El pasado sábado salí de casa a media mañana: hacía un frío notable, aunque mucho más que la gélida temperatura queda en mi memoria el recuerdo de las hojas de los árboles que caían en aluvión sobre el Paseo de las Autonomías de Huesca. Conforme me acercaba al lugar donde se encuentran dichos árboles, montones de hojas secas caían sobre mí cuerpo y terminaban en el suelo. En una primera impresión la escena no dejaba de aportar cierta tristeza, y movía a uno a pensar que esas hojas muertas que se desprenden para siempre de la rama que las sustenta no eran más que una alegoría de la propia vida, pues de la misma manera que el árbol con el frío y el otoño pierde lozanía, las personas conforme vamos cumpliendo años sentimos cada vez con más crudeza los achaques corporales, y paralelamente a que aquél nota las consecuencias de las estaciones postreras, vemos cómo las piernas se nos hacen más pesadas, la respiración mas costosa, los sentidos menos ágiles, las digestiones menos llevaderas y el sueño menos constante. Es ley de vida y cada año que pasa termina pesando como una losa a la vez que vas poco a poco aprendiendo a convivir con menos facultades.
Pero una vez que te pones a pensar, a darle vueltas a esa comparación que a primera vista parece dolorosa, te vas dando cuenta de que esa escena de ambiente frío, árboles pelados y hojas amarillas no deja de ser una imagen bella, todavía más posiblemente que la de otras estaciones con más "fama". Pocos espectáculos han dado a los artistas más ocasión de lucir sus habilidades que las estampas otoñales, y así han quedado para la posteridad los poemas de Machado acerca de los campos de Soria, los cuadros impresionistas de Manet o Renoir o las fotos de paisajes otoñales de Canadá o los Estados Unidos. De la misma manera, la edad madura, cuando las facultades menguan y la vida ha dejado de ser un pozo de salud y dinamismo, empieza a poseer una belleza especial, distinta, la que da la serenidad, el equilibrio, la experiencia y la capacidad de contemplar personas y cosas desde una perspectiva menos apasionada y, por ello, más comprensiva. En nuestra vida será inevitable que llegue el otoño, que aumente el frío y se caigan las hojas, pero seremos muy torpes si no sabemos apreciar todo lo bueno que ésto trae consigo.
6 comentarios:
Es cierto que con el paso de los años se pierden muchas facultades, sobre todo, de tipo físico, pero se ganan otras.
Por ejemplo, la capacidad para distinguir lo importante de lo accesorio; algo que a mí, personalmente, me ayuda mucho en mi profesión.
O el sentido del humor, sin el que es muy difícil sobrevivir.
O la intuición para tratar de resolver un problema o salir de un apuro.
En definitiva, con la edad nos volvemos más astutos (o más zorros).
Al margen de todo eso, el otoño me parece una estación magnífica.
El sentido del humor ... no loo tengo tan claro como cosa general; yo más bien hablaría de la "cintura" para encajar las cosas, la capacidad de reirse de uno mismo ... y el perder apasionamientos.
Pisando estoy las hojas,
en este mes otoñal,
si cada una fuera un libro,
sería un intelectual.
Pues es la naturaleza un libro, abierto de par en par,
que nos trae el conocimiento,
del orden universal.
¡Cuanta compañía nos hacen!
esas hojas encuadernadas,
que nos cuentan mil historias,
gloriosas, dulces o encantadas.
Me dijo un profesor,
que si de un libro sacamos,
al menos una buena idea,
estaría bien pagado,
y el tiempo aprovechado.
Un duelo, un aventura,
un amor, un desengaño,
la huella de un crimen,
o un grito de desengaño.
Sentado en el sillón,
de apacibles orejones,
corremos mil aventuras,
y nos sentimos mejores.
Sembrao, Driver.
Pasamos la juventud corriendo tras nuestros objetivos y, cuando los alcanzamos, ya no somos jóvenes. Ahora toca aprender a valorar la calma. Un beso.
Valorar la calma, ... que no es poco.
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