7 de abril de 2011

Dos novelas en torno a la guerra civil




La Guerra Civil española siempre dará argumentos para una novela; mucho se ha hablado últimamente de memoria histórica y doctores tiene la Iglesia, pero a mí, sinceramente, me da igual la perspectiva de cada cual, porque todos tienen sus argumentos y lo único que uno acaba teniendo claro es que se trata de un acontecimiento que no debe repetirse. He leído mucho y bueno sobre este hecho histórico que enfrento a los españoles hace 75 años y he de reconocer que he aprendido mucho de quienes escriben desde una perspectiva y de quienes lo hacen desde la opuesta. Recientemente he leído dos libros que giran en torno a la guerra, uno sobre sus momentos anteriores y el otro acerca de lo que ocurrió tras su finalización, ambas me han parecido excelentes.




















"La fiesta del oso"
Jordi Soler
Mondadori. Barcelona (2009
160 páginas



Sinopsis: El autor de "Los rojos de ultramar" regresa para contarnos el paradero de Oriol, un republicano perdido al final de la Guerra Civil. En la guerra se pierden los destinos. Historias que parecen cerradas de repente admiten un giro más, una nueva revelación que cambia nuestra perspectiva del pasado y por ende nuestro presente. La historia de Oriol es una de esas. La fiesta del oso es una parábola sorprendente sobre la responsabilidad de saber y el valor de la verdad, esa casa que solo existe si la habitas. Una novela sorprendente sobre el azar, la verdad y sobre si realmente no es mejor vivir sin saber.


Todas las reseñas que había leído de esta novela habían sido positivas, y aunque se lee bien y te cuenta una historia interesante, mentiría si no dijese que esperaba más. Está ambientada en la zona del pirineo catalán próxima a la frontera con Francia y más allá de ésta, mientras que el tiempo en el que se producen los hechos es el inmediatamente posterior a la guerra civil española, en paralelo con la actualidad, pues utiliza la técnica del flash back y el autor se remite a los hechos antiguos a través de la narración de un testigo de los mismos.



El libro es profundo, plantea cuestiones morales y sociales de interés y nos pone sobre el tapete un tema tan importante hoy en día como es la necesidad de distinguir entre la historia imaginada, creada en ocasiones a impulso de la nostalgia y el idealismo y la realidad, muchas veces bastante más prosaica de lo que imaginábamos. Se agradece, además, el tratamiento objetivo y desapasionado de un asunto tan manipulado como es el de lo ocurrido en España entre 1936 y 1939.


"La fiesta del oso" nos cuenta una historia dura, a mí en concreto el desenlace me pareció estremecedor, impactante, pero Jordi Soler es capaz de tratar en tono de humor, con aire de ironía un tema dotado de buena dosis de dramatismo, algo que es de agradecer, porque te hace mucho más llevadera la lectura. Desde el punto de vista formal, destaca que Soler ha prescindido de los puntos y aparte, algo que al menos a mí me ha hecho más complicada la lectura, un recurso literario que no puedo evitar me suene a cierto snobismo.















"Plaza del Castillo"
Rafael García Serrano
Homolegens. Madrid (2009
384 páginas




"Plaza del Castillo" es la novela de las vísperas. La Guerra Civil está a punto de estallar, pero aún no lo ha hecho. Es como si los españoles todos hubieran alcanzado el acuerdo tácito de correr los encierros antes de lanzarse a los campos de batalla. Pamplona, su emblemática Plaza del Castillo y los Sanfermines de 1936 conforman el escenario desde el que Rafael García Serrano, crea y recrea con una prosa que se paladea con los cinco sentidos, el ambiente, las pasiones y las razones, el amor y el odio, el dolor y la alegría de aquella España y de aquellos españoles que poco después de entonar el «Pobre de mí», que clausura los Sanfermines, se echaron al monte el 18 de julio de 1936 cantando la Internacional y el Cara al Sol. Las mismas manos que compartieron la bota y el vino, las mismas manos que agitaron un ejemplar del Diario de Navarra para salvar la vida de un compatriota con un quite en el encierro, esas mismas manos, cuatro días después de que finalizaran los Sanfermines de 1936, empuñaron las armas para combatir entre hermanos en todos los campos de España.


La condición de falangista del autor y el lado desde el que se narra esta novela la hacen para la mentalidad de muchos políticamente incorrecta; me parece una lástima que a veces no seamos capaces de valorar la buena literatura y de respetar las perspectivas ajenas, como también sucede con el "Madrid de corte a checa" de Agustín de Fozá, proscrito por ciertos sectores.

Por encima de todo, "Plaza del Castillo" me ha parecido un libro bien escrito, que crea a la perfecció el doble ambiente que se respiraba en Pamplona durante los sanfermines de 1936, con el bullicio propio de las fiestas por un lado, y el aire conspiratorio que se respiraba por otro. García Serrano consigue, además, crear todo un relato costumbrista que nos sitúa perfectamente en la Pamplona de la época justo en los días de su fiesta mayor; las corridas de toros, los encierros, los bailes, las copas, las juergas, las peñas y el folklore aparecen maravillosamente reflejados en el libro. Quienes conocemos la capital navarra, por mucho que la hayamos visitado muchos años después, nos ambientamos enseguida en lo que describe García Serrano. La Plaza del castillo -que da título a la novela-, la calle de la Estafeta, La Rochapea, el Río Arga, ... son santo y seña que adorna la trama. Y junto a ello, el ambiente de conflicto político, los hechos que pululan en el lugar y el tiempo que acercan al relato al concepto de novela histórica, aumentan el interés de la lectura.

Queda dicho que no se trata de un libro incardinable en lo que se considera hoy en día políticamente correcto, pero me parece que el autor ofrece la seriedad y el prestigio suficientes para hacer creible lo que cuenta, por más que uno pueda discrepar de enfoques e interpretaciones. La obra forma parte de la trilogía de la Guerra Civil junto a "La Fiel infantería" y "La ventana daba al río", uno de los mejores trabajos sobre el tema que existe. También tengo que decir que en ocasiones me ha parecido que la prosa que utiliza el autor ha podido quedar algo desfasada y que en algún momento he notado cierto tono cursi que no debe deslucir la brillantez que en mi opinión tiene la novela.

6 de abril de 2011

Varias horas con Bette

Nadie discute que Bette Davis es uno de los mitos más grandes del cine, posiblemente se dispute con Katherine Hepburn la condición de mejor actriz de la historia del mundo del celuloide; pero no es un mito de vida corta como James Dean, surgido a base de polémicas y trasgresión como Marlon Brando, creado por el glamour, los romances y el drama final como Marilyn Monroe ni elevado a la quinta esencia mucho más por el físico que por el arte, como Rock Hudson, Rodolfo Valentino o Brigitte Bardott. Bette Davis se ganó a pulso su condición de diva: más de cien películas, con once nominaciones para el Oscar y dos estatuillas en su poder, una personalidad arrasadora y una capacidad de hacer todo tipo de papeles, por más que caiga sobre ella la leyenda de ser una mala perpetua, algo que no es cierto por mucho que sea cierto que estuvo magistral en una serie de interpretaciones de mujer ruin y perversa. Bette Davis tuvo que luchar para hacerse un hueco en el olimpo de Hollywood, no siempre tuvo los papeles ni la películas que merecía, aunque su intervención en cualquier film suponía, ya de por sí, un espaldarazo para éste, era capaz de convertir en grande un guión´que no pasara de discreto. Recientemente he visto unas cuantas de las más célebres películas de la actriz nacida en Lowell, una ciudad del estado de Massachusetts.

Cuentan que William Wyler acabó hasta las narices de Bette, aunque es posible que la cuestión fuera recíproca; con la Davis Wyler dirigió tres películas: "Jezabel" (1938), "La carta" (1940) y "La loba" (1941) y sus trifulcas con la diva, en especial en esta última, fueron de tal calibre que decidió no trabajar con ella "ni un minuto más", algo que cumplió escrupulosamente. No he visto "La carta", pero tengo bien claro que es una asignatura pendiente que habré de terminar superando, pero tras visionar las otras dos y con las referencias de aquélla puedo asegurar que benditos conflictos entre Wyler y Davis y que con lo que hicieron juntos cubrieron buena parte de la gloria achacable a Hollywood. Tanto "Jezabel" como "La loba" son dramas sureños, y en ambos Bette Davis representa su papel de malvada, si bien son dos tipos de perversa bien distintos, porque mientras la Julie Marsden de la primera es altiva, dominante y caprichosa y al final se redime, Regina Hubbard es pérfida del todo, de una maldad intrínseca que no permite redención alguna. En "Jezabel" Bette Davis viste el traje rojo más célebre del blanco y negro, mientras que en "La loba" hay dos escenas que me causaron especial impresión: la frialdad con la que Regina ve impasible como su agonizante marido sube desesperadamente las escaleras buscando la medicina que ella le niega y la final, con esa mirada silenciosa a través de la ventana en la que, sin hablar, lo dice todo. En "La Loba" alterna con Herbert Marshall y Teresa Wright, mientras que en "Jezabel" comparte cartel con el mismísimo Henry Fonda.

Me la recomendó quien sabe de ésto y, efectivamente, "Amarga victoria" (1939) es una película de primer nivel; aquí Bette Davis no es una sureña perversa ni vanidosa, ni siquiera es sureña. Aquí representa el papel de Judith Traherne, una rica heredera de Long Island desahuciada por un tumor cerebral. No obstante, Bette vuelve a representar a una mujer de carácter, alguien que decide tirar por la calle del medio ante el drama personal que se le presenta. La actriz vuelve a estar magnífica, tanto que recibió la nominación para el Oscar a la mejor actriz, al igual que la película optó al suyo, si bien todos chocaron con "Lo que el viento se llevó", que ese año acaparó galardones. De nuevo las miradas, los desafíos -al resto de protagonistas y a la cámara-, las actitudes, el dominio de la escena, ... todo es magistral en la actuación de Bette, que oscurece a un galán maduro como George Brent, a un jovencísimo Humphrey Bogart y a un insulso Ronald Reagan. "Amarga victoria" es un auténtico espectáculo de cine serio y brillante, dramático y con valores, una historia creíble que plantea una cuestión tan importante como el enfrentamiento ante el dolor, la enfermedad y la muerte. En el film uno ve una Bette Davis distinta, demostrando su versatilidad y, sobre todo, que es una actriz enorme. Sin lugar a dudas Bette saca adelante la película, pues George Brent no es nada más que un galán correcto, Humphrey lo hace bien, pero no es protagonista y, en la línea de mi buen amigo Tommy, puedo asegurar que si Ronald Reagan llegó a presidente de los Estados Unidos no lo fue por su calidad como actor.

La última película que he visto de Bette Davis ha sido "Qué fue de Baby Jane?" (1962), la célebre historia de las dos hermanas actrices que viven juntas y enfrentadas cuando ya están en decadencia. La interpretación de Bette es inolvidable, en un papel de mujer alcoholizada y perversa en fase ya de enajenación, en un formidable enfrentamiento escénico con Joan Crawford, a quien al parecer también odiaba en la realidad. Es un film de Robert Aldrich que me pareció formidable, con toques de terror, intriga, humor negro y tensión permanente: me pareció muy adecuado el epíteto de "guiñolesco" con el que se le calificaba en una crítica que encontré en internet. La película, además, es de las que te hace pensar, con una crítica demoledora y evidente a la condición de "niños prodigio". También he visto recientemente "Su propia víctima" (1964), otra muestra de cine negro, dirigida por Paul Henreid y que recordaba haber visto por la tele hace muchísimos años. No es de las películas más importantes de la actriz, pero está bien hecha y cuenta una historia muy interesante de dos hermanas gemelas que han tenido distinta suerte en la vida, una se casó con un hombre riquísimo mientras que la otra malvive regentando un bar de medio pelo. Hay historias antiguas, crímenes, suplantación de la personalidad e intriga hasta el final; con la Davis destaca el buen papel de Karl Malden como inspector de policía y un Peter Lawford al que le venía como anillo al dedo el frívolo papel de amante.


Bette Davis me ha parecido una actriz capaz por sí sola de convertir en brillante una película; ocupa la escena y protagoniza cada momento con una maestría y una personalidad insuperable.

5 de abril de 2011

Dolor y muerte en Costa de Marfil



Por desgracia cada vez son más los países convertidos en un polvorín; me temo que el polvorín florecido en países como Túnez, Egipto, Bahrein o Yemen, las gravísimas consecuencias del terremoto y posterior tsunami ocurrido hace unas semanas en Japón y las implicaciones internacionales del conflicto libio han hecho que pase más de puntillas una situación tan grave como la que desde hace meses sufre Costa de Marfil, gravedad que se ha acentuado de manera alarmante en los últimos días; aires de guerra civil, víctimas civiles y situación de pánico entre los ciudadanos convierten el país africano en un lugar de presente aterrador y futuro preocupante.

África es un territorio pobre y poco desarrollado, pero a la vez sus habitantes nos ofrecen la visión, tal vez en exceso idílica, de gentes felices, hospitalarias y dispuestas a crecer en todos los aspectos, mientras Costa de Marfil parecía hasta hace unos años un país tranquilo y capaz de prosperar; por ello da especial pena el que ahora aparezca como lugar de conflicto, enfrentamientos y desolación. Aún duele más el que exista una especie de indiferencia por parte de la opinión pública, no acaba de ser comprensible que la muerte de civiles y unas perspectivas de futuro desoladoras -se habla, entre otras cosas, de carencia de alimentos, refugiados, casas destruidas y familias rotas- ocupe un espacio ínfimo en relación con las elucubraciones sobre las centrales nucleares, la sucesión de Rodríguez Zapatero o la derrota del Madrid frente al Sporting, como si se pasara de puntillas por tragedias nacionales de esta naturaleza.

Por encima de cuestiones políticas, valoraciones históricas y condiciones estratégicas del país, que he de admitir desconocer bastante, la sensibilidad hay que tenerla especialmente con el problema humano; poco podemos hacer desde nuestro rincón, pero no es lo mismo sufrir sólo que sintiendo al menos espiritualmente la compañía del resto del mundo. No se sabe porqué los sufrimientos suelen caer sobre los menos afortunados económicamente, no sería bueno actuar como si pensáramos ese de que cada palo aguante su vela. George Bernanos ponía en boca del protagonista de su inolvidable "Diario de un cura rural" la frase de que "no hemos venido al mundo a sufrir por los demás, sino a sufrir con los demás"; a mí me gustó en su día el matiz, y no deja de ser sugerente.


4 de abril de 2011

Equívoco en el "Sandor"



Imagino que el Bar "Sandor", ubicado en la Plaza Francesc Maciá de Barcelona, seguirá existiendo. Recuerdo que cuando yo estudiaba los últimos cursos de la carrera era de lo más chic de la ciudad condal y siempre que pasaba por allí me llamaba la atención su aspecto de estilo de club inglés y las apariencias más bien selectas de sus clientes, aunque por entonces -finales de los 70- nunca llegué a entrar dentro, por más que a me atrajera. Al parecer tenía fama su terraza, llamada "Terraza Martini" y solía ser encuentro de señoronas de las zonas altas de Barcelona, ejecutivos y gente más bien pija.

Mi primer año profesional lo cumplí en Barcelona y allí tuve ocasión de estar en una ocasión en la referida "Terraza Martini"; fui después de comer por ahí con dos compañeros de trabajo y recuerdo que hacía una tarde espléndida, luciendo un sol "de bandera". Metidos de lleno en la conversación y el café, en la mesa de al lado se sentó un joven con aspecto de haber comido siempre caliente en compañía de una moceta que, por lo que se verá, debía estar bastante bien. Una vez atendida la pareja por el camarero correspondiente, ví como uno de mis amigos miraba sorprendido hacia la mesa, a la vez que comentaba algo así como "qué ha pedido ese tío", volví la espalda y comprobé que al chaval le servían un combinado de "Coca-cola" y "Baylis", motivo por el que comprendí la sorpresa del colega, pues no deja de ser una mezcla sorprendente. Al ver cómo tres individuos mirábamos con sorpresa hacia su mesa, el demandante de semejante bebida comentó: "es guapa la chavala, ¿eh?.

El suceso, que evidentemente no tiene más trascendencia, trae una doble "moralina": de un lado, fuimos etiquetados como una especie de "salidos" por caer en el vicio de ser cotillas, y vete a explicar al mozo que nuestra curiosidad la provocaba el "Baylis" y no la chica; por otro, tengo la impresión de que el joven pecó de vanidad, pues ´parecía encantado de que se admiraba a la "beldad" que pensaba haberse ligado, sin que tuviera precisamente razones ciertas para ello.


3 de abril de 2011

"Everything I do I do it for You", Bryan Adams



Aún vivía en Tarragona cuando un vecino hizo de buen samaritano y me facilitó tres DVD cargados de canciones en MP3 para escuchar en el ordenador a través de un programa llamado "winamp" -o algo así; por este medio conseguí de golpe un montón de canciones que me gustaban, a la vez que descubrí unas cuantas más de las que probablemente nunca hubiera sabido nada.

He de agradecer a Antonio, así se llamaba el individuo, que utilizara este medio de insuflarme ánimos en momentos que no estaban siendo fáciles a la vez que me permitiera aumentar mi conocimiento de la buena música internacional. Uno de los hallazgos fue el de Bryan Adams, y en concreto ese "Everything I do" que traigo hoy al blog; pienso que junto a "Sacrifice" -conocía a Elton John, pero no el tema- fue lo que más repetidamente escuché de aquella amplia colección de canciones. Con el tiempo los discos se fueron estropeando, pero con los avances de internet hay ahora muchos más medios para poder escucharla. Bryan Adams es canadiense, habiendo nacido en Kingston (Ontario) hace 51 años; es de los que siempre tuvo las judías puestas en el plato, pues su padre era diplomático y, al parecer, se opuso a la carrera musical de su chico, ya se ve que con poco éxito ... por fortuna.

Tal vez sus canciones, al menos ésta, que es su gran éxito, sean en exceso melosas para el gusto de algunos, pero ya se sabe que siento debilidad por estas melodías dulces y lentas.





2 de abril de 2011

Lo que inspira el anís

No se porqué, pero tengo la impresión que una copa de anís es algo que suena a caduco, a tiempos pasados, a épocas pretéritas. Uno piensa en una botella como la que aparece a la izquierda, con ese mono que dicen que está inspirado en Darwin y a mi me recuerda a Rubalcaba, y automáticamente se retroatrae al mundo de nuestros abuelos, a señoras elegantes, entradas en años y con aspecto de "puretas" tomándose una copita mientras hablan de las últimas películas de Clark Gable, juegan a la brisca -¡que conste que no se exactamente en que consiste el juego!- o ponen a caldo a las vecinas de al lado. No quiero decir con ésto que el anís sea un licor exclusivo de las féminas, pues he conocido hombres hechos y derechos que le daban al tema, bien sólo o bien mezclado con coñac, el clásico "blanco y negro". Hoy en día ya no se escucha pedir un anís, al menos en los habituales lugares donde uno va a tomarse la copa después de una comida o cena más bien extensa; o bien se recurre al chupito más bien light de melocotón, manzana verde o avellana, al orujo que "desfragmente" las entretelas o a un combinado más fuerte con gin, ron, vodka o similares. Y con la pérdida de la costumbre de recurrir al dilema coñac-anís, acabas teniendo la impresión de que algo se te está muriendo en el alma.

Dicen los expertos que el de Chinchón es el anís más genuino, de hecho en referencia al mismo uno encuentra por la red definiciones absolutamente castizas y significativas como la que habla de que es "el más singular gracias a su alta graduación y su intensidad aromática; traslúcido, presenta un penetrante aroma a matalahúga. En boca es ligeramente ardiente, con notable presencia anisada y buen cuerpo". Hace muchos años veía con frecuencia las célebres botellas con el distintivo rojo -dulce- y verde -seco-, aunque con el tiempo he averiguado que también existe la botella con "arete" morado, que distingue el Chinchón "seco-especial", un licor que ya no debe de ser para damas finas, sino para individuos con garganta de camionero. Chinchón es una localidad cercana a Madrid, y ya su sonoro nombre suena a clasicismo, a pueblo castizo, a la España más tradicional, esa que pasa de la fiesta patronal a la barra del bar, de la procesión a la juerga sin solución de continuidad.

También me viene a la cabeza el anisette "Marie Brizard", con su clásica botella que anunciaban en la tele de antaño y suena -¡vete a saber si acierto en ésto!- a licor de jóvenes de traje largo y sombrilla, a dama de principios del siglo XX, a elegancia entre rancia y superficial. La primera vez que oí hablar de la marca fue con motivo de un regalo que llegó a casa a través de una señora amiga de la familia, mi cabeza infantil retuvo el evento, me da la impresión de que ya los niños captábamos que el anís era un alcohol que tenía algo de dulce, es decir un atractivo mayor que un coñac o un whisqui, que sonaban a materia tan amarga como prohibida, por mucho que tampoco recuerde que llegara a probar el "Marie Brizard" en cuestión. Imagino que el producto seguirá en el mercado, incluso creo recordar que alguna vez he escuchado que algunos lo combinan con "Coca-cola" o "Fanta" -¡mira que los hay frikis!- pero tampoco parece que haya sobrevivido a la modernidad vigente.

Y queda el filón más sencillo, el anís "Castellana" y el de la "Asturiana", que evocan tascas de pueblo, bares de barrio, almuerzos de albañil, tertulias de jubilados, partidas de guiñote, pensiones de calles oscuras, tascas de estaciones de tren de tercera, discusiones taurinas y copas desvencijadas, productos de siempre, botellas que no esconden mensajes sino historias personales, momentos que provocan nostalgia. Y, por supuesto, el recuerdo de las tardes de domingo sujeto a la radio, al Carrusel Deportivo y programas hermanos, a los concursos de Juan de Toro, que regalaba una caja de botellas de Anís "Castellana" a quien acertaba el autor del tercer gol del Madrid o esos años en los que alguno de estos programas hacía despedirse a cada corresponsal con lo que llamaban "el consejo de siempre": "Anís de la Asturiana, su presencia siempre agrada", o aquello de "en vaso largo o en copa corta, Anís de la Asturiana, ¡qué bien se porta!. Muchos otros tipos y marcas de anís deben de haber existido -"Las cadenas", que anunciaban por la tele: en invierno son necesarias "las cadenas", "Machaquito", ...-, otros seguirán luciendo en los anaqueles de bares y restaurantes, y aún quedarán quienes incluirán su copita -la de coñac es copa, la de anís, copita- entre los caprichos que decoran el final de la comida, pero no se porqué razón, hoy he pensado que el anís es como los toros, los puros de las bodas, las vedettes del Paralelo o los circos ambulantes, algo que tiende al adiós.


1 de abril de 2011

Papel de lija



En ocasiones somos como el papel de lija: asperos, desabridos, corrosivos, ... tal vez nos hemos levantado con el pie izquierdo, o han sido los avatares de la vida o las embestidas de los demás humanos los que nos han llevado a esta situación, pero las consecuencias son rotundas: no hay quien nos aguante y vamos repartiendo a diestro y siniestro: desaires, broncas, desprecios, frases cortantes, contestaciones intemperantes ... parece que nadie se puede quedar sin que le clavemos con buena puntería nuestro par de banderillas.

A todos nos puede pasar, nadie se libra de tener malos ratos y de caer en el error de hacérselos pagar al vecino; en cualquier tipo de relación, de pareja, familiar, de trabajo, de vecindad o de cualquier otra convivencia es inevitable que surjan choques, diferencias y roces, situaciones que uno ha de aprender a solventar ejercitando la paciencia, la capacidad de pedir perdón y perdonar, la comprensión, ... y que tire la primera piedra quien no ha incurrido el algo tan injusto como devolver afrentas en cabeza ajena.

Pero en ocasiones la cosa empieza a ser un problema de carácter, o lo que me temo es peor, de actitud ante la vida. Yo al menos me he topado en alguna ocasión con quienes sus maneras cortantes, su "piel de lija", parece derivar de unos planteamientos vitales concretos: ellos saben mucho, están muy convencidos de llevar la razón y andar muy bien preparados y contemplan al resto de los mortales más bien por encima, así no es difícil que lleguen a la conclusión de que no están a la altura y si tienes con ellos una relación de dependencia de algún tipo, acabas sintiendo en tus propias carnes el latigazo de quien te observa, habla o se dirige a tí como en permanente reproche, casi necesitando que te sientas culpable.

Es posible que haya ocasiones, a lo mejor bastantes, en los que nuestro intemperante individuo viene asistido de razón, o cuando menos de algunas razones, pero me parece -al menos me apunto a la tesis- que cuando se ejerce esa posesión de la razón con modos poco suaves y elegantes, tal razón se va perdiendo, hasta a veces llegar a no tenerla.

Y es que el papel de lija, además de su natural aspereza, ejerce una función de desgaste sobre la superficie que toca que puede llegar a ser perjudicial si se aplica sin cuidado y moderadamente. Bienaventurados los suaves, los dulces y los que saben sonreír sinceramente.