El pasado lunes me comunicaron el fallecimiento de Fernando; hacía ya tiempo que andaba delicado de salud y su corazón acabó tirando la toalla. El que muera una persona joven es siempre difícil de entender, no podemos evitar que nos parezca injusto y nos cuesta aceptar eso de que "Dios sabe más" y asumir que ahora él estará disfrutando de su presencia. Me gustaría ver por un agujerito la entrada de Fernando en la morada definitiva, seguro que es alegre, rocera, pero de ninguna manera discreta y callada. Fernando era además un hombre de fe profunda, recibida de una tradición familiar y arraigada por una honesta búsqueda de la verdad.
Con Fernando se va una forma de ver la vida bien original, y bien simpática: le recuerdo perfectamente el día que juró su profesión de abogado en el salón de actos de la Diputación Provincial de Tarragona, con algunos años más que el resto de letrados y letradas que iniciaban entonces su carrera profesional, porque Fernando tenía su ritmo, funcionaba sin prisas. Le vi entonces como un torbellino de alegría y entusiasmo, un personaje sin complejos ni aristas; y uno, que es tímido y reservado y tiende a la prevención ante el desconocido, aprendió mucho de quien, sin que nadie nos hubiera presentado, se le dirigía como si nos conociéramos de toda la vida.
Pero el recuerdo de Fernando va sobre todo unido a ese viejo vagón de tren que tenía aparcado en un terreno cuya ubicación no consigo recordar, allí organizaba algún sábado del año unas fiestas que destacaban por la asistencia de un número enorme de gente, la excelencia de las viandas que se repartían en las mesas y un jolgorio creciente, permanente y ruidoso. Allí nos juntábamos tirios y troyanos, romanos y cartagineses, rebeldes y sediciosos, sin matices, distinciones ni peleas. Y aunque en ocasiones a uno le agobiaba algún exceso suelto -Fernando tenía una querencia especial por mojar con agua a todo el mundo- la jornada siempre era oxigenante, un auténtico antídoto contra la "purria" y el desánimo.
También le gustaban las cenas, y cada curso caían un par o tres en el "Trastévere", en el "Serrallo", ... viene a mi cabeza un mes de julio en un chiringuito instalado creo recordar que junto al puerto de Tarragona en la que podíamos estar 50 personas, y a Fernando le gustaba llevar la batuta, a la vez que dejar que cada cual desahogara sus capacidades sin frenos ni complejos. Y también alguna que otra comida a solas, en la que solía explicarte su visión de las cosas, sus opiniones, tan apasionadas como razonables, en torno a la política, la Justicia, ..., dejando siempre en evidencia una cultura profunda y cultivada. Era, además, un hombre cariñoso, afectuoso, sensible.
A Fernando le gustaba leer, era un recurso seguro cuando querías descubrir un buen libro que echarte al coleto. A él le debo haber conocido por vez primera las novelas de Lorenzo Silva; él me regaló "El alquimista impaciente", posiblemente la mejor entrega del Sargento Bevilacqua y la Cabo Chamorro, ganadora del Premio Nadal del 2000, y me animó a cultivar a los clásicos y a esos escritores de época como Dumas, Victor Hugo, Stendhal, ... He puesto su nombre en "google" y he descubierto que colaboraba en una sección en la revista del Col.legi d'Advocats de Tarragona denominada "Racò de la lectura", donde escribía unas reseñas formidables que desde ahora voy a convertir en fuente de conocimientos literarios.
Conforme pasan los años uno va sumando en su particular lista de personas que se van para siempre; queda su recuerdo, cierta mala conciencia de llevar años sin hablar con ellos y, por supuesto, la seguridad de que desde un rincón de esos jardines eternos seguirá haciendo lo que hizo siempre: echar una mano a sus amigos.
9 comentarios:
Descanse en paz. Lástima de perder a alguien tan positivo. Un beso.
Sí, positivo le define muy bien, y no fue un hombre sin problemas ni cruces en la vida precisamente.
Fantástico recuerdo de un ser querido. Nos queda el consuelo que ahí donde estén velarán por nosotros y sus recuerdos serán nuestras alegrías para soportar el dolor.
Ayer, durante su funeral, sentí lo que es la soledad personificada en su pobre madre: a sus 84 años, se ha quedado completamente sola en este mundo, sin marido, sin más hijos, sin nietos y casi sin amigas, puesto que a esa edad, la mayoría ya han muerto.
Dentro de la tristeza, me encantó ver la Iglesia prácticamente llena solo de amigos.
Fernando era un lector empedernido, casi compulsivo, y sus colaboraciones en la revista del Colegio forman ya parte de su modesta historia.
Tu comentario de hoy es un espléndido panegírico que, de poder, él te agradecería con esos abrazos, arrumacos y chanzas que tanto prodigaba.
¡Salud!
Si todos tenemos un Fernando ,que se ha ido antes de tiempo.Sera verdad eso de que siempre se marchan primero los mejores
Es ley de vida: cumplir años equivale a sumar pérdidas, es inevitable.
Descanse en paz vuestro amigo (observo que también de Brunetti) Fernando. En estas ocasiones no sé qué decir. Por el post, me parece que era una persona muy querida y que dejará un buen agujero. Lo siento también por su madre. Es muy triste sobrevivir a un hijo...
Un saludo con todo mi afecto, Modestino.
Es muy bonita la dedicatoria que le has hecho.
Gracias a Sunsi y Veronicia por sus comentarios.
Un abrazo¡¡¡
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