10 de marzo de 2010

"El castellano viejo"



Hace ya bastantes entradas que hablé de Larra; es un escritor de la época romántica pero pienso que muchos de sus escritos conservan no sólo su valor, sino también plena actualidad hoy y ahora. Si tuviera que elegir uno, me quedaría con "El castellano viejo", un magnífico relato que recuerdo perfectamente me llamó por vez primera la atención en clase de literatura. Un magnífico profesor que me dio clase en 6º de bachiller y COU -también le dediqué en su día un post- leyó el texto en clase, y lo cierto es que todos disfrutamos con él, aunque no se si fuimos capaces de asimilar todo lo que "Fígaro" quiso decir con el mismo ni de tener el mínimo de autocrítica para aplicarnos el cuento.

"¿Sabes que mañana son mis días? -Te los deseo muy felices. -Déjate de cumplimientos entre nosotros; ya sabes que yo soy franco y castellano viejo: el pan pan y el vino vino; por consiguiente exijo de ti que no vayas a dármelos; pero estás convidado."

He aquí una primera muestra de algo que nos encontramos con frecuencia: la hospitalidad agresiva, la exigencia de aceptar convites, la obligación imperativa de acudir a una fiesta; no se si en verdad es propio de "castellano viejo", pero me parece que es actitud extensible a personajes originarios de otros puntos de España; sin ir más lejos no hay más que leer cómo describe Galdós la hospitalidad cazurra de los maños en su "Zaragoza", uno de sus Episodios Nacionales" más brillantes. No pocas "melopeas" ni escasos "atracones" evitaríamos si supiéramos decir que no a insistencias que no infrecuentemente resultan impertinentes. Aún recuerdo esas meriendas infantiles en que las madres de tus amigos te obligaban a comer bocadillos de aspecto gigantesco o mantecados enormes con argumentos tan definitivos como que "están hechos en casa" o que "son de pueblo".

"No hay que hablarle, pues, de estos usos sociales, de estos respetos mutuos, de estas reticencias urbanas, de esa delicadeza de trato que establece entre los hombres una preciosa armonía, diciendo sólo lo que debe agradar y callando siempre lo que puede ofender. Él se muere «por plantarle una fresca al lucero del alba», como suele decir, y cuando tiene un resentimiento, se le «espeta a uno cara a cara». Como tiene trocados todos los frenos, dice de los cumplimientos que ya sabe lo que quiere decir «cumplo» y «miento»; llama a la urbanidad hipocresía, y a la decencia monadas; a toda cosa buena le aplica un mal apodo; el lenguaje de la finura es para él poco más que griego: cree que toda la crianza está reducida a decir «Dios guarde a ustedes» al entrar en una sala, y añadir «con permiso de usted» cada vez que se mueve; a preguntar a cada uno por toda su familia, y a despedirse de todo el mundo; cosas todas que así se guardará él de olvidarlas como de tener pacto con franceses."

Aquí podemos hablar de la verborrea, del hablar de más; cuanta inoportunidad, cuanto sabelotodo y cuanta capacidad de meter la pata se encuentra uno conforme va cumpliendo años. Hay que ser sincero, por supuesto: siempre con la verdad por delante, pero con mucha frecuencia recuerdo lo que un viejo conocido llamaba las "verdades innecesarias", aquellas afirmaciones en las que alguien queda mal, que disgustan o perjudican sin arreglar nada; en ocasiones existe quien insiste machaconamente en dejar en evidencia so capa de honestidad y nobleza. Cabe incluir aquí la afición de algunos a decir la última palabra, a apostillar; suelen estar en este capítulo esas personas que están tan seguras de sí mismos que tienen bien claro que nunca se equivocan, los que van por la vida de expertos o veteranos y algunos a los que tal vez les falte algún herbor y no son conscientes de las consecuencias de sun indiscrección.

Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Desde la tal mesita, y como se sube el agua del pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde llega goteando después de una larga travesía; porque pensar que estas gentes han de tener una mesa regular, y estar cómodos todos los días del año, es pensar en lo excusado. Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que se había creído capaz de contener catorce personas que éramos en una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. Hubimos de sentarnos de medio lado, como quien va a arrimar el hombro a la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre sí con la más fraternal inteligencia del mundo. Colocáronme por mucha distinción entre un niño de cinco años, encaramado en unas almohadas que era preciso enderezar a cada momento porque las ladeaba la natural turbulencia de mi joven adlátere, y entre uno de esos hombres que ocupan en el mundo el espacio y sitio de tres, cuya corpulencia por todos lados se salía de madre de la única silla en que se hallaba sentado, digámoslo así, como en la punta de una aguja. Desdobláronse silenciosamente las servilletas, nuevas a la verdad, porque tampoco eran muebles en uso para todos los días, y fueron izadas por todos aquellos buenos señores a los ojales de sus fraques como cuerpos intermedios entre las salsas y las solapas.


Y aquí surge el tema de las formas, de las cuestiones protocolarias; pienso que a esto de la corrección hay que darle importancia en su justa medida: no podemos ser esclavos de protocolos y reglamentos y el exceso en su seguimiento pueden llevar al amaneramiento y la rigidez; he visto a gente que ha convertido una comida y una cena en una especie de representación barroca y almidonada. Pero, al mismo tiempo, tengo cada día más claro que cuando menos uno debe de conocer los rudimentos esenciales del comportamiento en público. Estamos en tiempos en que se ha bajado la exigencia, algo que siempre que a uno le hayan enseñado el respeto por el prójimo puede ser hasta positivo; pienso que ahí comienza la necesidad de ser exigente con las formas: en conseguir que nuestros modos y maneras en la mesa, en una reunión, en una recepción o en un lugar público no se convierta en algo molesto para los demás. Nunca está de más saber qué tipo de vestimenta es adecuada a una boda, cómo se usan los cubiertos, qué lugar le corresponde a uno en un acto protocolario o en qué ocasiones conviene hacer un regalo de agradecimiento. Por supuesto que no se trata de ser esclavo de las formas ni de vivir encorsetado, simplemente de ser consciente de que existe una ciencia del saber estar.

Larra era un "dandy", posiblemente en exceso: lo que, hablando en "román paladino" llamaríamos ahora un "pijo"; junto a Espronceda, Bécquer y Rosalía de Castro forman la élite del romanticismo literario español. En sus escritos hay excesos, el propio artículo de castellano viejo, que me parece magistral, tiene sus dosis de exageración, cierto tufillo clasista, pero creo que define muy bien un tipo de personas que, adecuados al tiempo que ahora corre, siguen existiendo hoy en día.




11 comentarios:

ana dijo...

Desde luego hoy has hecho una entrada soberbia. Vamos, para seguir de tertulia y explicar muchos matices que aquí se pierden.

Yo, desde luego me llevaría muy mal con Larra y demás compañía, así tan estoica y leonesa como soy. No soporto los cumplidos, las falsas alabanzas, tan de moda actualmente. Nadie es capaz de dar la cara, y nos quedamos mirando como se cubre alguien de alabanza simple, y lo dejan creerse sus propias vanidades. No puedo con esas escenas en las que no es cierto lo que dicen, en las que al final, se está vapuleando a una persona y se ríen de ella haciéndole creer lo que no ha existido.

También es verdad que esta actitud me ha regalado bastantes enemigos; pero también muy buenos amigos. Esos que supieron entender que a mi lado, es lo que es, y al pan se le llama pan, y al vino, vino. Creo que lo contrario es una absoluta falta de caridad, un no dar la cara por el prójimo.

Pero seguro que se pierde mucho significado y perspectiva que de encontrarían perfectamente, si esta conversación fuera directa, espontánea y con matices.

Un abrazo modestino, de una leonesa un poco... castellana. Ainsss... si me oyen por aquí... jajajajaja.

Modestino dijo...

Me parece que es una cuestión de matices, pero sigo pensando que en ocasiones hay verdades que son hasta inoportunas.

Otra cuestión es el tema de la amistad: decía Brunetti en este mismo foro que el buen amigo es el que te dice que se te ven los mocos, y estoy de acuerdo. Pero son verdades que se han de decir a solas y con tanta claridad como cariño.

En cuanto a cumplidos y falsas alabanzas, estoy de acuerdo contigo ... hay demasiada hipocresía y demasiadas actitudes interesadas. Con los años aprendes a distinguir cuando detrás de una palmadita en la espalda hay sinceridad y cuando hay interés o algo similar.

Mariapi dijo...

Modestino:
La referencia a esa hospitalidad agresiva...me suena muchísimo, la reconozco incluso en mí misma...

Un post estupendo, de verdad. Gracias.

Te dejo un link (disculpa la frivolidad,en esto del ciberespacio es difícil calibrar la ironía)

http://www.youtube.com/user/lobomedia#p/c/0CEE5DE6BC8108E6/1/KJ53zrIcRm8

Modestino dijo...

:) Está bien el vídeo¡¡¡¡... real como la vida misma¡¡

Por cierto, Ana, mi abuela materna era de Aranda de Duero y el paterno de un pueblo cercano llamado Sotillo de la Ribera, así que también tengo mi parte de castellano.

ana dijo...

Claro, Modestino, esa sinceridad que habla de mocos es siempre en privado, tú a tú, a solas, y haciendo el menor ruido posible; Siempre.

Otra cosa es lo que luego se vaya contando... a veces sucede. En fin. Cosas de la vida.

ana dijo...

Y si tienes sangre castellana... pues eso. Que me entiendes, seguro.

ana dijo...

Me he reído mucho con el vídeo Mariapi... jajajaja.

veronicia dijo...

Genial... Y un abrazo cariñoso a todas esas madres entregadas que han dicho "come que es de casa"
Yo entiendo por un lado los buenos modales y la educación como las reglas que nos permiten hacernos más fácil la vida en sociedad; Hechas para crear armonia, para facilitar la convivencia y que podamos conservar nuestro espacio.
Así lo aprendi desde pequeña: respeto al otro y cortesia han de ir unidas, aunque a veces me da por pensar que no es que las personas sean falsas sino que no tienen criterio y de tal manera fluctúan sus opiniones, carecen de compromiso.

Modestino dijo...

El tema del compromiso es interesante y digno de ser tratado en exclusiva.

veronicia dijo...

mariapi, yo también me he reído con tu entrada...pero mucho, mucho, mucho, gracias...

Audiolibros en castellano dijo...

Comparto con vosotros un audiolibro de El castellano viejo para que también puedan disfrutarlo quienes, por el motivo que sea, no puedan leerlo.

Espero que os guste (y os divierta) tanto como a mí.

https://audiolibrosencastellano.com/ensayo/audiolibro-completo-castellano-viejo-mariano-jose-larra-1832

Un saludo :)