14 de abril de 2011

Las historias de Proteo Laurenti

Una de las gracias que tiene la afición a la novela policiaca es la de poder viajar por el mundo siguiendo las intrigas de distintos personajes; así puedes disfrutar con yankees como el Harry Bosch de Cónelly, suecos como Kurt Wallander, el auténtico cheque al portador que se sacó de la manga Mankell, griegos tan simpáticos como Petrus Márkaris o británicos de la flema y seriedad del Lord Peter Winmsey de Sayers. En Italia también tienen sus héroes de ficción en el ámbito policíaco: hace un tiempo hable de la magnífica serie de Andrea Camilleri protagonizada por el comisario Montalbano y cualquier día tendré que hacerlo sobre Guido Brunetti, el Inspector con el que que Donna León elabora cada año una apasionante intriga en Venecia. Hace unos días terminé el tercer libro de la saga protagonizada por Proteo Laurenti, un peculiar inspector de policía que ideó el escritor alemán y que desarrolla su trabajo policial en la fronteriza localidad de Trieste.

Proteo Laurenti es un policía peculiar; trabajador, intuitivo y vocacional, es también muy humano, y así Heinichen, a la vez que nos relata el caso de turno, nos acerca a los problemas ordinarios de Laurenti: las relaciones con su mujer, sus escarceos amorosos con una fiscal croata, los conflictos con sus hijos, como el caso de "Cada uno su propia muerte" en el que no acaba de aceptar que su hija se presente al certamen de Miss Trieste o sus cuitas profesionales y sus relaciones con los demás miembros de la "Questura" y, sobre todo, con sus rivales de los "Carabinieri".

Heinichen nos muestra en sus novelas, además, una formidable disección de una ciudad tan especial como Trieste, situada a orillas del mar Adriático y fronteriza con Eslovenia; todos los problemas relacionados con el delito de una ciudad costera y fronteriza se reflejan en las novelas que protagoniza Proteo Laurenti, asi como las peculiariedades propias de Trieste y de sus habitantes.

Los temas que trata Heinichen son interesantes y van mucho más allá de las intrigas concretas que describe cada libro; así en estas tres novelas que he leído nos habla de cuestiones tan variadas e interesantes como el tráfico de miembros humanos -"Muerte en sala de espera", la trata de blancas y la inmigración ilegal -"A cada uno su propia muerte" y el contrabando ."Los muertos del Carso".

Los libros están bien escritos, la atención no se pierde, el autor los dota de un toque de fina ironía, de sentido del humor y la ambientación es francamente buena. Creo que para una literatura como la policíaca poco más se puede pedir.

"Muerte en lista de espera"
Veit Heinichen
Siruela. Madrid (2008)
350 páginas


La ciudad de Trieste ha enloquecido desde que, en la cumbre del canciller alemán con Silvio Berlusconi, la limusina del huésped oficial atropella a un hombre desnudo. Poco después, aparece mutilado el cadáver del médico de una clínica de belleza en la que no sólo se realizan correcciones externas. El comisario Proteo Laurenti se verá obligado a investigar en un verdadero lodazal de crimen, denuncias, amiguismo y corrupción los hilos de esta enredada madeja cuyo origen se halla disperso por toda Europa, aunque todos ellos acaban confluyendo en la famosa clínica.

"A cada uno su propia muerte"
Veit Heinichen
Siruela. Madrid (2006)
303 páginas


Es verano en Trieste y el comisario Proteo Laurenti esperaba disfrutar de una temporada tranquila. Pero tras el extraño accidente de un yate de lujo, el comisario tendrá que vérselas de nuevo en la investigación con un antiguo contrincante: el mismo Bruno de Kopfersberg, sospechoso de haber asesinado a su mujer Elisa tiempo atrás, algo que sin embargo nunca pudo probarse. Bajo un calor asfixiante, Laurenti deberá enfrentarse al crimen organizado, al tráfico ilegal de personas, al blanqueo de dinero y al asesinato. Pero también en su propia vida le asaltan los desafíos: su mujer insiste en cambiarse de casa, su suegra cumple 80 años y su hija se presenta a la elección de Miss Trieste... Una perfecta novela policiaca sobre esta ciudad, antiguo puerto de la monarquía austro-húngara en el Adriático.

"Los muertos del Carso"
Veit Heinichen
Siruela. Madrid (2008)
350 páginas

" Trieste sufre al azote de la 'bora nera', un gélido viento del noroeste que sepulta la ciudad bajo un grueso manto de nieve. El clima es perfectamente acorde con el estado de ánimo del comisario Laurenti, a quien su mujer acaba de abandonar afirmando que necesita tiempo y tranquilidad para reflexionar sobre sí misma. Para distraerse , Laurenti se vuelca en el trabajo...Una casa vuela por los aires y la policia recibe el aviso de un cruento asesinato en el Carso que, probablemente guarde relación con una banda de contrabandistas que adquiere su mercancía en alta mar, en plena noche. Un caso espinoso para el comisario Laurenti, italiano del sur a quien resulta difícil comprender lo que encierra este avispero de eslovenos, croatas e italianos, de fervientes nacionalistas y viejos comunistas...


13 de abril de 2011

¿Pedantería o coñazo?



Hace un par de años, más o menos, me apunté a eso del "Facebook"; uno es así de "chusmeta" y acabé cayendo en la tentación de las redes sociales. Suelo entrar una vez al día y me ha venido bien para reeconcotrarme con viejos amigos, algunos después de una auténtica pila de años, pero hace tiempo -casi al principio de mi navegación por el tema- que decidí no escribir apenas ni entrar a esos juegos y divertimentos que se suelen practicar por ahí. Vivir intensamente el "facebook" suponía dedicar un tiempo excesivo y ya tengo el blog para ocupar los ratos internaúticos.

Se podría hablar largo y tendido sobre las ventajas y desventajas de estas redes sociales, matizar detalles y contrastar opiniones y seguro que saldría un debate bien jugoso, pero me voy a limitar a comentar algo que me ha llamado poderosamente la atención: la afición de algunos a reproducir en el panel del chisme lo que va haciendo durante el día. Son especialmente aficionados a ello quienes se dedican a la política, y así te encuentras al alcalde de Villajoyosa de la Feria relatándote inauguraciones, nuevas calles y monumentos y demás actos de su ramo, mientras la concejala de capital de provincia costera te pone al día de los plenos del ayuntamiento, convenciones municipales y reuniones del partido, siempre en uno y otro caso en pose de autobombo y contemplación, porque están, al parecer, encantados de conocerse. También he visto a decanos de colegios profesionales explicarte día sí, día también sus múltiples ocupaciones, la entrega y abnegación con que sirven a la profesión entre conferencias, firmas de protocolos y actos con croquetas. Posiblemente lo hagan en muchas ocasiones con la mejor voluntad de hacernos partícipes de su esfuerzo y dedicación, aunque al final suelen acabar siendo un auténtico coñazo.

Claro que también es posible que estemos ante una simple manifestación de la vanidad humana, y las medallas que antes la gente se ponía con el cuñado, el amigo o el vecino se los coloca ahora, vía internet, con buena parte del mundo mundial. Porque, sintiéndolo mucho y con el cariño y el respeto que les tengo a unos cuantos de ellos, a mí me parece que lo que terminan haciendo es un alarde de pedantería e incluso algo de ridículo.


12 de abril de 2011

La revolución Fosbury



El deporte del atletismo, auténtico rey de los Juegos Olímpicos, tuvo diversos momentos especiales en los celebrados en México en 1968; posiblemente el más llamativo fue el record mundial establecido por el saltador de longitud neoyorquino Bob Beamon, quien saltó 8,90 cuando el record estaba en 55 cm menos, aunque también fueron momentos álgidos la final de 100 metros lisos, corrida por vez primera en la historia por ocho atletas de color y el escándalo del black-power protagonizado por Tommie Smith y John Carlos, medallas de oro y bronce en los 200 metros lisos, quienes subieron al podio provistos de guantes negros, que levantaron puño en alto al sonar el himno americano. Pero no fue menos importante la actuación de Dick Fosbury, un atleta nacido en Portland que dio un giro radical al salto de altura, una prueba que fue completamente distinta a partir de entonces.

Hasta ese momento, todos los atletas saltaban con la técnica del rodillo ventral, se dirigían hacia el lugar donde estaba el listón y trataban de superar éste con un giro hacia adentro, pasando la pàrte delantera de su cuerpo por encima de dicho listón. Daba la impresión de que esta forma de saltar no ofrecía discusión y que cualquier otro planteamiento era una aventura de iluminados condenada al fracaso.

Pero Fosbury fue contra corriente, y se preparó durante seis años para llegar a la capital azteca con ese estilo nuevo que hizo historia; la mayoría que sabía de las intenciones de Fosbury de emplear su sistema innovador en el torneo de altura pensaba que no llegaría muy lejos, incluso para muchos fue una auténtica sorpresa verle saltar de espaldas. Pero Richard Fosbury no solamente ganó la medalla de oro, sino que igualó el record olímpico de 2,24 metros. No obstante, su logro más importante no fue el metal precioso, sino que a partir de entonces el llamado estilo "Flop" se fue convirtiendo en el más usado por los atletas de la especialidad, hasta llegar a ser el único, de manera que hoy en día nos reiríamos si viéramos a alguien saltando con el rodillo. Incluso tal estilo acabó tomando el nombre de su creador.

De la historia de Dick Fosbury podemos obtener, además, sanas conclusiones, pues muchas veces nos da miedo tirar por la calle de en medio, ser creativos, tomar decisiones valientes, si Richard Fosbury hubiera sido timorato seguro que los atletas de salto de altura no hubieran llegado, paradójicamente, tan alto.


11 de abril de 2011

Muere otro viejo cineasta

Me he enterado esta mañana leyendo "El Mundo" y he agradecido que fuera domingo, pues estos post dan trabajo y dudo que pudiera ponerme a hacer uno entre semana; el director de cine Sidney Lumet fallecía ayer en Nueva York a la edad de 86 años, había nacido en Filadelfia y todos coinciden en asegurar que fue un director de primera fila, en concreto Miguel Angel Huerta en "El Mundo" asegura que destacaba por su pasión por el trabajo bien hecho, lo que es una auténtica alabanza. Lumet pertenecía a la llamada "Generación del Compromiso", aquella que hurgó en la herida de una sociedad abrasada por el racismo y la corrupción, la de directores como Robert Mulligan, Alan J. Pakula, Sydney Pollack o John Frankenheimer. Javier Ocaña en "El País" resalta que la gran temática de Lumet fue la corrupción, ya fuera en su vertiente judicial, política, empresarial, policial, religiosa o militar, lo que convierte su filmografía en un documento interesantísimo para entender una época y un país. Pero Lumet tenía la virtud de buscar, junto al mensaje y el contenido de sus films, el entretenimiento del espectador; el que sus películas tuvieran ese tono crítico e intelectual no impedía ofrecer unos resultados que además de hacer pensar divirtieran a la gente.

Me he puesto a repasar la lista de películas dirigidas por Sidney Lumet y me he dado cuenta que solamente he visto cinco, cuatro de las cuales tienen que ver con juicios y abogados, lo que no deja de ser curioso. "Doce hombres sin piedad" (1957) es su primera película y una de sus obras maestras. Intuyo que a muchos les habrá pasado como a mí y su primer contacto con la obra de Reginald Rose habrá sido la versión que en TVE hizo en su día Gustavo Pérez Puig con un reparto de lujo -José María Rodero, José Bódalo, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Jesús Puente, ...- aunque el film de Lumet es de 15 años atrás. Henry Fonda, Lee J. Cobb, Martin Balsam y Jack Warden -3 Oscar y siete nominaciones entre los cuatro- son algunos de los protagonistas de esta gran película que nos cuenta la conocida historia del jurado nº 8 que se enfrenta al resto de los miembros para salvar la vida de quien considera inocente. Se trata, sin ninguna duda, de una película que no se puede dejar de ver.

"Veredicto final" (1982) es una de las películas que más me han gustado entre las que tratan el tema judicial; tal vez ayude a eso el que la vi una semana después de aprobar mis oposiciones, lo que suma sin ninguna duda cierta pasión. Creo que también contribuye a ello el formidable papel de Paul Newman como abogado alcohólico en decadencia que se enfrenta al caso de un error médico en un Hospital dirigido por el obispado teniendo que trabajar contra todo tipo de presiones y ofertas inmorales; James Mason y Charlotte Rampling completan la cabecera de cartel. "La noche cae sobre Manhattan" (1996)la ví tras ser recomendada en un curso profesional; me parece inferior a la anterior, pero cumple lo dicho sobre Lumet respecto al tema de la corrupción y a la capacidad de entretener. Andy García destaca en su papel de fiscal novato, acompañado de Richard Dreyfuss y Lena Olin en un film donde se pone sobre el tapete el problema de la corrupción policial.

También vi en su día "El abogado del diablo" (1993, un film donde aparecen dos actores tan "especiales" como Don Johnson y Rebecca de Mornay, de una calidad sensiblemente inferior a las anteriores y que se considera uno de los intentos fallidos del director desaparecido. Se trata de un thriller judicial con la Sra, de Mornay en plan dama misteriosa y Mr Johnson luciendo moreno de playa. No confundir ni con la excelente novela de Morris West ni con la película que años más tarde dirigiera Taylor Hackford y que unió en el mismo cartel a Al Pacino, Charlize Teron y Keanu Reeves, toda una mezcla. En esta película Lumet volvió a contar con Jack Warden, y dicho queda que es absolutamente prescindible.

"Asesinato en el Orient Express" (1974) es la quinta película que he visto de Lumet; entiendo que se trata de un film completamente distinto de los anteriores, pues aquí no cabe hablar de corrupción, sino que lo que hace el director es adaptar una de las más geniales novelas de Agatha Christie y coordinar un reparto de auténtico privilegio, pues pocas veces se habrá podido reunir en una misma película nombres como Ingrid bergman, Lauren Bacall, Albert Finney, Richard Widmark, Martin Balsam, Jacqueline Bisset, Jean Pierre Cassel, Michael York, Anthony Perkins, Vanessa Redgrave y Sean Connery; me parece que debe de tener mérito salir con vida tras coordinar a tanta estrella. "Asesinato en el Orient Express" es una película donde uno se puede recrear con la ambientación, los personajes, el vestuario y, por supuesto, la intriga.

A partir de aquí mi conocimiento de la obra de Sidney Lumet no lo es en vivo y en directo; no cabe duda que hay películas míticas como "Network, un mundo implacable" (1976), que entre otras cosas le valió el Oscar a Peter Finch, Fane Dunaway y al guionista Paddy Chayefski y que habla sobre la capacidad manipuladora de la televisión; También destacan adaptaciones de autores como Joe Akins -"Sed de triunfo" (1958), otra vez con Henry Fonda-, Tennessee Williams -"Piel de serpiente" (1960), con tres lujazos: Marlon Brando, Joanne Woodward y Ana Magnani"-, Arthur Miller -"Panorama desde el puente" (1962), Eugene O'Neill -"Larga jornada hacia la noche" (1962), nada menos que con Katherine Hepburn- e incluso Anton Chejov -"La gaviota" (1968). De los años 60 se destaca también "El prestamista" (1964), donde aparece uno de los primeros desnudos frontales de mujer y "La colina" (1965), un film que algunos califican de asfixiante y que protagoniza Sean Cónnery. En la década de los 70 destacan dos películas policíacas desarrolladas en Nueva York: "Serpico" (1973), protagonizada por Al Pacino y que todos coinciden en señalar como una de sus obras maestras y "Tarde de perros" (1975), otro film policiaco, con el mismo actor a la cabeza del reparto. En 2007 dirigió su última película, "Antes que el diablo sepa que has muerto", el mejor broche imaginable para un director de un calibre superior.

Lumet, que fue no minado al Oscar por "Doce hombres sin piedad", "Tarde de perros, "Network, un mundo implacable", "Príncipe de la ciudad" y "veredicto Fibnal", tan sólo pudo alcanzar un Oscar honorífico en 204, sin duda completamente merecido. Añado el enlace de la noticia de "El País", pues lleva una lista de películas comentadas que me parece interesante.





10 de abril de 2011

"I will always love you", Whitney Houston (1992)



No es Whitney Houston personaje de moda en la actualidad; su adicción a las drogas y su falta de equilibrio emocional la sumieron hace ya años en una situación lamentable y aunque hace meses reapareció a bombo y platillo y aparentando que cabía el resurgimiento, parece que sus actuaciones no han estado a la altura y ya nunca volverá a ser la de antes, esa cantante que maravilló con una voz y un estilo extraordinarios. Ya apareció por estos lares con la canción que encabezaba el primer disco que conocí de ella, "All at once", pero salta a la vista que no es la única canción estrella de esta intérprete de color nacida en Nueva Jersey.

Whitney hizo en 1992 una película de bastante éxito en taquilla, "El guardaespaldas", donde interpreta a una actriz que necesita protección policial, para lo que se le pone un guardaespaldas de la talla del mismísimo Kevin Costner. La banda sonora del film, dirigido por Mick Jackson cuenta con una serie de canciones maravillosas, dos de ellas nominadas para los Oscar a la mejor canción de ese año: "I Have Nothing" y "Run To You", si bien la más célebre fue la versión que Whitney hizo del famoso tema de Dolly Parton "I will always love you", que se traduce con una frase tan bella y significativa como "Siempre te amaré", algo que reflejan los ojos de Whitney en la escena final de despedida en el aeropuerto que aparece en el vídeo.

Esta canción me trae un recuerdo personal, absolutamente insignificante, pero que me apetece reflejar aquí; en uno de mis regresos a Tarragona fui a cenar con unos amigos a un restaurante ubicado cerca en una calle cercana al Balcón del Mediterráneo, con la particularidad de hallarse allí un individuo al piano y una joven y bella dama que interpretaba canciones. No se quien tuvo la humorada de provocar que la chica me pidiera la elección de una canción, y tras presentarme la lista de posibilidades opté por ésta; nunca, ni antes ni después, nadie me había dedicado una canción, así que desde entonces "I will always love you", además de gustarme, tuvo un sentido especial para mí.


9 de abril de 2011

De nuevo el tranvía



El tranvía ha vuelto a aparecer por Zaragoza; han pasado 35 años desde que un día de enero de 1976 hiciera su último viaje el que era conocido como el tranvía del Parque, antes habían terminado su circuito los de Casablanca, Torrero, San José, Delicias, el de la Academia General Militar, ... Con ellos se fue parte de la infancia de algunos y de casi toda la vida de otros más; la Gran Vía, un trozo de la cual de la cual llamábamos entonces Paseo de Calvo Sotelo, yo no la podía entender sin esos vagones con anuncios caducos de "Cafés Motilón", "Netol", "Cerebrino Mandri" o el detergente "Elena", los cobradores y revisores, los mozos subidos en el estribo o las incidencias de vías y troles. Pero una vez más se demostró que todo en esta vida es prescindible, que muy deprisa nos acostumbramos a disfrutar lo nuevo, casi tanto como a olvidar lo antiguo.

El tranvía ha vuelto, pero ya no es lo mismo, no tiene ese sabor antiguo ni los aires castizos de antes, no evoca el costumbrismo ni provoca la picaresca ni la trampa. Ahora vemos unos vagones modernos, fabricados con vocación de progreso y estilo "fashion", unos conductores -y conductoras- que miran serios hacia adelante, sin darle ni un resquicio al populismo y unos pasajeros más pendientes de la novedad que del rito. El otro día observé cómo una azafata explicaba a un buen número de ciudadanos las reglas y formas de usar el tranvía, no está mal orientar al cliente -a la vez que creas algún puesto de trabajo-, pero la escena no dejó de sonarme a snobismo, a afán de notoriedad.

La puesta en escena del tranvía ha suscitado una importante polémica, hay enemigos furibundos del trasto; no entraré en opinar de algo para lo que me faltan datos y, por encima de todo, experiencia: aún no he montado en el mismo, tiempo habrá. Por ahora sólo puedo asegurar que su presencia no cubre la añoranza de más de treinta años: mi tranvía de toda la vida no volverá.


8 de abril de 2011

A modo de pavo real



Me parece que suena a fábula conocida, a metáfora fácil, pero no por ello deja de tener bastante de verídico entrar en comparaciones entre el pavo real y la forma de actuar de algunas personas, aunque casi me atrevería a asegurar que todos los hombres llevamos en nuestro interior algo de pavos reales, por mucho que a la hora de la verdad nos limitamos a ejercitar el "pavoneo" para terminar "haciendo el pavo". Y es que el pavo real es un bicho que llama a engaño, porque si uno lo ve en foto o de lejos puede quedar impresionado de sus plumas, colores y aspecto general, pero cuando lo ves de cerca compruebas que su apariencia no deja de ser ridícula, que suele dar la impresión de ser un bicho gordinflón, que su cola despampanante aparenta un mero "floripondio" y que a la larga no es más que una gallinácea que se pelea por el grano y vuela bajo.

Cuentan que el mejor negocio que puede hacerse en esta vida es comprar a un argentino por su valor real y venderlo por el valor que cree tener; me parece una frase más bien injusta con los argentinos, pero no porque no sea cierta, sino porque cabe extenderla mucho más allá de la Pampa. En restaurantes, vagones de tren, cabinas de avión, barras de bar, conversaciones de despacho y situaciones equiparables no es inhabitual escuchar a quien alardea de hazañas, cualidades o logros personales con una impudicia sólo comparable a la presumible inveracidad de su relato.

Tiendo a pensar que quienes destacan en ésto no deben de ser muy inteligentes, porque resulta tan ridícula la estampa del macho "pavoneante" que cualquiera medianamente listo se tendría que sentir mal viéndose en esta tesitura, pero no deja de ser cierto que la vanidad ciega y que, como ya dije, a poco que uno se descuida descubre actitudes similares cuando menos en su interior. El "pavoneo" tiene sus grados, y hay auténticos psicópatas a los que casi se les ha grabado la actitud en el gesto, y no se si en alguna parte más; existen pavos permanentes, pavos que evolucionan y personas habitualmente moderadas que sufren ataques más o menos violentos de "pavonería". Y también hay tipos, pues están los que tienen la solución para todo, o en cualquier caso ellos sí que saben como actuar, quienes exageran tanto que al final desfiguran una realidad que terminan creyéndose, el que necesita contar como se hizo a sí mismo y llegó tan alto, el que alardea de sus conquistas o el que simplemente se pasea por la oficina, la calle, la tienda o su propia casa sacando pecho y mirando al frente tan sólo porque es así.

Yo los he conocido muy pavos, aunque me parece que me falta psicología para llegar a conclusiones firmes; no obstante me parece que detrás de todo suele haber poco mundo, desconocimiento del género humano y, posiblemente, una doble y peligrosa tendencia: a estar encantado de haberse conocido y a desconocer los rasgos más esenciales del alma humana y, con ello, no sólo ahorra todo tipo de comprensión a los demás, sino que llega a despreciar todo lo que se sale de los propios criterios. Y lo peor del pavo real es que tengo la impresión de que se trata de un animal con bastante poco predicamento entre los de su clase, que el resto de aves lo miran como a un tipo tan fatuo como desgraciado, porque a su sofisticación une una notoria patosidad.