He escuchado muchas veces que la infancia es cruel, y algo de cierto hay en esto. Me pongo a reflexionar y he de admitir que conforme vas adquiriendo uso de razón -o algo equivalente- te vuelves exigente, duro y criticón. Es fácil oír hablar de mobbing, de acoso escolar, y generalmente la víctima del mismo no suele ser el más listo de la clase, el que destaca en todos los deportes ni quien tiene madera de líder, sino el gordito, el tímido, el que tiene menos luces que un barco de contrabandistas. Y esa crueldad se cualifica y esmera conforme vas haciéndote mayor, despreciamos a quien nos parece mediocre, nos reímos del que viste sin gusto, somos durísimos con los defectos de los demás y con los fracasos ajenos. Recuerdo con desagrado una comida profesional en la que alguien destrozaba ante el resto a un tercero no presente cuyos pies por lo visto no se lavaba con frecuencia ni acierto, defecto evidente pero que no debería merecer el desprecio y la burla públicos. Por eso pienso que la crueldad es un error de juventud, tiempo en el que caemos en el error de andar en exceso poseídos de nosotros mismos y mirar a parte del prójimo por encima del hombro.
Conforme cumples años, pasas el ecuador de la vida y de la madurez llegas al preludio de la vejez, esa crueldad se atenúa, muchas veces hasta desaparecer, los gorditos ya nos hacen gracia -o somos nosotros-, a los tímidos les encontramos motivos para serlo y hasta nos son más gratos que los "echaos palante" y llegamos a pensar que los tontos no lo son tanto. Son momentos en los que se suele adquirir una mayor capacidad de comprensión hacia las miserias de los otros, posiblemente porque somos más conscientes de las nuestras; el conocimiento propio nos ayuda a disculpar con más rapidez y frecuencia, algo a lo que un sentido cristiano de la vida suele ayudar, por cierto, bastante. A lo mejor también nos ocurre que hemos conseguido ceder en fijaciones y fanatismos, y mientras no nos produce el éxtasis la virtud cuando la vemos excesiva y artificial, nos volvemos más condescendientes con las "vergüenzas" ajenas al verlas algo humano y hasta inevitable. Eso sí, a la vez que se reduce la crueldad, se empieza a notar que sube la "mala leche", algo que puesto a pensar intuyo que tiene su causa en la desconfianza hacia algunos que antes admirábamos y pensamos que nos han fallado y en general hacia la totalidad del género human; ya no es tan fácil que nos las den "con queso" y nos ha entrado un poco de ese estilo que en Aragón llamamos "somarda". Habrá quien diga que generalizo, y seguramente tendrá razón, pero me miro al espejo y no puedo evitar observarme con esas tendencias.
8 comentarios:
Básicamente sabes que no es posible tanta perfección y prefieres la naturalidad con todos sus defectos que la pose. A la desconfianza le llamaría "bajarse del guindo" o "quitarse la venda"...
Feliz miércoles, Modestino.
Con los años nos volvemos más tolerantes pero menos pacientes. Es una curiosa contradicción. Un beso.
Tal vez ultimamente ande obsesivo, amiga Sunsi.
Una forma mucho mas elegante de denominarlo, Susana ... aunque yo paciente no lo he sido nunca, y puede que en eso haya ganado con los años.
Suscribo todo el post, de arriba a abajo, desgraciadamente. Y digo desgraciadamente porque me siento reflejado. Es cierto, quizá ahora soy más tolerante, pero como dice Susana, también soy más impaciente.
Con estos bueyes hemos de arar, amigo ... y somos de carne y hueso :):):)
Mi abuelo tenía noventa años y muchas noches me sentaba en su cama para contarle cosas de mi trabajo pero sobre todo para que me contara historias de su vida.
Una noche le pregunté cual seria el mejor consejo que podía darme; me contesto que nunca humillara a nadie.
Lo tengo presente, y de mi propia cosecha he intentado no permanecer indiferente cuando se humilla a alguien en mi presencia.
Gran consejo, y no corren tiempos propicios, me parece.
Publicar un comentario