26 de junio de 2013

Comercios de otros tiempos.



Uno de mis recuerdos infantiles tiene que ver con esas viejas tiendas en las que se vendían telas por metros; nada de "Prêt-à-Porter" ni toma de medidas, el establecimiento se hallaba rebosar de unos enormes rollos de telas de todas las texturas y colores. Eran otros tiempos y no resultaba inhabitual que muchas mujeres se hicieran sus propios trajes y los de su familia. Sobre todo aquella ropa poco principal como pijamas, batas del cole, ropa de excursión o playa, ... era elaborada en casa pacientemente a base de aguja e hilo, dedal, patrones y máquina "Singer", "Sigma" o "Alfa". De Zaragoza vienen a mi mente viejos nombres oídos en casa a todas horas como "Dernos", "Corrochano", "D'Harcourt" o "Almacenes San Carlos", pero de manera muy especial aflora en mi cabeza una tienda ubicada en la calle Hernán Cortes, si no recuerdo mal haciendo esquina con la calle Castellví, que reunía todo el sabor de esos viejos establecimientos de telas.

Detrás del mostrador se ubicaban dos o tres hombres de mediana edad, vestidos con traje y corbata, posiblemente de "Bristol-Man" y aspecto tan serio como atento. Se dirigían al cliente, normalmente la típica ama de casa deseosa de encontrar algo bueno, bonito y barato, y tras la petición de ésta iban enseñando las telas solicitadas depositando el mazo encima de un mostrador de madera vieja y gastada, a la vez que dejaban caer, con estudiado descuido, los primeros metros del rollo sobre la madera. La tela aparecía en todo su esplendor sobre la tabla, aunque no era infrecuente que hubiera que salir al exterior para apreciar tonos y coloridos, pues el local era oscuro y casi tenebroso. El propio mostrador servía de instrumento para medir los metros solicitados y una vez que quien compraba asumía un pedido concreto, el respetuoso y servicial empleado procedía a coger una tijeras que lucían el humo de cien batallas y cortaba con habilidad primorosa, dejando llevar ligeramente las tijeras de punta a cabo de la tela ... aún recuerdo como yo pretendía hacer lo mismo con papeles, cartulinas, ... y la tijera siempre se terminaba desviando.

Eran establecimientos con sabor a rancio y olor a naftalina, dependientes de toda la vida que conocían su trabajo y lo podían realizar con los ojos cerrados, con una rutina que sobrellevaban con mayor o menor garbo según el caso. Eran esos comercios donde primaba la confianza de unos en otros: las telas no llevaban cosida una alarma, nadie discutía medidas ni precios, el diálogo entre empleados y clientes surgía fácil y quien entraba se sentía casi como en casa y hasta unas señoras opinaban sobre las telas que compraban las otras. Entonces no había chinos ni franquicias ni grandes superficies y todo era más sencillo, más ´provinciano y más familiar. ¿A donde vamos a parar?.
 
 

4 comentarios:

Susana dijo...

Desde luego esos establecimientos tenían alma. un beso.

Modestino dijo...

Alma, corazón y vida ...:)

Anónimo dijo...

Algo de ésto también queda, yo he ido a comprar tela para hacer disfraces y esos rulos me siguen pareciendo alucinantes.
Aunque lo más parecido que hago es ir a ikea (madre en mano); yo elijo el estampado y ella me cose en su singer manteles servilletas y cortinas

Modestino dijo...

Eso: rulos de tela, es el concepto que me fallaba a mí.