Ando leyendo un libro del escritor americano Ethan Canin titulado "América, América": estoy acercándome al paso del ecuador -se sitúa en la página 237-, hasta ahora me está pareciendo excelente y daré cuenta de mi valoración global en esta misma sede cuando llegué al final. El protagonista es un muchacho sencillo, hecho a sí mismo y que siempre ha trabajado rodeado de gente acomodada y de vida fácil, y en un momento concreto el autor pone en boca de su personaje la tendencia de tantas personas a reducir su felicidad a los "consuelos más convencionales", citando como ejemplo de éstos la abundancia, la comodidad y los pequeños lujos.
Que conste que no voy de estoico por la vida, o eso me parece, pero veo en esta frase un diágnóstico bastante acertado de lo que nos ocurre con frecuencia: nos conformamos con poco, nos ciegan los espejuelos del mundo y optamos por lo más fácil, por lo cómodo, por lo que sin complicarnos la vida da satisfacción a nuestros gustos y apetencias, ... y generalmente sólo a los nuestros. Y no estoy hablando de los buenos y sencillos momentos que hay que saber disfrutar -una comida familiar, una reunión de amigos, un encuentro inesperado, ...- sino de nuestra capacidad de poner lo supérfluo como esencial, de convertir en aspiración lo perecedero.
Habla Canin de la abundancia, y es cosa bien cierta que detrás de tantas guerras, de unas cuantas traiciones, de más de un drama suelen encontrarse la ceguera que provoca la codicia, el afán de tener más y más, el reducir las ambiciones al hallazgo del cuerno de la abundancia. Queremos tener de todo, y de este todo tener mucho, cada vez más: no sabemos conformarnos con un trozo ni cerrar el grifo del afán de incrementar el patrimonio ni renunciar a nada, ... y hasta uno puede ser etiquetado como torpe, ingenuo o tonto si se muestra conformado, si no anda bien entrenado en el arte de pisar callos ajenos, trepar hacia arriba o apuñalar espaldas para medrar y obtener ganancias abundantes. Y eso que conforme cumples años vas viendo, cada vez con mayor claridad, que al final de la vida almacenar no compensa en absoluto.
La comodidad tiene mucho que ver con la falta de compromiso; tenemos tendencia a la posición horizontal, al escaqueo y la vista hacia otro lado. Los anuncios publicitarios no paran de bombardearnos con ofrecimientos de una vida cada vez más cómoda; antes, para cambiar de canal tenía que esforzarse algo, ahora basta con manejar hábilmente el mando a distancia, ... Pero evidentemente la comodidad va mucho más allá que la simple cuestión postural, se manifiesta de muchas otras formas: comodidad es asumir lo que funciona mal como irreversible, en el país, en el trabajo, en tu casa, no mover un dedo por cambiar lo injusto, lo trapacero, lo mal montado ... y comodidad es no saber decir que no, porque muchas veces la comodidad tiene mucho que ver con la resignación, con no rebelarse, con ceder ante el poderoso, el que manda, el que te organiza la vida; y ésto puede ser tranquilidad para hoy y frustración para mañana.
Con lo de los pequeños lujos entramos ya en el mundo de "pijolandia"; hay quienes se extasían parados ante un escaparate lleno de "Rolex", recorriendo el concesionario de "Jaguar" o "Porsche" o pisando las moquetas de "Loewe": no pueden vivir sin el detalle distinguido, el recurso a lo snob, la necesidad de encontrar una etiqueta para cada objeto. Los pequeños lujos son uno de los ejemplos más palpables de la fugacidad de la vida, de lo pasajero de la gloria, de la tontería humana. De los tres consuelos referidos es éste posiblemente el más ridículo, el más insustancial. Pero depender de estos brillos nos convierte en superficiales y nos ciega ante los valores más profundos; dicen que nuestros adolescentes, chicos y chicas, van todos con el mismo aspecto exterior, son cada uno un clon del compañero, pero yo he visto -e imagino que también he "incurrido"- a bastantes mayores con la misma carencia de personalidad, y éstos ni tienen la excusa de la adolescencia ni disponen de tanto tiempo para aprender, y así no pueden prescindir del "Mercedes" último modelo, del viaje correspondiente a la Patagonia, a New York o a Birmania o de la "Mont-blanc" que exhiben pausadamente para estampar una firma que piensan importantísima y no es más que un garabato de inmaduro.
Que conste que no voy de estoico por la vida, o eso me parece, pero veo en esta frase un diágnóstico bastante acertado de lo que nos ocurre con frecuencia: nos conformamos con poco, nos ciegan los espejuelos del mundo y optamos por lo más fácil, por lo cómodo, por lo que sin complicarnos la vida da satisfacción a nuestros gustos y apetencias, ... y generalmente sólo a los nuestros. Y no estoy hablando de los buenos y sencillos momentos que hay que saber disfrutar -una comida familiar, una reunión de amigos, un encuentro inesperado, ...- sino de nuestra capacidad de poner lo supérfluo como esencial, de convertir en aspiración lo perecedero.
Habla Canin de la abundancia, y es cosa bien cierta que detrás de tantas guerras, de unas cuantas traiciones, de más de un drama suelen encontrarse la ceguera que provoca la codicia, el afán de tener más y más, el reducir las ambiciones al hallazgo del cuerno de la abundancia. Queremos tener de todo, y de este todo tener mucho, cada vez más: no sabemos conformarnos con un trozo ni cerrar el grifo del afán de incrementar el patrimonio ni renunciar a nada, ... y hasta uno puede ser etiquetado como torpe, ingenuo o tonto si se muestra conformado, si no anda bien entrenado en el arte de pisar callos ajenos, trepar hacia arriba o apuñalar espaldas para medrar y obtener ganancias abundantes. Y eso que conforme cumples años vas viendo, cada vez con mayor claridad, que al final de la vida almacenar no compensa en absoluto.
La comodidad tiene mucho que ver con la falta de compromiso; tenemos tendencia a la posición horizontal, al escaqueo y la vista hacia otro lado. Los anuncios publicitarios no paran de bombardearnos con ofrecimientos de una vida cada vez más cómoda; antes, para cambiar de canal tenía que esforzarse algo, ahora basta con manejar hábilmente el mando a distancia, ... Pero evidentemente la comodidad va mucho más allá que la simple cuestión postural, se manifiesta de muchas otras formas: comodidad es asumir lo que funciona mal como irreversible, en el país, en el trabajo, en tu casa, no mover un dedo por cambiar lo injusto, lo trapacero, lo mal montado ... y comodidad es no saber decir que no, porque muchas veces la comodidad tiene mucho que ver con la resignación, con no rebelarse, con ceder ante el poderoso, el que manda, el que te organiza la vida; y ésto puede ser tranquilidad para hoy y frustración para mañana.
Con lo de los pequeños lujos entramos ya en el mundo de "pijolandia"; hay quienes se extasían parados ante un escaparate lleno de "Rolex", recorriendo el concesionario de "Jaguar" o "Porsche" o pisando las moquetas de "Loewe": no pueden vivir sin el detalle distinguido, el recurso a lo snob, la necesidad de encontrar una etiqueta para cada objeto. Los pequeños lujos son uno de los ejemplos más palpables de la fugacidad de la vida, de lo pasajero de la gloria, de la tontería humana. De los tres consuelos referidos es éste posiblemente el más ridículo, el más insustancial. Pero depender de estos brillos nos convierte en superficiales y nos ciega ante los valores más profundos; dicen que nuestros adolescentes, chicos y chicas, van todos con el mismo aspecto exterior, son cada uno un clon del compañero, pero yo he visto -e imagino que también he "incurrido"- a bastantes mayores con la misma carencia de personalidad, y éstos ni tienen la excusa de la adolescencia ni disponen de tanto tiempo para aprender, y así no pueden prescindir del "Mercedes" último modelo, del viaje correspondiente a la Patagonia, a New York o a Birmania o de la "Mont-blanc" que exhiben pausadamente para estampar una firma que piensan importantísima y no es más que un garabato de inmaduro.
6 comentarios:
Totalmente de acuerdo, y conste que si hay una actitud que me produce urticaria es la de los "tacañones"...
Reconozco que no estoy al margen de la actitud que describes
y me ha hecho mucha gracia la imagen de "Les Macarons" que has puesto en el post...y además de La Durèe... En un viaje a Paris, pensando que era un "lujo pequeñito"...una tontería de nada, invité a mis hijas a unos marcarons en ese establecimiento mítico, por pura pijería y tontez...mira, todavía me duele y me avergüenza, menuda clavada...con lo simples que son de hacer...en fin.
Gracias por el post, me ha encantado, me ha hecho reir de mi misma.
Y gracias a tí por lo de los "Macarons" ... desconocía que se llamaran así, y los elegí tras poner en google "consuelos tradicionales" ...;).
Los "tacañones" también me producen urticaria, ... mucha, porque ser roñoso no es -para nada- virtud.
Toma post, Modestino. Es que no te has dejado ni una coma... Pensaba que la crisis colocaría algunas cosas en su sitio... Sí pero no. Compruebo que se vive con crispación por tener que prescindir: con rabietas los adolescentes y despotricando los adultos.
¿Has visto el último anuncio de IKEA? Es original y dispara un buen mensajeun buen resumen:
http://www.youtube.com/watch?v=kashRzhkSgs.
Un saludo, Modestino. Gracias. Quien más quien menos nos sentimos retratados.
Está bien el anuncio ese. No trataba de retratar a nadie, solamente de filosofar algo.
Saludos a Tarraco¡¡¡¡
Me ha encantado la entrada, Estoy conmovida. Reducir la felicidad a los consuelos mas convencionales.
Entre la comodidad y la pereza, entre los pequeños lujos y la vanidad, la abundancia...
Unos peleando por las sobras del contenedor y otros "calmando los nervios comprando"
Yo no quiero buscar así la felicidad (que no es felicidad) y siento vergüenza y arrepentimiento por haberlo hecho.
No se trata de arrepentirse de nada Veronicia; todos tenemos caprichos, lo importante es darse cuenta y ser capaz de estar por encima.
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