Los Juegos Olímpicos de Méjico de 1968 fueron los primeros que viví con cierta conciencia; ya caminaba por el mundo cuando se celebraron los de Roma (1960) y Tokyo (1964), pero en los primeros aún carecía de raciocinio y cuando se desarrollaron los segundos mis intereses no incluían los Juegos que ideara el Barón de Coubertin. recuerdo incluso cómo una mañana de septiembre del 68 acudí con mi madre y mis hermanos a las inmediaciones del Mercado Central, donde ese día pasaba por Zaragoza la antorcha olímpica camino del país de los aztecas. El estratosférico record mundial de Bob Beamon en salto de longitud, la aparición del entonces revolucionario nuevo estilo en altura introducido por Dick Fosbury, la Final de 100 metros lisos ganada por Jim Himes en la que todos los participantes eran de raza negra y el vencedor bajó por vez primera de los 10 segundos, el triunfo del mejicano Felipe Muñoz en los 200 metros braza y los triunfos africanos en media y larga distancia (el keniata Kipchoge Keino en 1500, el tunecino Mohamed Gammoudi en 5.000 y el etíope Mamo Wolde en Marathon) son eventos que, con cierta lejanía y algo borrosos, guardo en mi memoria. Pero posiblemente el hecho más llamativo de los Juegos tuvo un cariz menos deportivo: la aparición del Black-Power en plena celebración de los mismos.
Era el 17 de octubre de 1968 y se celebraba en el estadio la final de los 200 metros lisos; la victoria fue para el estadounidense Tommie Smith, que obtuvo un tiempo de 19.83 segundos; tras él entraron el australiano Peter Norman -20.07 seg- y el también estadounidense John Carlos -20.10 s-. Cuando llegó el momento de la recogida de medallas, y ante la extrañada mirada de los asistentes, Smith y Carlos se aproximaron al podio de una manera algo peculiar: ambos iban descalzos, con unos calcetines negros -representación de la pobreza de los negros-, John Carlos llevaba la chaqueta del chándal desabrochada, con un collar de cuentas que representaba a aquellos afroamericanos que murieron colgados, linchados o en los barcos que transportaban esclavos de África a América, mientras Smith portaba una bufanda negra, en representación del orgullo de su raza, llevando los dos una insignia del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos, una organización en contra del racismo en el deporte. El australiano Norman también la llevaba, en solidaridad con sus compañeros, y por último, Tommie Smith llevaba puestos un par de guantes negros, como John Carlos había olvidado los suyos en la villa olímpica, Smith le prestó el guante izquierdo a Carlos. Cuando sonó el himno de los Estados Unidos de América, Tommie Smith y John Carlos agacharon la cabeza y alzaron el puño enguantado. El hecho tuvo consecuencias inmediatas y Smith y Carlos fueron expulsados de la villa olímpica y del equipo estadounidense.
Ambos atletas, al regresar a su país sufireron el boicot y el desprecio de todos, y aunque siguieron compitiendo y posteriormente se pasaron al fútbol americano. Smith, que tenía 11 récords del mundo, el único trabajo que encontró fue lavando coches en un aparcamiento, aunque terminaron echándole porque su jefe dijo que no quería que nadie trabajara con él; la esposa de John Carlos se suicidó. Con el tiempo las figuras de ambos fueron redimidas y ahora su actitud ya no es considerada como una provocación, sino como un heroico ejercicio reivindicativo. En aquellos tiempos, yo era un niño educado en la corrección política y en el respeto a la autoridad establecida, por eso fui incapaz de comprender que ambos atletas no eran unos gamberros que se cargaron una ceremonia de entrega de medallas, sino unas personas que recordaron al undo una realidad que, en pleno siglo XX y en el país más avanzado del mundo, estaba completamente viva, el que las personas de raza negra no fueran consideradas de la misma manera que los blancos.
En Múnich 72, las siguientes olimpiadas a las de Méjico, Vincent Matthews y y Wayne Collett, primero y segundo en la Final de 400 metros lisos realizaron una escena parecida, presentándose a recoger las medallas vestidos informalmente, el primero con el chandal abierto y colocado de cualquier manera y Collett con pantalones cortos, a la vez que mientras sonaba el himno estadounidense ambos se dedicaron a hablar entre ellos y gastarse bromas. Aunque ambos atletas negaron que fuera una nueva manifestación del Black Power, el COI les expulsó de los Juegos. El dramático secuestro por unos terroristas palestinos del equipo olímpico de Israel, que terminó trágicamente con la muerte de once atletas israelíes, cinco terroristas y un oficial de la policía alemana restó lógicamente fama a este asunto, que no tuvo la trascendencia del de Méjico.
6 comentarios:
Siendo como es una de las imágenes más emocionantes de los Juegos Olímpicos, en mi ignorancia siempre pensé que en USA fueron recibidos como héroes.
Hoy salgo de mi engaño...una historia impresionante.
La esclavitud en USA se abolió en tiempos de Abraham Lincoln, pero el camino de la igualdad y la lucha contra la segregación fue mucho más largo ... y aún debe quedar algo por recorrer.
Racismo, correr y USA me recuerda a Rodney King... otras imágenes que pasaron a la historia.
Hay una historia aún más antigua, la de Jesse Owens, un negro norteamericano que lo ganó todo en atletismo en las Olimpiadas de Berlín-1936 ante las mismas narices del Fuhrer.
De lo más increible respecto al racismo fue que mientras Jesse Owens durante las Olimpiadas en Berlín estaba alojado en los mismos hoteles que sus compatriotas (y otros blancos), cuando llegó a su país tuvo que sentarse en la parte de atrás del autobús la destinada a los negros, y tampoco tuvo una recepción en la Casa Blanca con su propio presidente...
Desconocía ésto último.
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