En breve comenzarán los Juegos Olímpicos de Pekín. La verdad es que en esta ocasión no estoy excesivamente puesto al día ni sobre los atletas que aspiran a convertirse en héroes del evento ni sobre las expectativas y aspiraciones del equipo español. Pero a mi memoria vienen multitud de recuerdos relacionados con la celebración de las Olimpiadas, en concreto a partir de las celebradas en Méjico en 1968 , pues fueron las primerass que soy consciente de haber seguido con cierta atención.
No obstante, mis primeros conocimientos sobre la historia de los Juegos Olímpicos de la Edad Moderna se retroatraen a mi primera infancia, pues recuerdo que teniendo 5 o 6 años asistía a un colegio de monjas, y antes de entrar a clase me compraban, para tomar como almuerzo en el recreo, un bollo, croissant o cristina junto a una pequeña chocolatina de Nestlé, de chocolate blanco o negro, en la que salían unos pequeños cromos sobre las Olimpiadas, desde las de Atenas de 1896 hasta las de Tokio de 1964, dichos cromos los conservaba cuidadosa y pacientemente en un album de tapas duras y a través del mismo empecé a conocer a los grandes héroes olímpicos, desde Spíridon Louis, el cartero griego que venció en la primera Marathon, hasta Abebe Bikila, el atleta etíope que corría descalzo y se impuso en las maratones de Roma y Tokio, pasando por el italiano Dorando Pietri, que se impuso en la marathon de Londres (1908) pero acabó descalificado por tener que ser ayudado a entrar en meta y por Jesse Owens, el atleta de color que humilló al mismísimo Adolf Hitler al conseguir cuatro medallas de oro en las olimpiadas de Berlin, organizadas por el Fuhrer para mayor gloria de la Alemania nazi. También se recogían las hazañas de Paavo Nurmi, el genial atleta finlandés que consiguió entre Amberes (1920), París (1924) y Amsterdam (1928) nueve medallas de oro, del checo Emil Zatopek, la llamada locomotora humana, dominador de las carreras de fondo en Helsinki (1954), Toni Sailer, el esquiador austriaco que logró las tres medallas de oro en las pruebas de esquí de fondo en los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en 1956 en la estación italiana de Cortina D'Ampezzo, del lanzador de disco americano Garret y de la patinadora noruega Sonja Henie.
Recuerdo como si fuera ayer cuando la antorcha olímpica pasó por España en 1968 camino de Méjico, cómo acudí a ver su llegada a Zaragoza, a primerísima hora de la mañana, en el mercado central de la capital aragonesa. Esos juegos acabrían siendo famosos por la hazaña de Bob Beamon que en la prueba de salto de longitud, favorecido por la altura de la capital azteca, realizó un salto estratosférico (8,90 metros) que junto a la medalla de oro le valió un record del mundo que duró 22 años y por el salto de altura, prueba ganada por Dick Fósbury que instauró una nuevo estilo que se impuso con los años. Los españoles nos quedamos con las esperanzas frustradas en la natación con los catalanes Santiago Esteva y Mari Paz Corominas. En Méjico explotó también el fenómeno del black power, con las reivindicaciones de los atletas Tommie Smith y John Carlos tras levantar su puño enguantado en la entrega de medallas de la prueba de 200 metros lisos.
Los juegos de Múnich pasarian a la historia por un trágico hecho ajeno al deporte: el dramático secuestro de la delegación israelí que acabó con la muerte de los nueve secuestrados. En Múnich el rey fue el nadador yankee Mark Spitz quien consiguió la friolera de siete medallas de oro en natación. Imborrables también las carreras de 5.000 y 10.000 metros lisos, ganadas por Lasse Viren, un policía finlandés del que se aseguraba se cambiaba la sangre para correr, y en las que peleó hasta el final Mariano Haro, el pequeño y fibroso atleta palentino, que al carecer de un buen sprint final se tuvo que conformar con el cuarto puesto. También quedó para siempre en mi retina la espectacular carrera de 400 metros vallas en la que un ugandés semidesconocido, John Akii-Bua se impuso con claridad pasmosa a los favoritos corriendo con permanente sonrisa en la boca y con una potencia que provocaba la impresión de que las vallas las saltaba con la simple zancada. Pocos meses antes, en la localidad japonesa de Sapporo, el recientemente fallecido Paquito Fernández Ochoa rompía todos los pronósticos y vencía en el Slalom especial de los Juegos de Invierno tras imponerse a los favoritos italianos, los hermanos Gustavo y Arnaldo Thoeni.
A partir de entonces no soy capaz de dar una relación temporal adecuada de mis recuerdos, aunque tengo perfectamente situada en la memoria la sublime actuación de la gimnasta rumana Nadia Comaneci en los juegos de Montreal (1976), la caida de la favorita norteamericana Mary Decker, cuando luchaba por la victoria con la sudafricana Zola Budd en los 3000 metros femeninos de Los Angeles (1984), con triunfo final de la rumana Marisica Puica, la medalla de plata del equipo español de basket en esos mismos juegos, las carreras de 800 y 1500, que siempre han sido mis favoritas y donde recuerdo a los neozelandeses John Walker y Rod Dixon, al keniata Mike Boit, al belga Vandamme, al finlandés Pekka Vassala, al trío británico formado por Sebastian Coe, Steve Owett y Steve Cram y, por supuesto, a los españoles José Manuel Abascal y Fermín Cacho y el escandaloso doping del canadiense Ben Johnson, que tras vencer con pasmosa superioridad en los 100 metros lisos de la Olimpiada de Seul (1988), pasó de héroe a villano en un instante cuando se comprobó que había necesitado hacer trampas para consumar su hazaña. También podríamos hablar de dos héroes del deporte cubano: el atleta Alberto Juantorena, de una planta imponente yapodado "el caballo", vencedor de las pruebas de 400 y 800 metros lisos en Montreal y Teófilo Stevenson, quien ganó la medalla de oro en los pesos pesados de boxeo en Múnich, Montreal y Moscú.
Y mis recuerdos olímpicos no pueden prescindir de la Olimpiada de Barcelona 1992, toda una exhibición de organización perfecta y que vino aderezada por toda una apoteosis de triunfos españoles, con más de veinte medallas y con especial recuerdos para el espectacular triunfo del soriano Fermín Cacho en la carrera de 1500 metros y para la victoria de la selección española de fútbol con el histórico gol de Kiko. En Barcelona fue todo un espectáculo presenciar las acciones del "dream team", el equipo de basket norteamericano, que unió una auténtica pléyade de estrellas: Larry Bird. Scottie Pippen, Par Ewing, Magic Johnson, Karl Malone, John Stockton, Charles Barkley y, por supuesto, la gran figura Michael Jordan.
Fotos: http://www.digidave.org/; kikamagia.blogspot.com; http://www.teichwiesen-marathons.de/, http://www.connectseward.org/; espanol.cri.cn; http://www.photomediagroup.com/; http://www.peto.fi/, espormadrid.blogspot.com y eslatele.com.
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