueno, eterno suplente de Gento en el Madrid o jugadores que prometían tanto como De Diego, Garzón y Juan Antonio. Berruezo disputaba su quinta temporada en el equipo de Nervión y siempre fue titular indiscutible; se trataba de un gran profesional, lo que siempre se ha denominado como un auténtico jugador de club.
El jugador fallecido había debutado en la máxima categoría con el Málaga, un clásico de entre esos clubes andaluces -Betis, Granada, ...- que por entonces ejercían de equipos ascensores. Berruezo coincidió en La Rosaleda con viejas glorias de la máxima categoría como el medio volante Chuzo y el ariete brasileño Wanderley, así como con jugadores que con el tiempo cuajarían en primera como Migueli, Conejo, Martínez, Monreal, ... y otros históricos del equipo blanquiazul: Benítez, Arias, Pons, Otiñano o Aragón, padre de quien fuera cerebro del Zaragoza de la Recopa. Berruezo se convirtió en la gran revelación de un Málaga que en la temporada 1967-68 acababa de ascender a primera tras ganarle al Granada en la promoción, cuajando, a partir de su debut, una temporada sensacional en la que marcó 5 goles en 17 partidos y llegó a ser internacional sub-23. Al finalizar el campeonato el Sevilla se hizo con sus servicios, jugando cuatro años más en primera.
Buscando en internet noticias relativas al triste suceso, he encontrado una historia tan bonita como estremecedora, pues al parecer el jugador había escrito, antes de acudir al campo donde encontraría la muerte, una postal a su esposa, quien la leyó cuando su marido ya no estaba entre los vivos, dicha postal decía así: “Hola chatillas: Dentro de poco salimos para el campo pues son las 2 de la tarde del domingo y mientras estoy en la habitación me pongo contigo con estas líneas. ¿Qué tal estáis? ¿Y la pequeña? Me figuro lo guapa y graciosa que estará con el trajecito de marmota y su cochecito. Y tú, ¿qué tal? Cuídate en comer y todo lo necesario. Esta noche te llamaré. Bueno, esto te lo digo y me escucharás antes de leerlo. Supongo que tu madre y hermana seguirán bien. Dale besos a la niña y familia, y para ti, de quien mucho te quiere, tu Pedro”. Un documento lleno de dramática ternura.
10 comentarios:
Qué pena. La verdad es que son muchos ya los jugadores que han muerto de repente en el terreno de juego, y otros deportistas. Tal vez deberían replantearse los entrenamientos para no forzar tanto la resistencia. Un beso.
El tema de la muerte repentina de futbolistas es digno de estudio, es posible que así como hacer deporte es claramente bueno -y necesario- para gozar de salud adecuada, a lo mejor hay que controlar los excesos.
No obstante, siempre habrá casos así, siempre hay algo que escapa a nuestro control.
Me enteré de la muerte de este jugador cuando falleció Antonio Puerta.
Casualmente otro que esperaba un hijo (en este caso, el primero)
Es que eres muy joven, amigo ... :)
Hace unos años, antes de que lo remodelaran, estuve en el viejo Pasarón y aún destilaba ese aroma a estadio vetusto, en el que se han librado mil batallas, algunas cruentas.
En aquella época gloriosa del Pontevedra (el nombre de esta ciudad me encanta, y la ciudad misma, también) solía decirse aquello de que "Pasarón hay que roello", dando a entender las enormes dificultades con que se encontraba cualquier equipo para salir victorioso de allí.
Ahora, el equipo vaga como alma en pena por el Grupo 1º de la Tercera División. Manda carallo.
El primer partido televisado que recuerdo fue un Elche-Pontevedra. Hace un par de años hice un post sobre ese viejo equipo, en el que recordaba a los míticos Irulegui, Batalla, Neme, Odriozola, ... y Martín Esperanza, que tenía el nombre más largo de primera, y Cholo, el capitán, que trabajaba de conductor de autobús.
Imagino a su esposa cuando recibió la postal; es tan romántico y tan triste...
Es triste, pero no deja de tener su lado bonito: el último recuerdo que dejó a su viuda fue una manifestación de cariño.
A raiz de lo de Puerta se creó un debate sobre la falta de desfibriladores en sitios públicos y su respectiva normativa ya que el aparato no es caro (1500 a 3000 euros), pero debe saberse usar, lo cual implica una mínima formación -lo puede usar alguien sin estudios de medicina perfectamente- al ser semiautomático (solo funciona si el paciente lo necesita). El hecho es, que mucho se habló pero que yo sepa al final todo quedó en agua de borrajas...
En caliente se dicen y se prometen muchas cosas, pero el tiempo hace al personal olvidadizo.
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