"Aunque ya nadie pueda devolvernos el tiempo del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque siempre la belleza permanece en el recuerdo."
(William Wordsworth)
La foto del post la tenía guardada como borrador desde hace días; está bajada de internet y representa el inicio de la calle Prat de la Riba de Tarragona, vista desde la Plaza Imperial Tarraco. No se trata de una estampa especialmente bella, pero solo con mirarla venían a mi mente montones de recuerdos de mi estancia en Tarragona: no creo que exagere si afirmo que esa imagen se reprodujo en mi retina casi todos los días de esos 22 años que viví en la Imperial Tarraco. Pero la Providencia, que en ocasiones nos cuesta tanto entender, ha querido que la perspectiva de la calle Prat de la Riba centralice tales recuerdos en una única dirección.
El viernes por la mañana pasaron al teléfono de mi despacho una llamada que desearía no haber recibido nunca; inesperadamente, con la discreción y el silencio que le definía tan bien, había muerto mi amigo Gabi. Cuando alguien nos deja pueden sonar a tópico los penegíricos y las afirmaciones de que era el mejor, el principal, pero en esta ocasión en uno u otro caso siempre me quedaré corto. Hacía muchísimo tiempo que la pérdida de alguien cercano no me producía un dolor de este calibre, que no lloraba tanto como ahora. Con la marcha de Gabi noto esa sensación de soledad y desamparo que se siente cuando te falta aquél a quien recurrir en los momentos de necesidad; el otro día lo comentaba con alguien: si alguna vez me hubiera hallado en estado de desesperación, creo que hubiera acudido a él.
Tanto para dirigirme a su casa de Ramón y Cajal como a su despacho de Cardenal Cervantes tenía que enfilar la calle Prat de la Riba; de este modo atravesé tantas veces la peluquería "París", "Lámparas Palau", la gestoría de la esquina, la frutería rancia de la otra, ese "Frankfurt" cutre que tanta gracia le hacía, varios bares de medio pelo, el Banco Central, ... hasta llegar a su despacho, o al "Florida", donde era tan fácil desahogar las penas, el stres, los agobios. No sabría concretar que año le conocí, pero sí puedo afirmar que entonces pensé que posiblemente le podría echar una mano, pero a la hora de la verdad fue él quien me la echó a mí: él me escuchó siempre, me comprendió, me aceptó pacientemente y me abrió los ojos a esos aspectos de la vida que suelen escaparse a quienes andan por la nubes.
Era un hombre que aborrecía lo artificial: se resistía a los actos sociales, le producían urticaria las poses y los formalismos; era humano, auténtico y, por encima de todo, amigo de sus amigos. Se había hecho a sí mismo, pero sus ambiciones iban mucho más allá de ganancias económicas y vanidades, valoraba mucho más la satisfacción de los pequeños momentos que ofrecen la familia y los amigos. Tenía buen gusto, una exquisitez muy lejana a lujos y elitismos, con una pose discreta y serena, una elegancia que se manifestaba en hechos tan simples como el modo de escuchar y la forma de coger el vaso de whisqui. El me enseñó a valorar a los grandes "crooner" americanos, como Tony Benet, Paul Anka, y, por encima de todos, el gran Frank Sinatra, de la misma manera que dominaba el cine europeo: resultaba divertidísimo oírle hablar de Vittorio Gassman, haciendo una pausa llena de respeto y de "coña" en la que miraba al cielo y decía eso de que "Dios le tenga en su gloria" o de Marcelo Mastroianni; era apasionante escuchar su admiración por Tete Montoliú, del jazz, ... o de esas querencias británicas, pues Gabi era poseedor de un elegante y bien medido humor con indiscutibles aires de las islas.
Juntos pasamos tiempos duros, él los superó con garbo y saber estar, yo los llevé con bastante menos empaque y madurez y su hombro apoyó más de una lágrima en ese despacho al que acudí tantas veces o en la barra del "Florida", en ese rincón desde el que aprendí, con él, a observar la vida ciudadana, a distinguir el grano de la paja y a valorar que la amistad es mejor vivirla sin calificativos y sin buscar nada más que vivir y compartir juntos la vida de cada uno. Por detrás de esa nariz prominente de la que presumía -una de sus virtudes siempre fue saber reírse de sí mismo- siempre vi unos ojos que miraban con cariño auténtico, y me duele el que tal vez no correspondiera a la altura que merecía. Dicen que amigos hay pocos y debe de ser verdad, y Gabi era, sin ninguna duda, uno de ellos, y aunque desde mi marcha de Tarragona nos habíamos visto poco y no hablábamos demasiadas veces, él seguía siendo uno de esos "pocos", posiblemente el primero ... y siento que el vacío de su ausencia se agranda conforme pasa el tiempo y la herida no cicatrizará nunca.
Era generoso, mucho, nunca olvidaré que cuando comíamos juntos al llegar el postre yo solía pedir el capricho de turno y él, que no era nada laminero, pedía trufas para que me las comiera yo. Dios le pagó bien su generosidad, con una familia estupenda y unos hijos de primer nivel. No se porqué me viene a la cabeza esa canción que su admirado Sinatra cantaba con tanta fuerza, y es que Gabi pienso que vivía así: a su manera ... "Vivir, siempre vivir y ha sido así, mi vida entera, ... Jamás, me arrepentí y fui feliz, a mi manera ...". Una manera de ser que animaba, que ayudaba a ser mejor ... Gracias por todo, tu enseñanza no caerá en saco roto.
14 comentarios:
La pérdida de un amigo siempre es dolorosa, y su recuerdo, guardado en el frasco de las esencias, nos ayuda a comprender la suerte que tuvimos.
Descanse en paz.
Es una de las veces que parece que hayas escrito con el alma y las vísceras y con todo lo que has tenido a mano. Lo siento, Modestino.
"Algo se muere en el alma cuando un amigo se va". Qué pena. Dios lo tenga en su gloria. Un cariñoso saludo...
Hay otra canción con letra parecida, de Alberto Cortez, "Cuando un amigo se va queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo".
Saludos!
Siento mucho lo de tu amigo. Al menos tuviste la suerte de disfrutarlo mucho tiempo. Un beso.
Aún así, todo tiempo me parece ahora poco.
Esta mañana, al salir de casa camino del trabajo, tenía la vívida sensación de que iba a encontrármelo al girar cualquier esquina, como solía suceder durante estos últimos años.
Qué rematadamente mal me ha sentado esta muerte, Modestino. A contrapié.
El único consuelo es que ya está allí arriba, esperándonos para alegrar nuestra llegada con un comentario, un chiste o una ocurrencia de las suyas.
A mí me pasa lo mismo; el golpe te lo llevas al principio, pero las consecuencias las vas asumiendo al cabo de los días.
Sí, él nos esperará y cuidará de nosotros.
También siento mucho la muerte de tu amigo. Un abrazo.
Lo siento tanto por ti... cada vez que leo este post lloro a moco tendido asi que no voy a escribir nada, voy a dejar de intentarlo.
Tenemos que seguir andando.
Llorar sí, tomarnos un tiempo razonable para digerir la pena, sí.
Incluso volcar la pena hacia el exterior, sí.
Y una vez efectuado el trámite vital y natural del duelo, seguir andando.
Es lo que quisieran que hiciéramos los que se han ido.
Cada uno a su velocidad.
Aprendiendo a negociar individualmente, todos y cada uno de los duelos a los que nos vamos a enfrentar.
Te mando un fuerte abrazo, recordándote que el arduo camino del duelo, es común a todos los mortales e indisoluble del gran regalo recibido al nacer: la vida.
Observando en conjunto la dicha de la vida y el trámite de la muerte, se puede sentir que tanto uno como otro son parte de una gloria, a la que sin duda estamos abocados.
Y que visto en conjunto, son las piezas de un único y generoso rompecabezas vital, que forma figuras bellas y eternas.
Y si la vida fuera un sueño del que despierta con la muerte.
Eso es la vida, efectivamente, pero los que nos quedamos aquí somos humanos y echamos de menos a la gente. Estoy seguro que él ahora estará mejor que los que seguimos por aquí.
Gracias Driver: conforme uno cumple años siente más vivo todo lo que dices, entre otras razones porque cada vez son más los que faltan.
Un abrazo.
No llores Veronicia, no es bueno hacerlo. Saludos¡¡¡
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