24 de enero de 2012

Una vida marcada por la desgracia

El 19 de mayo de 1994, a la edad de 48 años, el ex ciclista español Luis Ocaña ponía fin a su vida de un tiro en la boca; era el trágico final de un hombre a quien la vida, a pesar de haber llegado a ser un gran campeón, no le había sonreído. Ocaña fue un corredor castigado por caídas y lesiones, al que un fatal accidente bajando el Col de Menté en 1971 privó de ganar el Tour de Francia al mismísimo Eddy Mercks en su momento más brillante y cuya salud se había visto mermada por un grave accidente de coche que le había dejado sordo y una hepatitis C que le limitaba en extremo, además de una vida conyugal desencajada y una situación económica lastrada por negocios que no habían salido bien. Luis Ocaña nunca fue un personaje alegre, siempre andaba serio y, además, no caía excesivamente bien por aquí: su condición de español residente en Francia -era llamativo su notorio acento francés- daba lugar a que muchos no lo consideraran un ciclista propio y no era infrecuente que la gente acabara simpatizando más con el poderío y la hombría de bien personal de Eddy Mercks, el gran dominador del ciclismo de la época y un hombre que poseía todo el carisma personal que le faltaba al de Priego.

El primer equipo profesional en el que corrió Ocaña fue el Fagor, un grupo que a finales de los 60 rivalizaba con el Kas, posiblemente el mejor conjunto ciclista español de la época; en el Fagor corrían grandes ciclistas del momento como Momeñe, López Rodríguez, Perurena, Santamarina, Mariano Díaz o Errandonea. No obstante, sus mejores momentos los vivió en el Bic, un equipo francés cuyos ciclistas lucían una llamativa camiseta naranja. Al final de su carrera profesional Ocaña fichó por otro equipo español, el "Super-ser", que trató con poco éxito de plantarle cara al entonces incombustible equipo vitoriano del Kas. Ocaña fue la gran aparición española de la época; hasta que el conquense comenzó a competir los ciclistas españoles eran los mejores en la montaña, pero perdían todas sus posibilidades en el llano y contra el crono. Solamente Bahamontes fue capaz de ganar un Tour a base de dejar atrás a sus contrarios en las cumbres, mientras otros grandísimos campeones como Julio Jiménez, Fernando Manzaneque, Aurelio González, José Pérez Francés o Gregorio Sanmiguel acababan terminando el Tour sin opciones al triunfo final por sus limitaciones como rodadores.

Luis Ocaña era un corredor completo: poderoso, dominador de todas las facetas ciclistas, con una enorme facilidad para correr contra el crono y una inteligencia fuera de lo común para plantear las grandes pruebas y dosificarse a lo largo de las mismas. Las tres grandes desgracias de Ocaña fueron su fragilidad, su tremenda mala suerte y encontrarse con Eddy Mercks, para muchos el mejor ciclista de todos los tiempos. Si Ocaña hubiera nacido cinco años antes o cinco después, es posible que hubiera ganado unos cuantas Vueltas a Francia más.

Su debut en la ronda francesa tuvo lugar en 1969; fue el año en el que Mercks obtuvo el primero de los cinco Tours que ganó y Ocaña partía como la gran amenaza para el belga, pero una caída en una de las primeras etapas le dejó tan mermado que hubo de abandonar. En 1970 se repetían las expectativas, pero en esta ocasión fue una enfermedad la que tumbó al español, quien no obstante aguantó hasta el final y hasta ganó una etapa. El colmo de la desgracia ocurrió en la edición de 1971, cuando el conquense había dado un latigazo espectacular primero en el Puy de Dome y posteriormente en la etapa alpina que finalizó en Orcieres-Merlette que había dejado al caníbal -así se llamaba a Mercks- a casi nueve minutos. Los Pirineos no parecían suficientes para que el belga pudiera recuperar el tiempo perdido, pero un desdichado 12 de julio, cuando los corredores se dirigían a Banyeres de Luchón, Ocaña cayó en la bajada del Col de Menté, siendo posteriormente arrollado por el holandés Jupp Zoetemelk y viéndose obligado a abandonar la prueba.

En aquellos tiempos las etapas no eran retransmitidas en directo por televisión, sino que los aficionados esperábamos la conexión de los últimos kilómetros en la sobremesa de la comida; aún recuerdo la conexión de ese día, cuando el comentarista nos informó con voz llorosa que Ocaña no podría ser coronado en París por haber tenido que ser evacuado en helicóptero desde la cima citada. Fue un mazazo tremendo, en unos tiempos en los que la gente de mi generación, que no habíamos conocido la victoria de Bahamontes, suspirábamos por una victoria española en la prueba ciclista más importante del mundo. Para que el drama no lo fuera tanto, la etapa fue ganada por un entonces semidesconocido José Manuel Fuente, el "Tarangu", un asturiano que subía los puertos como si fuera un sarrio y que daría grandes tardes de gloria al ciclismo español y más de un quebradero de cabeza a Mercks, especialmente en el Giro de Italia.

En 1972 Ocaña volvió a tener una participación desdichada y no acabó la prueba, mientras que por fin ganó el Tour en 1973, tras realizar una prueba sensacional, con seis victorias de etapa y más de 15 minutos de ventaja sobre el segundo clasificado, el francés Bernard Thevenet, quien años después vencería en dos ediciones; parecía que este momento nunca llegaría, pero al fin vimos a un español en lo más alto del podium de los Campos Elíseos, aunque recuerdo perfectamente que muchos españoles seguían siendo reticentes ante el éxito del ciclista. Eso sí, ese año Mercks se tomó un año sabático y no participó, lo que dejaría cierta sombra de duda sobre lo que hubiera pasado de haber corrido el temible belga. La Vuelta a España de 1970, los campeonatos españoles de fondo en carretera de 1968 y 1972 y la Dauphine Liberé de 1970 y 1972 son los otros grandes triunfos de este corredor, que tuvo condiciones para haber alcanzado un número mucho mayor de ellos.

La wikipedia nos cuenta que el 27 de mayo de 2008, recibió a título póstumo la Real Orden del Mérito Deportivo en un acto presidido por la ministra de Educación Política Social y Deporte, Mercedes Cabrera, y el Secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky; muchos años tardaron en reconocer oficialmente los méritos de quien fue un gran campeón, por mucho que tuviera una trayectoria irregular, una personalidad poco dada a caer bien y, sobre todo, muy mala suerte en la vida.




8 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta entrada me viene al pelo porque es una idea recurrente; siempre he pensado que ya que te quitas la vida por lo menos ten la decencia de no pegarte un tiro; será machista pero a los hombres les importa poco quien limpiara su desastre.
No dejas dudas, un tiro; sucidio al 100% menuda putada que le haces a tu familia así no queda duda, ni clavo ardiendo de posible accidente (así los castigas y los culpas de tu desgracia y por no ayudarte ni despues de muerto los dejas vivir en paz)
Y de propina los castigas sin coberturas de seguros, los haces pasar por que toda la policia entre en tu casa a revolverlo todo...
Al forense (que premio!)

Si tan desgraciado eres que no quieres ver salir el sol mañana vete esta noche al hospital; no lo sabes pero el médico ese dia te salvará la vida y tal vez mueras de viejo.

Modestino dijo...

Veo que te has levantado macabro.

tomae dijo...

...Pocas veces se habla del tema Modestino, una vez me contó alguien que lo más "consolador" que había escuchado (y fue en un sermón) es que solo Dios conoce cual ha sido el sufrimiento de alguien que ha tomado esa decisión...

PD. Los seguros dan cobertura después de un año de firmar la póliza...

Modestino dijo...

Es un tema que me merece gran respeto. Nunca hay que jugar a nadie. Conocí hace años a un muchacho que se tragó varias veces un frasco de pastillas, bien se que era superior a él.

Driver dijo...

Resulta preocupante las razones que existen para ocultar los datos de los suicidios.
Parece ser que está estudiado que la divulgación de estos datos se controla desde los centros del poder (policía y autoridades sanitarias), pues su divulgación incrementa el número de casos, al ofrecerse como "la solución final" a cierta capa de la sociedad que anda rozando la desesperanza.
Por otra parte poco se habla de las consecuencias de un suicidio para las familias afectadas; pero parace ser que tener algún caso en una familia, multiplica las posibilidades de que se repita, pues el trauma colectivo que causa se manifiesta como "un punto de referencia", que en un determinado momento puede provocar la emulación en otros miembros.

Recuerdo aún un verano que pasé en Bélgica y los carteles que aparecían en los trenes, dirigidos a la juventud, advirtiendo del peligro de suicidio ante el fracaso escolar. Me estremecí.

...
El sufrimiento que conlleva el hecho de vivir, sumado a un desorden emotivo, unas circunstancias personales graves (o vividas como tales), y una falta de desarrollo social en sus vertientes más básicas (círculos familiares, amistosos, profesionales, lúdicos o sociales)
han llevado a los paises supuestamenete desarrollados a una grave crisis de valores, donde el desprecio por la vida se puede manifestar en un desprecio por la vida propia.

Es en estas circunstancias, donde el tejido social es más débil, donde una sana estructura de valores debería sostener a la población en tiempos de incertidumbre.

Y cuando oigo los alegatos donde el derecho a la vida, el esfuerzo, la amistad o la religión, quedan relegadas por un materialismo tan inútil como egoísta, me enfado mucho.

Sólo jugando al pañuelo con niños, se me pasa. Tras volver a comprobar que los materiales básicos con los que hemos sido construídos, han sido un regalo divino.

Vivir duele, sí.
Pero somos responsables como grupo y como individuos de salvaguardar el mejor regalo que nadie nos ha entregado.

La vida.

Por muy zorra que a veces se nos manifieste.

Modestino dijo...

Has definido muy bien la vida diciendo que a veces se manifiesta "zorra"; hay que aprender a vivir con las contrariedades, inclsuo cuando éstos se convierten en drama.

Es cierto que no se suele informar de los suicidios, pienso que en principio es una medida prudente.

Driver dijo...

Te diré algo, amigo Modestino.
La única razón por la que me esfuerzo en escribir cuentos, es una obsesión personal por contar historias, donde tras describir situaciones difíciles, intento transmitir esperanza, apoyándome en materiales muy tangibles y cotidianos.

Creo que existe una posibilidad entre un millón de salvar siquiera una vida.
Y esa remota posibilidad se ha convertido seguramente en la tabla de salvación de la mía.

A la que me aferro de forma salvaje.
Con la misma intensidad con la que la vida me golpea diariamente.

En fin, la lucha eterna entre el bien y el mal.
Entendida, como verás, de la forma que me sale de los cataplines.

Modestino dijo...

Tus cataplines Driver tienen buenos argumentos, no lo dudes.

Un abrazo¡¡¡¡