20 de noviembre de 2013

¿Armado hasta los dientes?


Ayer estuve en el Pilar; eran poco más de las 2.00 de la tarde y aunque pasó por mi cabeza el atentado de hace mes y medio, ocurrido en torno a esas horas, pudo más la devoción -¡faltaría más!- y me acerque un rato a rezar a la Capilla, además de encender unas cuantas velas, que en una u otra dirección seguro que vienen bien para algo o para alguien. Al salir de la capilla de la Virgen, me dirigí a la derecha y de lejos vi acercarse un matrimonio de mediana edad con pintas de turista; me pareció observar que el hombre llevaba una llamativa cicatriz que le cruzaba la boca, algo que de entrada me impresionó, imaginando que habría sufrido alguna enfermedad o accidente que le había desfigurado. Pero cuando la pareja llegó a mi altura y nos cruzamos, me di cuenta de que andaba completamente errado y que lo que alteraba el rostro del individuo que me había movido a compasión era ... un palillo. Así, sin anestesia ni tiempo de reacción, pase de la misericordia a la chanza y volví a recapacitar sobre la condición humana. El tema del palillo en la boca, que si la memoria no me falla también fue tema central de un antiguo post, es todo un símbolo del costumbrismo español, ... me temo que de la parte más cutre de ese costumbrismo, porque si funcionar con la vida con un palillo en la boca, de esos que parecen tener vida propia porque van de un lado a otro sin usar las manos, ya es de por sí algo más bien ordinario, roza la falta de respeto y decoro hacerlo en el interior de una iglesia, y ya no digamos en la mismísima Basílica del Pilar.

Al hilo de la anécdota me vinieron a la cabeza dos experiencias recientes que abundan en lo poco corteses en que nos hemos convertido los españoles; una de ellas cuando hallándome en un establecimiento "juguetero" de Huesca y procediendo a abonar mi compra se me adelantó una mujer que, sin dejar en ningún momento de mascar chicle, le dijo a la dependienta que había cogido el producto que deseaba y lo abonaba al instante, alegando que llevaba suelto; no me molestó el que se me colara, pues efectivamente pagó en metálico contante y sonante y no interrumpió mi compra, pero maldije esa fea costumbre de compaginar el diálogo con el andar por la vida mascando chicle. En un viaje en AVE que hice la semana pasada desde Madrid, mi vecino de asiento sacó una bolsa llena de pistachos, y conforme el "convoy" avanzaba vía adelante, fue procediendo al lento y sonoro proceso de morder la cáscara, comerse el pistacho y depositar aquélla en el cenicero; de esta manera la música ambiente cambió, indeseadamente, del jazz al fruto seco.


Consciente soy de que no son cuestiones de vida o muerte, de la general ausencia de maldad de quien las practica y que quien esto escribe duda estar libre de pecados análogos, pero a veces el personal funciona con una inconsciente y clamorosa ausencia de educación.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Antes de dejar que algunos clientes entren a ver al juez los "despiojo"; es decir, fuera gorras, gorros, chicles,caramelos, trastos con los que enredar con las manos, teléfono!!! , nada de valancearse en la silla, nada de poner los codos en la mesa del juez!!! obligatorio tratar de usted...
Y alquien podrá pensar que exajero, pero aseguro que no que todo lo que he escrito es absolutamente cierto y por lo visto las maneras de estar en el sofá de casa las sacan a pasear en cualquier lugar.

Anónimo dijo...

exagero balancearse

Anónimo dijo...
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Susana dijo...

A mí lo que más me molesta son las conversaciones de móvil a voces. Un beso.

Modestino dijo...

Si, como diria un buen amigo hay mucho "pueblo soberano", pero no hemos de limitar estas cosas al mundo "lumpen", que en todas partes cuecen habas.

Modestino dijo...

De conversaciones a voces por el móvil sabemos mucho los usuarios habituales de trenes y buses, ya he hablado en bastantes ocasiones del tema.
Sin ir más lejos el otro día en el autobús que va de Zaragoza a Huesca todo el pasaje tuvo conocimiento de que una señora les llamaba a sus hijos o nietos "canijo" y "canija".