«La puerta de la felicidad se abre hacia fuera»
Al parecer esta frase de Víctor Frankl, el neurólogo y psiquiatra austriaco que sobrevivió, entre otros, a los campos de concentración de Auschwitz y Dachau y escribió esa joya titulada "El hombre en busca de sentido", es el contrapunto a la del filósofo danés Søren Kierkegaard, quien consideraba que esa puerta se abría hacia adentro. Frankl, un hombre que supo sufrir y salir adelante, nos deja bien claro que no cabe la felicidad centrada en uno mismo, sino que ésta sólo se alcanza en la medida en la que nos volcamos con los demás. Quien busca bondades, placeres y éxitos tan sólo en beneficio propio jamás será feliz de verdad, en todo caso podrá sentirse satisfecho, un estado tremendamente volatil y perecedero. Frankl nos deja claro que dificilmente encontraremos el camino de la felicidad desde el individualismo, el egoísmo, la búsqueda exclusiva y desesperada de uno mismo, es decir, con unos planteamientos que son los habituales en el mundo en el que nos ha tocado vivir.
Todos queremos ser felices, y me parece que no es ningún dislate afirmar que esa felicidad incluye el apego por nuestras propias cosas, nuestros propios disfrutes; el problema surge cuando los queremos en exclusiva, así como cuando convertimos nuestras aspiraciones en obstáculo para las de los demás, en bandera de guerra, en causa de agresión y enfrentamiento. El egoísmo es un mal grave y abundante, todos lo tenemos dentro en mayor o menor medida e incide en nuestra vida por mucho que nos esforcemos por aparcarlo. Pero si uno se centra solamente en sus cosas, en sus problemas, en sus desgracias, termina cerrando la puerta a la propia felicidad: la vida nos enseña la paradoja de que nuestra propia satisfacción sólo comienza a incrementarse en cuanto nos dedicamos a las cosas, los problemas y las desgracias de los demás.
Y en los tiempos que corren las oportunidades de dedicar tiempo y esfuerzo al prójimo se multiplican; a nadie se le escapa que hay mucha, muchísima gente que lo pasa mal, que se encuentra en situaciones próximas a la desesperación, al límite de la resistencia. Ante ésto he visto bastante de rencor y visceralidad, enconamientos y actitudes que suenan a revanchismo. Hay otro camino, el del compromiso personal, el de atreverse a mirar a los ojos y ayudar personalmente al que sufre. No tengo nada claro que la solución sea la algarabía y la cacerolada, entre otras razones porque nada hay más contrario al amor al prójimo que el odio y la venganza. Vuelvo a Frankl, a la necesidad de descubrir que la puerta de la felicidad se abre hacia afuera, que la búsqueda del bien del prójimo nos llena del todo.
5 comentarios:
Que buena frase. Yo no creo que la solución esté en salir a la calle a culpar a otros, sino en buscar lo que cada uno puede hacer por los demás. Un beso.
Hay mucho salvapatrias viajando por las redes sociales.
A estas horas me cuesta pensar... (y a otras no creas...)
Ambos psiquiatra-existencialista y filósofo-existencialistas hablan de una puerta que hay que abrir para que entre la felicidad que está fuera del individuo; la frases de ambos no tienen el sentido opuesto.
Mejor me leo el hombre en busca de sentido...
La esperanza de vida media de un prisionero en un Gulag era de menos de un año; me parece increible sobrevivir tres en Auschwitz y Dachau; si Victor Frankl fue capaz de lograrlo demuestra ser una persona mentalmente extraordinaria.
Víctor Frankl fue un hombre excepcional.
Publicar un comentario