27 de diciembre de 2012

Recuerdos que unen


El pasado viernes me fui a cenar con mis compañeros de colegio; llevábamos mucho tiempo sin saber los unos de los otros, a salvo de circunstancias ocasionales, y el año pasado hubo dos tipos con iniciativa que consiguieron reunirnos a unos 25 sujetos con la cincuentena avanzada que entre 1966 y 1975 compartimos aulas, profesores, vivencias, agobios estudiantiles, adolescencia y más de una historia chusca. Lo cierto es que son encuentros divertidos, entrañables y con esa especial complicidad que da la evocación de sucesos tan antiguos, incluso en alguna ocasión adornados con la creatividad que dan tanto la mala memoria como la imaginación y las euforias del momento.

Cuando aparecen los brillos de la nostalgia viene a mi memoria un comentario que me hizo quien fuera el primer director que tuvimos, un hombre de una grandiosa preparación científica -era catedrático de Física y Química-, mucha paciencia y, por encima de todo, una bondad tan grande que dudo que nadie que le haya tratado guarde de él otro recuerdo distinto al cariño; me encontré con él unos años después de terminar el colegio, y con esa ingenuidad y entusiasmo propio de la edad le comenté que recordaba con frecuencia los tiempos del colegio, del que afirmé guardar "recuerdos entrañables", el hombre sonrío, contoneó sus brazos de una forma muy característica y me aseguró que "con el paso de los años todos los recuerdos se vuelven entrañables" ... en su respuesta había una cierta complicidad con mi afirmación, pero intuí que también iba acompañada de cierta ironía, la de quien piensa que es muy fácil a toro pasado convertir en gratos unos sucesos que a lo mejor a él le habían costado más de un desasosiego.

No hace mucho escuché a alguien que tender a evocar viejas vivencias es señal de hacerse viejo, que uno se mantiene joven en cuanto mira sólo el futuro; no debe de ser mala respuesta para un "master de emprendedores", pero no la comparto, cuando menos, de forma radical. Nuestro pasado sigue formando parte de nuestra vida y ni hemos de renunciar a él ni podemos prescindir de lo que esa experiencia nos enseña, ni mucho menos del afecto a quienes lo compartieron con nosotros. Por esta razón esta cena ha pasado a formar parte de esos encuentros periódicos a los que uno reserva puesto fijo y que espera con ilusión. Yo el pasado día 21, como el año anterior por estas mismas fechas, sentí que estaba entre amigos, como si el tiempo no hubiera pasado, como si en vez de ser personas que nos hemos visto cuatro veces en 37 años -en algún caso ni nos habíamos vuelto a ver- tuviéramos la confianza propia de estar haciéndolo todos los días.

La realidad es que coincidimos gente muy distinta, con diferentes visiones de la vida, de la sociedad y del mundo, cada cual con unas vivencias que le han conducido por caminos personales y profesionales de lo más variopinto; había un punto de unión, el haber coincidido en primaria y bachiller, el compartir unos momentos vitales decisivos, cuando uno se está haciendo como persona y va abriendo los ojos a la realidad de la vida, esa realidad que frecuentemente no es como nos la han pintado, o como la habíamos querido ver. Y siendo distintos, pensando de maneras diferentes, incluso posiblemente opuestas, podía más el vínculo de los recuerdos comunes y del cariño, un cariño que en un momento y en algunos casos pudo ser fuerte, que tal vez apagó el paso del tiempo, pero que paradójicamente también los años han podido revitalizar.

Las personas, unas más que otras, no podemos evitar cierta tendencia al sentimentalismo, por eso estos reencuentros nos afectan y nos emocionan; no se trata ni de darles más importancia de la que tienen ni de convertirlos en el centro de una vida que cada cual puede tener más o menos complicada y ha de sacar adelante contra viento y marea, pero al menos a mí no me viene nada mal darme anualmente este baño de nostalgia y recuerdos endulzados.

4 comentarios:

veronicia dijo...

Por primera vez éste año me he reunido con mis compañeros de colegio y ha tenido sus claroscuros.
Nosotros eramos 24; desde los 4 años hasta los 14 y prácticamente todos los días del año viéndonos.
Durante la cena dos tercios del grupo se centró en lo bueno del pasado y en recordarlo mientras el tercio restante se mantuvo distante y como formando un grupo a parte.
Aunque esa cena era para tender puentes al pasado con algunos no fue posible y siento nostalgia y tristeza viendo como personas con las que he compartido tanto ahora son tan indiferentes.

Modestino dijo...

No se, en nuestro caso no pasó eso; a lo mejor la razón está en que nos vemos de uvas a peras.

paterfamilias dijo...

Estoy de acuerdo contigo: no se puede, ni se debe renunciar al pasado.

Modestino dijo...

En el fondo no creo que nadie renuncie o al menos olvide su pasado; lo que pasa es que hay distintas formas de enfrentarse a la vida y hay quien se plantea como una especie de rémora gastar tiempo con recuerdos ... yo más bien pienso que ni hace falta ni vivir tan deprisa ni funcionar tanto con "recetas".