“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros”. Jn. 13, 34
Con frecuencia compruebo que vivimos en una sociedad en exceso individualista; caminas por la calle y en demasiadas ocasiones ves a personas andando, generalmente deprisa, mirando sólo al frente, indiferente ante el tipo con el que se cruzan, absolutamente ajeno a que la vieja que tarda en cruzar, el niño que llega tarde al cole, el portero que barre la calle o el kiosquero de la esquina, al igual que ellos, puede que hayan dormido mal, que tengan al cónyuge enfermo o que no sepan que hacer con la suegra. Cada uno vamos a lo nuestro, nos preocupa solamente lo nuestro y, en consecuencia y por desgracia, nos sale por una friolera el prójimo ... si acaso reservamos un pequeño espacio para los más allegados.
Con frecuencia compruebo que vivimos en una sociedad en exceso individualista; caminas por la calle y en demasiadas ocasiones ves a personas andando, generalmente deprisa, mirando sólo al frente, indiferente ante el tipo con el que se cruzan, absolutamente ajeno a que la vieja que tarda en cruzar, el niño que llega tarde al cole, el portero que barre la calle o el kiosquero de la esquina, al igual que ellos, puede que hayan dormido mal, que tengan al cónyuge enfermo o que no sepan que hacer con la suegra. Cada uno vamos a lo nuestro, nos preocupa solamente lo nuestro y, en consecuencia y por desgracia, nos sale por una friolera el prójimo ... si acaso reservamos un pequeño espacio para los más allegados.
Me horroriza la indiferencia; la sensibilidad la tenemos todos, aunque unos la exterioricen más que otros, y por ésto todos necesitamos que nos tengan en cuenta, que nos hagan caso que se acuerden de nosotros, en los momentos buenos y, especialmente, en los momentos malos. A veces tengo la impresión de que hemos avanzado mucho en políticas sociales, en igualdad de oportunidades, en prestaciones diversas, ... lo que evidentemente es bueno, necesario, justo,.... pero a la vez tenemos presentes cada vez menos los problemas del resto.
Nuestra sociedad es, además, competitiva; en muchos trabajos la exigencia es tal que no es difícil quedarse rezagado, incluso no son pocos las empresas, despachos, gabinetes, entidades bancarias, etc en los que a partir de cierta edad la gente ya no interesa, como si fueran de "usar y tirar". No dudo que todo esto puede tener sus ventajas, pero tiene unos cuantos peligros: algunos se pueden sentir innecesaria e injustamente inútiles, se puede acabar imponiendo la "ley del más fuerte" y se acaba incentivando la puñalada por la espalda y el pisotón al contrario. Muchas veces echo de menos la comprensión hacia el nuevo y hacia el torpe, el afan de enseñar y crear escuela y la ilusión por trabajar en equipo.
Podríamos poner tantos ejemplos¡¡¡, desde el cliente que se cree con todo el derecho de exprimir e incluso abroncar a quien le atiende tras un mostrador o ventanilla hasta el "macho hispánico" que se empeña en calificar y clasificar a la camarera de turno como si estuviera convencido de que está facultado para ello, pasando por el jefe intolerante y déspota, el ciudadano tan imbuido de sus derechos como ignorante de sus deberes y el típico querulante que todos tenemos que soportar algunas veces. En todos ellos parece manifiesto el desprecio por los sentimientos ajenos, el más triste desconocimiento de los poroblemas personales del resto y un egoismo que ha sido alimentado desde distintas fuentes.
No quisiera ofrecer una imagen negativa de la sociedad, simplemente ofrecer unas pinceladas de lo que me parece mejorable; afortunadamente, uno se sigue encontrando muchas manifestaciones de generosidad, bondad y entrega desinteresada al resto, porque afortunadamente aún somos humanos.
Fotos: acamp.files.wordpress.com; mx.news.yahoo.com; blog.magnoliart.com
2 comentarios:
Hola, Modestino.Cuando leía tu entrada recordé un artículo que escribí hace tiempo.También entonces reflexionaba sobre lo que tú expones.Terminaba así:
"Pensaba que de cuando en cuando podríamos aparcar –aparcar no es sinónimo de olvidar-la violencia que nos envuelve, el malhumor justificado, los acontecimientos que nos angustian, nuestros miedos reales... y seleccionar alguna buena noticia de las que no salen en los informativos. Y decirse “hoy voy a ir a medias”, “multiplicaré o dividiré según convenga”. “Ir a medias” con nuestros habituales: los que nos topamos recién salidos de la cama, los que nos ponen o nos cobran la gasolina, los colegas del trabajo y de los minutos del café , los de la cola del súper, los que están al otro lado del teléfono... Y contagiar el “ir a medias” con los que hemos ido a medias. ¡Quién sabe! Tal vez se ponga de moda vivir desdoblando lo que nos hace sentir bien y replegando lo que enturbia las relaciones humanas. Suena utópico, pero ¡quién sabe! ¿Recuerdan la canción?. “Si tú eres así, qué suerte que ahora estés junto a mí”.
Buenas noches
Gracias por tu aportación. Francamente sugerente todo lo que escribes. Vivimos demasiado deprisa, esquivamos el compromiso y vendemos a ir a la nuestra.
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