4 de abril de 2014

La solidez del silencio


Con todos los matices que, como en tantas cosas de esta vida, se quiera precisar, pienso que podemos definir al silencio como una genuina manifestación de virtud. Salta a la vista que habrá ocasiones en que tendrá delito permanecer callado: razones de justicia, equidad y buena fama deben llevar a hablar y poner las cosas claras cuando procede, pero como norma general permanecer callado cabe ser considerado una reacción en la que se unen la prudencia, la inteligencia y el sentido común ... mi experiencia, al menos, es que me he arrepentido muchas más veces de haber abierto la boca que de haberme mantenido callado.

El silencio es una medida de prudencia; muchas veces tendemos a hablar de más y es que tenemos bastante arraigada la pasión de la vanidad, nos encanta ponernos medallas, servir de ejemplo, sentar cátedra, dictar sentencia, ... y tanta autoconfianza nos puede impedir ser conscientes de que al resto del mundo nuestra opinión y nuestra experiencia no les importa tanto, incluso en alguna ocasión les sale por una friolera. Pero el silencio es también una forma de ser oportunos, de estar en nuestro sitio, de controlar  la tendencia que a veces se nos dispara a hablar más de la cuenta, a meter la pata ... cosa muy disculpable cuando se va de buena fe, pero callar a tiempo puede evitar hacer daño a alguien ... e incluso terminar agobiados nosotros mismos.

El silencio es también señal de respeto, una forma de poner de manifiesto nuestro sentimiento ante el dolor ajeno, la pérdida, el sufrimiento de cualquier tipo. Con nuestro silencio ofrecemos solidaridad, compartimos las penas y ejercitamos la sabia actitud de quedar en segundo plano cuando no somos protagonistas, sino amigos, hermanos dispuestos a todo pero con vocación de estar en nuestro sitio. Cuando el otro sufre, lo importante es que sepa que estamos allí, no hemos de sentirnos obligados a dar consejos que no nos han pedido ni lecciones que seguramente no estamos en condiciones de dar. 

El silencio no es egoísmo, cerrazón, falta de sensibilidad, es conciencia de nuestro lugar en el mundo, es predilección por la reflexión, por la actitud discreta, por la contemplación. 



10 comentarios:

Susana dijo...

Lo difícil es saber cuándo hablar y cuándo callar. Un beso.

Modestino dijo...

Con los años se va aprendiendo a discernir. Aunque hay quienes no aprenden nunca.

Beso¡¡¡

Brunetti dijo...

Tu reflexión de hoy me ha traído a la mente lo que una vez leí acerca de los finlandeses.

Según parece, no se sienten nunca tensos si la conversación atraviesa largas pausas, ya que para ellos el silencio siempre fue una forma de comunicación.

Ahora bien, cuando por fin se deciden a hablar, se quedan muy contrariados si se les interrumpe.

Obvia decir cómo se sentirían de indignados si vivieran aquí, donde casi nadie calla nunca ni deja hablar al otro.

Buen fin de semana

Anónimo dijo...

He leido la entrada por la mañana, pensaba comentar algo agudo e inteligente pero en lugar de eso he tenido que atender el telefono. Siento que hoy llevo como doce horas escuchando y hablando sin parar y desearia no mantener ninguna conversación en dias...
Necesito silencio porque entre tantas palabras ya no puedo escuchar mis pensamientos.

interbar dijo...

A veces es necesario hablar...y hasta gritar.

sunsi dijo...

Siempre me he arrepentido de hablar de más. Es mi Talón de aquiles. Estás cargado de razón.

Gracias y un abrazo, Modestino. Bon cap de setmana.

Anónimo dijo...

Tan malo es callar cuando hay que hablar como hablar cuando hay que callar

Modestino dijo...

Los finlandeses Brunetti, como los nórdicos en general, son muy distintos a nosotros ... aunque no todo son ventajas.

Modestino dijo...

A Interbar y al Anónimo les diré que pienso que tienen razón, mi problema es que conforme cumplo años tengo más claro cuando hay que callar que cuando debe hablarse.

Modestino dijo...

Amiga anónima .... es bueno escucharse ... escuchar es bueno siempre.