26 de septiembre de 2013

En busca de la resiliencia perdida



Cada vez estoy más convencido de que ando oxidado en bastantes cuestiones; por ejemplo ayer escuché hablar de la resiliencia, un término que me sonaba a nuevo, aunque a la vista de mi tendencia al despiste y la dispersión me temo que no debe de ser la primera vez que alguien lo menciona en mi presencia y hasta ahora no he sido capaz de asimilar su concepto. En términos de psicología se define la resiliencia como "la capacidad para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo", aunque por lo que me han explicado cabe incluir también en la definición la capacidad para superar las simples contrariedades, y por lo visto es cualidad que conviene educar en la infancia, para que así los niños crezcan "resilientes", es decir, capaces de salir adelante en este mundo de "demonios" interiores y exteriores.

Sospecho que ni fui un niño resiliente ni tengo excesivamente desarrollada esta capacidad a mis 54 años, y bien claro tengo que esto no es precisamente una virtud. Me vienen a la cabeza unos cuantos sujetos a los que conocí con 15 o 16 años y que a la vista de sus modos de actuar, pensar y hablar, uno terminaba teniendo la impresión -o quizá es conclusión a la que he llegado con el paso del tiempo- que debieron de nacer maduros, que son gente que siempre han pisado firme, que desde adolescentes han mostrado una seguridad aplastante, a veces casi insultante, personas con las que corres el peligro de que se acentúe ese complejo que quienes hemos vivido nuestros primeros años con la posiblemente justificada etiqueta de "blandos" y "raros" solemos llevar sobre la espalda. Claro, que bien es cierto que de vez en cuando te llevas alguna sorpresa que otra y puede suceder que el paso de los años termine demostrando que tras una fachada impasible se esconde más de una debilidad. Ya no se si la "resiliencia" puede debilitarse y hasta fracturarse, o si lo que ocurre es que hay quien se ha defendido con una resilencia aparente o "putativa", que de todo puede haber.

A mí durante una temporada hubo quien me puso el "sambenito" de inmaduro e imagino que sus razones tendría, pero siempre agradeceré a un personaje, fallecido hace unos años, que un buen día me dijo que dejara de preocuparme de mis "madureces", que la gente nos tiene que querer como somos, algo que evidentemente no excluye la necesidad de intentar ser mejores, pero que conforme pasan los años y, cuando no madurez ni resiliencia, uno va adquiriendo cierta "pachorra" que tampoco tiene que ser mala, arraiga en tu interior la idea de que para superar las adversidades y las espinas del camino tal vez no hagan falta grandes teorías, y que ya sirven la propia experiencia, la ayuda y comprensión de los que te quieren y, en el peor de los casos, ahí está la ayuda de Dios, que dudo que se pare a pensar si quien anda necesitado es o no "resiliente".
 
 

8 comentarios:

Brunetti dijo...

Resiliencia. Vaya palabro, amigo.

Reconozco mi incultura: es la primera vez que oigo o leo ese término.

Y he de decirte que no me gusta nada: resiliencia. Qué difícil de pronunciar. Haré como que no la he oído ni leído y mañana mismo la olvidaré.

Prefiero "entereza": ¡dónde vas a comparar!

Modestino dijo...

Pues sí, ya sabes que ahora hay mucho snob suelto.

Driver dijo...

El término de resiliencia viene de la disciplina de resistencia de materiales, y hace referencia a la capacidad de un material para aguantar determinado desgaste.
Hay máquinas que miden en ensayo normalizado la capacidad de desgaste de un material a base de someterlo a una serie de mamporrazos, rozaduras, abrasiones y zalamarías de variado e impactante índole.
Esta característica es de gran importancia en la industria metalúrgica.
Su uso en el ámbito humano no es sino un fácil ardid para evitar pensar en palabras más apropiadas a nuestro género.
Capacidad de aguante, para los boxeadores.
Paciencia infinita, para los que andan de cara al público.
Entereza, para los que tienen un visión más cinematográfica (v.g. el señor Brunetti).
Impasible (con su variante impasible al ademán), para aquellos que gustan de la descripción física del gesto humano.
Aguante (su variante "que cada uno aguante su vela" se usa actualmente en algunos partidos políticos como arma de doble lectura).
Echarle cojones; perteneciente al lenguaje popular, su uso se extiende dada la universalidad y contundencia de su contenido.
Aguantar el tipo; variante muy usada en ciertos ámbitos sociales, donde la compostura se valora tanto en fondo como en forma.
Personalmente me inclino, dado mi gusto por la pintura, por "aguantar carros y carretas" pues amén de ser correctamente política (los carros, las carretas, no hay uso sexista del lenguaje), tiendo a imaginarme una fila de tales carromatos, plenos de carga pesada, que son frenados en titánico esfuerzo por el ciudadano de turno, que pasaba por allí y ante la inminencia de la catástrofe, sujeta como Dios le da a entender un marasmo de toneladas rodantes, cuyo desboque pudiera acabar en tragedia pública.

Modestino dijo...

Vaya parrafada, amigo!

Carmen J. dijo...

La resiliencia es un concepto muy interesante. Proviene de la arquitectura, si no me equivoco, y es la capacidad que tiene un material para recobrar su forma original después de sufrir presión o alguna fuerza. Sería un colchón de latex, por ejemplo. Aplicado a las personas, es un concepto algo diferente a la flexibilidad y a la adaptabilidad. La flexibilidad sería lo que hace una espiga de trigo, que se bambolea pero no se rompe con el viento. Y adaptabilidad, lo que puedas hacer con una bola de plastilina, por ejemplo.

La resiliencia no es exactamente la dureza ni la resistencia: el diamante es muy duro, pero muy frágil. La arcilla es blanda, pero resistente.

Matices...

Interesante post.

Carmen J. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carmen J. dijo...

Perdón, es que había duplicado el comentario.

Modestino dijo...

Gracias por ampliar muy interesante lo que dices. Un saludo.