7 de agosto de 2010

Tierra de granizo



El pasado domingo regresaba de mis vacaciones gallegas en un vehículo que conducía otra persona; al llegar a Burgos enfilamos la autopista que va hacia Logroño, y a la altura de Tudela optamos por desviarnos por la carretera que se dirige a Ejea de los Caballeros para de allí llegar a Gurrea de Gállego y coger la autovía que lleva a Huesca. Conforme llegábamos a la capital de las Cinco Villas veíamos como el cielo se iba oscureciendo, amenazando una tormenta de las que hacen época; efectivamente, al salir de Ejea, en una de esas carreteras carentes de todo tipo de protección cayó sobre los mortales que allí circulábamos -y sobre todo el terreno existente- una granizada espectacular: las piedras chocaban sobre la carrocería y los cristales del coche con una fuerza tremenda, aunque la fortuna y la buena voluntad divina quisieron que no hubiera ni bollos ni roturas.

En aquél momento pensé en las muchas veces que´a lo largo de mi vida he presenciado la llegada virulenta del granizo, algo que siempre ha sucedido en tierra aragonesa: recuerdo una espectacular allá por octubre de 1999 en la autopista a la altura de Pina de Ebro, unas cuantas presenciadas desde la casa de mis padres en la misma Zaragoza, otras varias a lo largo de los casi nueve años que vivo en Huesca y alguna más que me dejo en el tintero. Es evidente que este fenómeno de la naturaleza, esta versión mucho más trágica y prosaica de eventos que han dado lugar a literaturas más poéticas como la nieve y la lluvia, es algo que se produce también en otros lugares de la geografía, pero no se porqué la imagen del granizo casa muy bien con la dureza del clima, el paisaje y hasta el carácter de Aragón.

Presenciar la agresión del granizo trae inevitablemente a mi pensamiento la impotencia del hombre ante las fuerzas de la naturaleza; somos capaces de ir ganando batallas al cáncer, a las enfermedades vasculares, al Alzheimer, ... pero ante la naturaleza desbocada nos seguimos sintiendo débiles e incapaces de reaccionar; salta a la vista que un episodio de granizo en tierras de Aragón está muy lejos de un tsunami, un terremoto o la furibunda erupción de un volcán, pero nos sirve para asumir más fácilmente quienes somos y en que condiciones funcionamos por esta tierra.

Y el granizo también suele ir inexorablemente unido a la desgracia de los del campo; muchas veces se añora la llegada de la lluvia y ésta acaba llegando en formas inadecuadas. El granizo puede aparecer a destiempo, destrozar cosechas, arruinar esperanzas y llevar al desasosiego; uno ve pasar el granizo y piensa en cómo unos simples minutos pueden traer la desdicha, romper la buena racha.

Pero en Aragón somos tenaces -tozudos dicen algunos- y nos seguimos levantando, siempre nos dispondremos a reconstruir lo destrozado, a recomponer lo derribado al alzar el ánimo y mirar al futuro.




3 comentarios:

Ana, princesa del guisante dijo...

Todos tenemos alguna granizada especial grabada en la memoria. La mía fue un 11 de septiembre, festivo en Cataluña. Mi madre sacó TODAS las plantas al jardín, para que se regasen con agua de lluvia después del caluroso y seco verano.
Cayeron piedras del tamaño de una nuez....
No lo he olvidado, y hace más de 20 años. Saludos, Modestino...

veronicia dijo...

Si Modestino el granizo es la desgracia de los agricultores...
La cosecha de todo el año perdida en unos minutos. La ruina de una familia.
Pocos saben lo que es perder el trabajo de un año por una pedregada ver toda la fruta en el suelo y los árboles jóvenes destrozados, los maizales...

Ver a gente muy recia caer las lágrimas.

Modestino dijo...

Son situaciones en las que es fácil llegar a la desesperación. El granizo te convierte, de un plumazo, lo pujante en un drama.