26 de octubre de 2015

Zamora en dos días


Nunca había estado en Zamora, aunque me habían hablado muy bien de la vieja capital castellana. Su Semana Santa, sus monumentos, la historia que esconden sus murallas y la bondad de su cocina, con el cordero a la cabeza, sonaban muy bien en mi cabeza. Tras dos días allí, y teniendo en cuenta que buena parte del tiempo me lo pasé reunido, puedo decir que la realidad superó, si cabe, las expectativas.

Me ha encantado el románico de Zamora, un románico en el que destaca la sobriedad, esa elegancia que mueve a la serenidad, que da paz interior y ayuda a la contemplación. Ese románico que te hace admirar a quienes construyeron unos edificios con tanta perfección. San Pedro y San Ildefonso, Santa María la Nueva, San Isidoro, San Juan Bautista, la Magdalena, ... y por supuesto una Catedral preciosa, con cuatro retablos que combinan románico y gótico. Toda la ciudad rebosa tanta brillantez artística como austeridad, belleza como profundidad.

En la visita guiada, dos horas enriquecedoras, fueron apareciendo los episodios históricos en los que Zamora tuvo protagonismo, una historia ya estudiada cuando el bachillerato era como Dios manda, pero que sonaba tanto a "conocido" como a "renovado". Nuestra guía  nos recordó  los nombres de Viriato -un "caudillo lusitano" que al parecer era extremeño- sus asesinos -"Roma no paga traidores"-, la muerte del Rey Sancho a manos de Bellido Dolfos, y esa puerta llamada "de la traición" y que ahora denominan algunos "de la lealtad", su hermano Alfonso VI, quien subió al trono con tantas dudas sobre su intervención en la muerte de Sancho, aunque solamente el Cid fue capaz de exigirle razones en Burgos, un juramento de Santa Gadea que acabaría costándole tan caro y, por supuesto, Doña Urraca, reina de Zamora y que debió de ser una mujer de armas tomar, siendo capaz de imponer su mando en tiempos donde era impensable una dama en el poder.

Y podría hablar de muchas otras cosas; la gente en las calles, con ese ambiente de sana ciudad provinciana, de domingos de misa y aperitivo. Y la gastronomía, con un cordero que de deshacía en la boca, las sopas de ajo, los quesos de oveja y cabra, ... y ese pimentón que aparece en todo plato que se precie. SIn olvidar los vinos de Toro, que tenían fama de peleones y ya son casi de postín: "este vino de Toro es muy redondo" aseguraba con firmeza la camarera. 

Es bonito recorrer de vez en cuando España ...  y para Zamora no basta, sin duda, una hora: habrá que volver.




2 comentarios:

paterfamilias dijo...

¡Qué envidia! Cómo me gustan esos planes. Yo tampoco conozco Zamora

Brunetti dijo...

Estuve en Zamora hace ya unos años y conservo un gratísimo recuerdo, aunque solo mi visita se redujera a unas cuantas horas. Sobre todo, de esas callejuelas que desembocan en la preciosa Catedral. Me dijeron que ese es el recorrido de la Semana Santa, asignatura que tengo pendiente.

Por no mencionar el cordero tiernísimo que me zampé en un restaurante cuyo nombre aún recuerdo (Restaurante Antonio), aunque no sé si ya existirá (¿provocará también cáncer comer cordero?).

Por cierto, cuando vas de Zamora a Salamanca por carretera, lo primero que se divisa antes de llegar a la ciudad del Tormes, a la izquierda, es el histórico Estadio Helmántico, la mar de coqueto, aunque ahora sin actividad, al haber desaparecido el equipo al que daba cobijo. Qué pena.

Salud!