El jueves tuve que acudir a recoger un paquete a una céntrica joyería de Madrid; la tienda está ubicada nada menos que en la Calle de Alcalá, en la acera que va desde la mismísima Puerta de Alcalá hasta el antiguo Palacio de Comunicaciones sito en la Plaza de la Cibeles, dato que servirá para valorar la relevancia de dicha joyería, que sospecho debe de ser de las más llamativas de la capital del reino.
La imaginación es gratuita, y tras varias conversaciones telefónicas y un pequeño paseo por la bonita web que los gestores del establecimiento han elaborado, pensé que me encontraría una tienda moderna, con unas instalaciones superavanzadas y adornadas con los últimos adelantos tecnológicos; el alto nivel de la mercancía que allí había me quedó fuera de toda duda, salta a la vista que allí se vende calidad, pero al mismo tiempo sentí que al traspasar el umbral de la puerta retrocedía unos cuantos decenios en el tiempo.
El interior de la joyería es inmenso, con múltiples departamentos, con las paredes de una madera ya vetusta, desgastada y necesitada de un baño de restauración y con unos muebles tapizados en los años 50 o 60 que vivieron tiempos mejores. Pero la sensación, pese a todo, no era de dejadez ni mucho menos de suciedad, simplemente de vejez, de ser un establecimiento de otra época, con un aspecto anclado en años pretéritos y un estilo que ya no se lleva, por mucho que -repito- los collares, relojes, avalorios, condecoraciones, aparentaban la pulcritud y brillantez de lo mejor.
Y la atención personal revestía el mismo aroma de lo antiguo y trasnochado; tras ser recibido por un portero uniformado, me atendió un hombre ya mayor, con unos modos absolutamente carpetovetónicos y un aspecto años 70. Vestía una vieja americana de cuadros, modelo anterior a la era Reagan y calzaba unos castellanos color burdeaux con hebillas de los que usaban los pijos de la calle Serrano durante el mandato del viejo profesor D. Enrique Tierno Galván. El hombre, que fue educadísimo, hablaba en un tono muy bajo, no se permitió ni una licencia de empatía o sentido del humor y me pareció que actuaba con un servilismo de otros tiempos. Se notaba que dominaba la materia y todo el trabajo que realizó conmigo, que se limitó a traerme la mercancía ya encargada, mostrármela, envolverla, cobrarme y facilitarme la factura, lo desempeñó de una manera que me recordaba la interpretación de secundarios de la enjundia de José Orjas, José María Prada o Luis Varela en una comedia de Berlanga.
Al salir de la joyería me pareció regresar del pasado; la última razón de estas sensaciones no se si encontrarla en que en el fondo los modos siempre son singulares, en que hay empresas que conservan un estilo añejo casi como garantía de calidad o, sencillamente, que tampoco soy cliente habitual de joyerías, ni mucho menos.
6 comentarios:
Conoces "En el hotel Bertram"? Será que viviste una escena de gran suspense, sin darte cuenta? :))
Tu descripción me ha recordado a la antigua joyería Aladrén, en la calle Alfonso, que ahora es una cafetería... otros tiempos.
Gracias, Modestino.
Sí, es una cafetería con aire kirsch, con bastante público generalmente.
"En el Hotel Bertram" fue la primera novela que leí de Agatha Christie ... en esas ediciones de Editorial Molino tan características.
Qué va, Modestino. Las joyerías ... tampoco es que yo las frecuente demasiado, pero me gusta olisquear... están en el s.XXI. Eres afortunado por valorar estas regresiones en el tiempo y tu capacidad de observación.
Un saludo, jurisconsulto.
Seguro que están en el Siglo XXI, sobre todo a la hora de actualizar precios ;) .... pero el señor que me atendió lo veo más cerca del XIX que de éste.
Saludos¡¡¡
Qué sensación esa... entrar, y por unos minutos no estar en el tiempo presente. A mi me ocurrió al entrar en una casa antigua de Estella. La recuerdo aún con emoción, especialmente una mesa de madera maciza muy sobria.
Saludos.
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