El día que descubrí los Donuts

Quienes hayan nacido con posterioridad a los inicios de los 70 pensarán, con toda probabilidad, que los "donuts", esa rosquilla grande, esponjosa, azucarada y excesivamente dulzona, existieron siempre. También  los de mi generación creimos en su día que los croissants, los bollos suizos, los churros o la tarta de manzana eran manjares que ya se disfrutaban en el principio de los tiempos. He profundizado en el tema vía google y he descubierto que no son tan modernos como pensaba, pues su origen se remonta al siglo XVII, habiendo surgido en Holanda, aunque su nombre -como tantas veces- viene de Estados Unidos, donde fueron denominados "Dought nut" por su forma de nuez. Más curioso es el origen de su agujero central: Hanson Gregory, un marino, tuvo la idea de dejar sin el centro al donut con el fin de comprobar si así se freían mejor.

No sabría decir cuándo llegaron los "donuts" a nuestro país, pero puedo asegurar que en mis primeros años de conciencia, desconocía absolutamente la existencia de tales pastelitos: lo más parecido a ellos eran aquellas rosquillas duras y azucaradas que vendían -y venden- en bolsitas o aquellas otras más blanditas baladas por una capa de azúcar endurecido. Sería el año 1970 cuando comencé a escuchar sus excelencias en anuncios televisivos, aunque tal publicidad no sirvió inicialmente de reclamo para mis caprichos infantiles, que por entonces se centraban en otras direcciones.

Eso sí, recuerdo como si fuera hoy el tremendo impacto que me supuso la primera vez que los probé. Corría el curso 1969-70 y yo, con mis 11 años recién cumplidos, cursaba lo que entonces era segundo de bachillerato -después de muchas cavilaciones he descubierto que equivale al actual 6º de primaria- y por aquel entonces se habían establecido como festivas las tardes de los miércoles. Uno de esas tardes no lectivas paseaba junto a un amigo por la zona de Madre Vedruna y calles adyacentes de Zaragoza, y en las inmediaciones de la calle María Lostal sentimos la necesidad, tan propia de la edad, como de merendar. Para este fin descubrimos uno de esos establecimientos que por entonces se llamaban panaderías o lecherías, caracterizadas por su tamaño reducido y una instalación muy sencilla, que sólo a reventar una señora madura, amable y vestida con algún tipo de delantal. En esa grata situación de optar entre las viandas que se exhibían -una operación que las dudas infantiles pueden alargar hasta hacer perder la paciencia de quien atiende- mis ojos se detuvieron en unos donuts que lucían una pinta excelente, por lo que decidí romper mi total ausencia de experiencia en lo que a catar el producto se refería. El resultado me pareció en aquella lejanísima ocasión extraordinario y a partir de entonces no desaprovechaba ocasión de meterme entre pecho y espalda un "rosco"de esa naturaleza. He de confesar aquí dos torpezas que vienen causadas por la ingenuidad de los años y la timidez de mi carácter ... y me temo que por mi endémico déficit de inteligencia práctica. Por un lado aún viviendo junto a la Puerta del Carmen, siempre acudía a la lechería de referencia, como para estar seguro de encontrar la mercancía, y por otro, imagino que pensando en evitar la confusión de la dependienta, solía pedir una "rosquilla donutr", como si la mujer no supiera lo que era un "donut" y sin comprender que no es, ni de lejos una rosquilla.

Con el tiempo, mi pasión por los "donuts" se mitigó; su fama se extendió y unos cuantos recordamos la célebre campaña publicitaria del niño que primero se olvida los donuts y luego la cartera. Luego vino la  diversificación y ahora los tenemos de chocolate, rellenos de crema, con confites, ... Pero también hemos descubierto manjares más exquisitos y sofisticados, y los "donuts", además de poco recomendables para quienes no nos conviene el azúcar, suenan un poco a vulgares: uno no se imagina a Audrey Hepburn tomándose uno mientras contempla el escaparate de Tiffanys y suena la melodía de Moon River.