Conforme uno va cumpliendo años las visitas al médico proliferan, y ya no pasa como antes, que todo se solucionaba con termómetros, reposos y tabletas, sino que ahora tienes que hacer pruebas y cada dos por tres andas con análisis, ecografías, placas, radiografías y otras historias. En Huesca suelo alternar, según los casos, la "Clínica Santiago" y la "Policlinica Altoaragón", dos centros bien montaditos en os que te atienden bien. Fue en uno de ellos, ya hace tiempo, donde presencié una de esas broncas que a veces echamos los ciudadanos cuando asumimos con excesiva vehemencia nuestra condición de sujetos de derechos, a la vez que ejercitamos esa susceptibilidad que nos lleva a pensar que alguien nos engaña constantemente.
Atienden en recepción una serie de jóvenes, todas ellas féminas, que son muy simpáticas y atentas: no se si por obligación o por naturaleza, pero puedo asegurar que su sonrisa y sus palabras amables suenan a verdad. Recuerdo que se trataba de de esas mañanas en las que te enfrentas a unos análisis de sangre que tienden a provocar zozobra: porque acudes en ayunas, porque quien te saca el producto no siempre acierta a la primera y, fundamentalmente, porque algunos solemos acudir con la conciencia de que los resultados van a suponer una serie de suspensos con los que deberás acudir al galeno con el mismo mal sabor de boca que aparecía cuando llevábamos a casa alguna calabaza. Al mostrador de recepción, que es más bien estrecho por cierto, acudía un matrimonio mayor, él llegó malcarado desde la puerta, quedaba claro que ni tenía su día ni las circunstancias matinales parecían favorecerle; la razón -o razones- por las que perdió el "oremus" las desconozco, pero el hombre se indignó con una de las recepcionistas, que se las apañaba como podía para capear dignamente el temporal. Me acuerdo perfectamente que tras exigirle que hiciera qué se yo qué gestiones acabó con el rotundo e incontestable "¡tengo derecho!".
La chica insistía por activa y por pasiva que la situación, repito que ignoro cual, era fortuita, que no tenía la culpa de lo que al parecer estaba pasando, pero el hombre había asumido plenamente la condición de energúmeno y daba la impresión que la única forma que veía de templar su indignación era arremeter contra el personal, en este caso el más débil, añadiría yo. Como nunca supe la verdad del asunto, cabe la posibilidad de que esté siendo injusto, pero creo sinceramente que por muchos motivos que tuviera nuestro veterano "gruñón" no fue de recibo la humillación pública a la que sometió a quien estaba intentando cumplir su trabajo con la mejor intención. Las personas de las que hablo se afanan, al menos para un observador imparcial, por hacerlo lo mejor posible, no son gente "afuncionariada", ni muchísimo menos y a esas horas de la mañana tienen que desplegar una actividad que desde fuera parece una fuente de tensión y agotamiento. Parece mentira que haya ocasiones en las que no tengamos la finura suficiente para respetar y comprender a quien se encuentra al otro lado del mostrador, una situación que empieza a parecerme uno de los oficios menos gratos que conozco.
6 comentarios:
Por el título del post pensaba que sería una crónica del partido vivido ayer en el Sánchez Pizjuán ;-)
Yo también he sido testigo de alguna de estas broncas y, sin comerlo ni beberlo, te hacen pasar un mal rato por lo injusto de la situación. Te dan ganas de saltar y decir de todo
Supongo que esas broncas tendrán sus motivos, aunque acribillar, humillar públicamente a una persona pienso que nunca está justificado.
Modestino, es un hombre mayor que no va a entrar en razones, la chica tendrá que aprender sola a capear el temporal; si yo hubiera estado allí me hubiera costado contenerme pero lo hubiera hecho (mientras no se pase de las palabras)porque seguro que cualquier cosa que hubiera hecho un tercero-paciente hubiera agravado más la situación.
Hay que ver con la energía que se levantan algunos, y las ganas de reñir...
Evidentemente, quién se mete en peleas ajenas corre el peligro de terminar con las gafas rotas.
Me temo que yo no habría aguantado. Y sé que es peor... Pero debí nacer con un resorte que , de vez en cuando, me hace saltar a pesar de mil propósitos.
Es increible cómo trata según quién a la gente que trabaja cara al público. Son el último eslabón y los que reciben más bofetadas.
Y cuando es al revés, cuando te acercas con educación y amabilidad, la mayoría es gente encantadora.
Los "broncas" deberían desayunar "All Bran".
http://www.youtube.com/watch?v=_aQkandOpiE&feature=related
No se sim la solución es tomar "All bran" ... quizá mejor un carajillo ;).
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