Chesterton nos hace pensar

"La Iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza."
(Gilbert Keith Chesterton)

Es esta una de esas frases archiconocidas, pero a veces uno descubre como nuevo lo que ha escuchado siempre. Intento ser fiel a la doctrina de la Iglesia, y estoy convencido que hay cosas que han sido, son y serán siempre iguales, que perviven por los siglos de los siglos y que pertenecen al patrimonio más firme e inmodificable del Magisterio; algunas de ellas son ahora cuestionadas y me parece que los cristianos hemos de ser firmes y leales a la hora de defenderlas, por mucho de que sea nadar contra corriente y ponerse en el sector de los no políticamente correctos.

Pero hay que estar lo suficientemente bien formado para distinguir, para poner cada cosa en su sitio, saber hasta donde llega la flexibilidad y no dogmatizar más allá de lo indispensable. Escuchando el otro día a un cura, nada sospechoso por cierto de heterodoxo, me llamó la atención la rotundidad con la que, hablando de los tiempos de descreimiento que vivimos, afirmaba que las aguas volverían a su cauce, pero a un cauce nuevo, renovado, que nadie pensara que la solución, el enderezamiento se produciría revertiendo las cosas a su estado anterior. Evidentemente habría que preguntarle detalles sobre lo que decía y no lo hice, pero me resultó atractivo el planteamiento, porque a veces uno cree escuchar más quejas que suenan a añoranza que deseos sinceros de que las cosas vayan mejor, de que todos vivamos en condiciones de justicia e igualdad, por ejemplo.

Durante siglos ha habido muchos que han vivido con la fe del carbonero, y posiblemente no haya sido mal camino para ellos; muchos tenemos o hemos tenido abuelas y conocemos a viejecitas que son ejemplo de devoción y convencimiento sin más contenido que los más sencillos rudimentos, pero no creo que corran tiempos propicios para convicciones inquebrantables ni obediencias ciegas. No es malo pensar, no es malo elucubrar; hay que tener, eso sí, la humildad de bajar la cabeza si uno mete la pata, pero me parece peligrosa la tentación del molde, es decir, el encajonar a las personas en carriles únicos que les impidan circular a gusto, ajustar la marcha a su velocidad adecuada y, en definitiva, ser libres.

Vivir el cristianismo, además, se puede resumir en vivir el Evangelio, y respetando, por supuesto, interpretaciones oficiales, doctrinas seguras, no creo que sea una barbaridad postular que cada cual busquemos entre lo que Cristo hizo y predicó aquello que nos sirve de guía, allí está el modelo y cada uno tenemos esa cabeza que el pensador británico postula no depositar a la entrada del templo para aplicarlo a nuestra vida, confiando en que la providencia y nuestra propia buena voluntad sean guía adecuada.

Hace ya un tiempo, en los primeros meses de la pequeña historia de este blog, hablé de un pensamiento de Benedicto XVI que me atrevo ahora a reproducir, sin estar muy seguro de si viene a cuento, pero completamente convencido de su interés; lo hice a propósito del comentario de Tracey Rowland, una profesora australiana de Teología que había publicado un libro sobre el Papa: Se refiere Rowland al estilo del Papa y menciona su rechazo del moralismo, entendido como la actitud de quien reduce la vida cristiana a un conjunto de normas y reglamentos que hay que seguir para evitar la condenación eterna.El Papa no niega obviamente la existencias del infierno, pero “cree que resulta más bien neurótico concebir el cristianismo como una póliza de seguro contra la condenación eterna. Considera las diversas prohibiciones contenidas en la enseñanza judía y cristiana meramente como el reverso de un gran 'si'. (...) Desea que la gente se enamore de la belleza, la verdad y la bondad de la Revelacion cristiana en vez de vivir temerosa de ella”.