18 de septiembre de 2013

Tender la mano



Desde hace ya bastantes meses, cuando voy a trabajar vengo observando que en torno a la confluencia de la calle Menéndez Pidal con la Plaza Europa de Huesca suele deambular un individuo de unos 60 años que da la impresión de vivir en la calle y que de hecho suele ponerse a pedir en la puerta de uno de los supermercados existentes en la zona. El otro día el hombre se encontraba sentado en uno de los bancos existentes en la zona central del paseo, en esa situación de inactividad propia de quien no tiene demasiadas otras opciones en la vida; por la acera de la izquierda -desde el cruce con la calle San Jorge- venía un personaje a quien desde años tengo muy visto por el barrio, un hombre ya mayor, alto y con aires de jubilado con quien he coincidido alguna vez en la Misa de la iglesia de Santiago y que por lo que parece suele pasear bastante, actividad por cierto bien grata y saludable. Cuando este último llegaba a la altura del que descansaba en el banco, al verle le saludó, cambió de acera y ambos iniciaron una amable conversación. He de reconocer que la actitud del primero me edificó, y no porque viera en él una actitud que podríamos llamar de conmiseración, sino por la sencillez y naturalidad con el que saludó a alguien con aspecto de venir de lejos, andar desarraigado y no poseer familia ni hacienda alguna.

Podría ser que uno y otro se conocieran de antaño, que tuvieran una relación que viene de lejos y tal vez uno de ellos ha venido notablemente a menos, pero mi intuición me dice que lo que hizo nuestro presunto jubilado fue sencillamente poner el práctica el mandato evangélico, ejercitar esa preferencia por los más pobres y desatendidos que de manera tan insistente nos está animando a vivir el Papa Francisco. Pero lo más llamativo y lo más bonito del caso es que el hombre lo hacía con la más absoluta naturalidad, no como quien se rebaja a la altura del otro, como quien realiza una acción recomendable, como quien pretende ejercer una obligación, sino de igual a igual, sin estridencias, de manera que nadie se podía dar por ofendido ni por compadecido. Estoy seguro, además, de que el personaje no tenía conciencia de hacer nada extraordinario, que se limitaba a dejarse llevar por el corazón, el mismo que le lleva a tratar con cariño a su mujer, hijos o nietos, actitud coherente de quien sabe que ante Dios no hay categorías, que todos somos iguales. Un vivo ejemplo de la diferencia entre amar y sentir compasión.

7 comentarios:

Susana dijo...

Lástima que no haya más gente así. Un beso.

paterfamilias dijo...

Muy cierto. Gran ejemplo.

Anónimo dijo...

Estoy intentando ayudar en la enfermedad a un conocido común.
Tú fuiste quien me avisó.
Y es muy complicado.

Anónimo dijo...

Sentirse superior por tener dinero, que feo está y que corriente es.
Todavía hay quien piensa que los pobres lo son por gusto (y por vagos)
Yo prefiero a quien trata bien a todo el mundo sin importar su aspecto.

Modestino dijo...

A veces la ayuda se limita a que el otro sepa que estas ahi.
Quien se siente superior tiene un problema: no es consciente de la realidad. Yo hace tiempo que he decidido dar a quien pide -no siempre porque no es posible- sin plantarme si lo necesita realmente o no, por un lado porque quien pide seguro que algo necesita y por otra porque dando no te equivocas.
Hace tiempo escuche, no se donde ni a quien, que era bueno mirar a la cara cuando se da limosna, me parecio un buem consejo, dar sin desprecios ni condescendencias.

Dimas dijo...

Me alegra leer esta entrada, hace tiempo que defiendo posturas como esta y lucho por ponerlas en practica.La indigencia, fenómeno ajeno a las crisis, es un fenómeno que causa cierta aversión pero , nos guste o no,en cada indigente esta Jesucristo, procuro hablar con muchos,miente, hablan , en muchos casos te rechazan, en otros agradecen el que no pases junto a ellos como si fuesen un mueble urbano.
Ese numero de personas con gran corazón, somo cada uno. Tu y yo, como dice el Papa si no se cruza una mirada , si no hay contacto, una limosna puede ser como un canto rodado (esto último lo digo yo)

Modestino dijo...

Un saludo Jose Luis, en el fondo es una cuestión de sentido cristiano de la vid, desde otros puntos de vista todo es mucho más difícil.